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DURANTE LA POSESIÓN DE JUAN MAnuel Santos, Armando Benedetti, nuevo presidente del Senado, empezó su discurso lamentándose de que Colombia fuera uno de los países más desiguales del mundo.

DURANTE LA POSESIÓN DE JUAN MAnuel Santos, Armando Benedetti, nuevo presidente del Senado, empezó su discurso lamentándose de que Colombia fuera uno de los países más desiguales del mundo.

DURANTE LA POSESIÓN DE JUAN MAnuel Santos, Armando Benedetti, nuevo presidente del Senado, empezó su discurso lamentándose de que Colombia fuera uno de los países más desiguales del mundo.

Pero antes de decir eso —fue lo más importante que dijo— tardó diez minutos haciendo los saludos protocolarios. Luego habló Santos para decir que iba a reducir el desempleo, la pobreza y la desigualdad, y también se demoró unos diez minutos saludando a los invitados.

Así pues, durante la posesión, los colombianos oímos casi veinte minutos de saludos protocolarios repetidos. En la lista de los mencionados había de todo: presidentes, cardenales, generales y una infinidad de funcionarios públicos, todos enumerados en estricto orden jerárquico, desde las autoridades excelentísimas hasta los ciudadanos del común, pasando por las excelencias, los reverendísimos, las reverencias, los distinguidísimos, los distinguidos y los doctores.

No soy un experto en diplomacia, ni mucho menos en saludos protocolarios, pero estoy seguro de que sólo en Colombia y en algunos países de América Latina, le damos semejante importancia al saludo de las personalidades que asisten a una reunión pública. El domingo por la noche me puse a revisar la posesión de otros mandatarios y en ninguna de ellas vi algo semejante a lo que ocurrió ese día en la Plaza de Bolívar. El presidente Obama, por ejemplo, empezó su discurso saludando a los ciudadanos y a nadie más. El presidente Sarkozy dijo “señoras y señores” y luego empezó a hablar. Algo muy similar hizo Zapatero en España. El primer ministro David Cameron ni siquiera se tomó el trabajo de saludar a alguien, simplemente empezó su discurso con el primer tema de su agenda.

Los saludos protocolarios son una costumbre que viene de la Colonia española. Más que un gesto amable y cordial del anfitrión o del homenajeado, el saludo a las dignidades presentes en los actos públicos era una oportunidad para hacer explícito el carácter imperativo del orden social jerárquico; esa lista de invitados era una regla más importante que las constituciones o los códigos. La sociedad colonial estaba segmentada en una infinidad de rangos minuciosamente ordenados de manera escalonada, desde los más altos hasta los más bajos. Cada quien sabía cuál era el puesto que le correspondía en esa escala; defender esa posición era tan importante como defender la vida misma. Por eso eran tan frecuentes las disputas judiciales que se originaban en la aplicación del protocolo: dónde tomar asiento en una ceremonia, qué términos usar para dirigirse al superior, quién espera a quién en una cita, quién habla primero; todas estas eran reglas de cuya aplicación estricta dependía el honor de la gente y su propia suerte en la vida social.

No faltará quien me diga que esta costumbre colonial ya no tiene la importancia que tuvo en el pasado y que en todo caso no afecta para nada la convicción democrática, ciudadana y pluralista de nuestros gobernantes. Yo tengo mis dudas. Símbolos tan importantes como éstos no perduran en una sociedad si no están sustentados en convicciones profundas.

Sea lo que fuere, el hecho es que Santos y Benedetti, en sus discursos, hicieron un énfasis particular en la necesidad de acabar con las desigualdades sociales. Lo que sorprende es que a ninguno de los dos se le haya pasado por la mente que lo más consecuente con ese énfasis en la igualdad habría sido saludar primero al pueblo, o por lo menos a los ciudadanos.

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