Prohibicionistas y mafiosos: dos caras de la misma moneda
Sergio Chaparro agosto 13, 2015
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“Colombia tiene un mercado de alcohol, pero no hay un Pablo Escobar de la cerveza o el vodka. Y no es porque el vodka sea mejor que la cocaína sino porque es legal” dice Johann Hari.
“Colombia tiene un mercado de alcohol, pero no hay un Pablo Escobar de la cerveza o el vodka. Y no es porque el vodka sea mejor que la cocaína sino porque es legal” dice Johann Hari.
Un libro publicado hace unos meses y elogiado por la crítica como “el mejor antídoto contra la guerra contra las drogas”, puede darnos pistas de por qué, pese a la evidencia acumulada sobre la ineficacia del prohibicionismo para proteger la salud y la seguridad, este sigue siendo el principal enfoque con el que se diseña la política de drogas en el mundo. Se trata de la obra Tras el grito, de Johann Hari, un poderoso relato sobre las verdaderas motivaciones de la guerra contra las drogas, desde su origen hasta nuestros días. El libro también tiene algo que decirnos sobre quiénes ganan y quiénes pierden realmente con la política de drogas en Colombia.
Hari explica los orígenes de la guerra contra las drogas en Estados Unidos a partir de una historia que involucra a dos personajes en los años treinta. Por un lado, Billie Holiday, afroamericana, consumidora de cocaína, heroína y marihuana y la más grande cantante de jazz de todos los tiempos. Por otro, Harry Anslinger, racista obsesivo y recién nombrado director de la Oficina Federal de Estupefacientes, una entidad venida a menos con la abolición de la Ley Seca, pero con un ejército ávido de emplearse en una nueva cruzada.
Para comienzos de la década, la cocaína y la heroína estaban sometidas a regulaciones por el Harrison Act, pero su uso bajo prescripción médica era autorizado. La marihuana no estaba criminalizada. Sin embargo, con el argumento de que el consumo de marihuana “convierte al hombre en un animal salvaje”, e ignorando la evidencia aportada por 29 de 30 expertos e incluso sus propias visiones anteriores sobre el tema, Anslinger montó una campaña de persecución contra afroamericanos e inmigrantes mexicanos por consumir la yerba. Para ello contó con la ayuda de medios de comunicación como los de William Randolph Hearst, que difundían historias amarillistas sobre crímenes cometidos por inmigrantes que se asociaban al consumo de cannabis. Harry encontró entonces la excusa perfecta para iniciar la cruzada que estaba buscando, capitalizando la xenofobia y el racismo prevaleciente entre el poder político de la época. De esta forma empezó a recibir más presupuesto, trazando así el camino que llevaría a la criminalización del consumo de marihuana en 1937, a la persecución de los usos médicos de otras sustancias y a la
Dentro de su persecución Harry eligió como uno de sus objetivos a Billie Holiday, quien para ese entonces denunciaba en su canción Strange Fruit -un desgarrador relato sobre los linchamientos y ahorcamientos de afroamericanos en el Sur del país- las consecuencias de ese odio a la población negra. Un odio que, entremezclado con la nueva obsesión de Harry, motivó su propio encarcelamiento, las dificultades que este hecho significaría para su carrera musical y la persecución por parte de los hombres de Anslinger hasta el final de sus días. Una persecución selectiva, pues mientras que a Holiday no se le dio la oportunidad de recibir tratamiento cuando lo solicitó desesperadamente en su juicio, a Judy Garland, una artista blanca quien también tenía una adicción a la heroína, Harry decidió no perseguirla y hasta le ayudó a ocultarla.
Harry Anslinger era un moralista racista obsesionado por librar al mundo de las drogas, pero investigaciones como las de Hari revelan la contribución que este terminó haciendo a la mafia, al punto que médicos que se enfrentaron con él como Henry Williams Smith, lo creyeron parte de ella. La guerra iniciada por Anslinger, en la práctica, tuvo el efecto de transferirle al crimen organizado el control exclusivo de una industria altamente rentable por la elevación de los precios de las sustancias, que antes funcionaba dentro de la legalidad, sin generar tantos problemas. El libro de Hari, escrito a partir de un intenso trabajo de archivo y un viaje de más de 3 años, está repleto de historias que muestran cómo, en distintos contextos, la prohibición no ha hecho más que fortalecer a las mafias que supuestamente quiere erradicar.
Siendo Colombia un país productor en el que cada día de prohibicionismo significa más muertos, más dinero para el conflicto armado, desestabilización institucional, comunidades rurales criminalizadas y fumigadas, cárceles sobresaturadas con personas pobres, fiscales y jueces atiborrados de casos que involucran a eslabones débiles, consumidores marginalizados en vez de ser apoyados y millones de dólares de nuestros impuestos gastados en una guerra ineficaz, ¿qué podemos hacer para superar lo más pronto posible la terrible injusticia que significa para tanta gente perpetuar la guerra contra las drogas?
Algún día se reconocerá que la prohibición de las drogas genera unos costos sociales enormes, muy superiores a los que pueden causar las drogas mismas. Pero hoy esta política se sustenta en la coincidencia de intereses entre dos contrarios que se necesitan unos a otros y que en ocasiones se han aliado: los que se benefician económica o políticamente del prohibicionismo y las mafias a las que dicen enfrentar. Para derrotar este perverso equilibrio hay que oponerle un poder mayor: una fuerza ciudadana que reclame la necesidad de regular el mercado de drogas ilícitas y que sea capaz de ponerle fin a esta absurda y costosa guerra.