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Soy un profundo admirador de Kelsen por su honestidad, rigor, claridad y profundidad, que no son virtudes muy usuales en el campo jurídico.

Soy un profundo admirador de Kelsen por su honestidad, rigor, claridad y profundidad, que no son virtudes muy usuales en el campo jurídico.

En 2023 se conmemoran 50 años de la muerte de Hans Kelsen, tal vez el jurista más importante del siglo XX, al menos en Europa continental y en América Latina. Este pensador austriaco no solo elaboró una teoría jurídica muy influyente, que es la llamada “teoría pura del derecho”, sino que irrumpió, con rigor y creatividad, en campos muy diversos, como la filosofía del derecho, la teoría del Estado y de la democracia, el derecho constitucional o el derecho internacional.

La paradoja es que, a pesar de la calidad de su obra y de que es muy citado, Kelsen es hoy un autor poco leído y estudiado en Colombia. Esto es desafortunado porque incluso si uno discrepa de su concepción jurídica y filosófica, el estudio de su obra es extremadamente útil y enriquecedor –y no sólo para abogados– debido al rigor, profundidad y originalidad de sus planeamientos.

En mi caso, no soy kelseniano, pues me aparto del corazón de su visión jurídica ya que no creo que sea posible ni deseable construir una teoría jurídica que sea puramente normativa y que esté estrictamente separada de la moral y de los hechos, que fue la pretensión de su “teoría pura del derecho”. Este positivismo jurídico radical de Kelsen es una construcción conceptual y metodológica brillante y original, pero creo que es equivocada en sus fundamentos por razones que no es posible explicar en la brevedad de esta columna. Sin embargo, a pesar de esta discrepancia esencial, soy un profundo admirador de Kelsen por su honestidad, rigor, claridad y profundidad, que no son virtudes muy usuales en el campo jurídico. Además, aun cuando me aparto de su positivismo jurídico estricto, coincido con ciertos aspectos de su visión jurídica, como su tesis del derecho como un sistema dinámico y jerarquizado, y comparto muchos de sus planteamientos en otros campos, como su defensa de la justicia constitucional. Por ello, desde mis estudios universitarios, hace ya unos 40 años, no he dejado de leer y releer sus obras, y no siento nunca que haya perdido el tiempo.

Permítanme ilustrar esto con una de mis últimas lecturas de Kelsen: su corto y sustancioso libro, La paz a través del derecho, escrito en 1944, cuando el mundo aún trataba de salir de los horrores de la Segunda Guerra Mundial y poco antes de que fuera discutida y aprobada la creación de la ONU. Para Kelsen, la única forma de superar las guerras internacionales es a través de un Estado mundial federal, pero considera que esa propuesta no es viable en el corto plazo. Por ello propuso como alternativa una forma de protección colectiva de la paz internacional a través de una confederación permanente de los Estados. Una corte internacional estaría en el centro del sistema y arbitraría obligatoriamente las disputas entre los Estados a fin de evitar el recurso a la guerra.

Uno puede discrepar de la propuesta de Kelsen o considerarla ingenua. Pero vivimos en un mundo de guerras crueles y desafíos enormes que requieren cooperación global, como el cambio climático. El cosmopolitismo jurídico de Hans Kelsen, que evoca “La Paz Perpetua” de Kant, es entonces una apuesta de indudable valor, que amerita ser revisitada.

Esta paradoja de la importancia intrínseca de Kelsen, pero el olvido relativo de su obra llevó a tres universidades (la Nacional, el Externado y la Javeriana), con el apoyo de la Embajada de Austria, a organizar un seminario del 8 al 10 de noviembre, llamado “Hans Kelsen hoy”. En este evento híbrido, de entrada libre, distintos profesores y profesoras debatiremos la actualidad y pertinencia del gran jurista austriaco para América Latina a medio siglo de su muerte. Cordialmente invitadas e invitados.

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