Por qué Venezuela es una dictadura
César Rodríguez Garavito agosto 4, 2017
Si la democracia ha de tener algún significado, entonces hay que concluir, y decir, que Venezuela no lo es. El gobierno Maduro se bajó de ese tren el año pasado, y el domingo terminó de dar el salto al vacío. | Voice of America / Wikipedia- Creative Commons
El desmonte de la democracia en Venezuela fue gradual: primero fue la cooptación de las cortes, luego la persecución de la oposición, después la suspensión de las elecciones regionales. Y ahora, con la Asamblea Constituyente, Maduro terminó de dar el salto al vacío.
El desmonte de la democracia en Venezuela fue gradual: primero fue la cooptación de las cortes, luego la persecución de la oposición, después la suspensión de las elecciones regionales. Y ahora, con la Asamblea Constituyente, Maduro terminó de dar el salto al vacío.
“La democracia es como un tren”, declaró el presidente turco Tayyip Erdogan. “Uno se baja de ella cuando llega a su destino”. Así lo hizo Erdogan en abril, cuando terminó de acaparar todos los poderes mediante una reforma constitucional fraudulenta, aprobada en un referendo tan amañado como dividido.
Hoy Erdogan, un político de derecha dura, es calificado ampliamente de dictador por sectores democráticos internacionales, incluidos los de izquierda. ¿Entonces por qué algunos se resisten a decir lo mismo sobre Venezuela, aún ahora que es gobernada por una asamblea ilimitada y también fraudulenta? Además de la selectividad política de algunos sectores de izquierda (y de derecha) a la hora de criticar gobiernos afines, creo que detrás de la disonancia hay una pregunta conceptual y empírica: ¿cómo se sabe cuándo una democracia ha dejado de serlo?
En líneas generales, los politólogos han dado dos respuestas. Los índices más usados, como el Polity IV, tienen en cuenta varios factores para determinar qué tan democrático es un país: elecciones libres, control del gobierno por parte del Congreso y cortes independientes, protección de los derechos humanos, etc. Esta visión compleja tiene la ventaja de no ser de blanco y negro: la distinción no es sólo entre democracias y dictaduras, sino entre grados de democracia y autoritarismo. Con ello resalta que el desmonte de la democracia puede ser gradual, como lo fue en Venezuela. Primero fue la cooptación de las cortes, luego la persecución de la oposición política, el año pasado vino la suspensión de las elecciones regionales para evitarle la derrota al madurismo. En ese punto los académicos y organizaciones independientes de Venezuela, como Provea, declararon con razón que el gobierno había dejado de ser democrático. Lo de este año —el intento de disolver el parlamento y ahora la Asamblea Constituyente— son la confirmación de que Venezuela es un régimen autocrático.
Otros politólogos, como Adam Przeworski, sostienen que el componente definitorio de una democracias son las elecciones libres y limpias, que permitan la alternación en el poder. Aunque minimalista, esta noción permite medir con relativa facilidad, de forma categórica, si un país es una democracia o una dictadura.
Aún según esta definición menos exigente, Venezuela es hoy una dictadura. La integración de la Asamblea Constituyente no fue definida mediante voto abierto, sino diseñada para asegurar amplias mayorías maduristas. Su elección no puede ser calificada de libre: los críticos fueron intimidados, los protestantes llevados ante tribunales militares y los funcionarios públicos conminados a votar por el madurismo, todo lo cual resultó en una asamblea de partido único con poderes ilimitados. Y ahora la misma empresa que contó los votos en todas las elecciones que ganó el chavismo desde 2004, denuncia que la votación a la Constituyente fue inflada por el gobierno.
Si la democracia ha de tener algún significado, entonces hay que concluir, y decir, que Venezuela no lo es. El gobierno Maduro se bajó de ese tren el año pasado, y el domingo terminó de dar el salto al vacío.