Que vivan los estudiantes
Nathalia Sandoval Rojas noviembre 12, 2014
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Los estudiantes de México y Nigeria recuerdan con dolor la importancia y la fragilidad del derecho a la educación.
Los estudiantes de México y Nigeria recuerdan con dolor la importancia y la fragilidad del derecho a la educación.
La desaparición y muerte de los normalistas en el Estado de Guerrero en México, y el más reciente ataque contra una escuela en Nigeria en el que murieron varios niños y niñas, se parecen en dos cosas: en su atrocidad y en que sus víctimas son estudiantes. Repetir eso, que son estudiantes, podría sonar a canción o a cliché. La historia nos ha mostrado muchas veces, por ejemplo en las dictaduras del Cono Sur o la represión del Estatuto de Seguridad Nacional, que ellos son un objetivo de los violentos. Pero estos hechos vuelven a ponernos frente a esa realidad, y nos obligan a recordar por qué la educación es un derecho y por qué es importante.
Con la educación se adquieren conocimientos, habilidades y destrezas básicas para comprender el mundo y relacionarnos. Hoy, sin saber leer y escribir, saldríamos a cualquier camino o calle y no entenderíamos nada. Pero también es el proceso por excelencia para estimular la autonomía, el pensamiento crítico y el disenso, que son tres aspectos indispensables para ser ciudadanos y participar activamente en las discusiones públicas. Son como leer y escribir para la democracia. Por eso, el hecho mismo de ir a estudiar es una garantía política. Un derecho.
Que la educación prepara para la democracia y la discusión lo intuyen bien los narcotraficantes mexicanos y los extremistas de Boko Haram. Por eso, sus atrocidades no solo pretenden acabar vidas sino dejar claro que la educación rural en México o de las niñas en Nigeria no es conveniente. Pero, lamentablemente, frente a las armas la educación es muy frágil. Por más grande que sea su capacidad de movilizarse, los estudiantes no tienen más que su palabra y su proceso formativo para defenderse.
Entonces, en lugares violentos, el acto gozoso de estudiar no solo deja de ser un derecho sino que se convierte en una hazaña peligrosa. Este reconocimiento lo hizo la comunidad internacional este año cuando entregó el Premio Nobel de la Paz a Malala Yousafzai, la joven de Pakistán que por defender el derecho de las niñas de su región a estudiar, terminó recibiendo varios disparos a los que afortunadamente sobrevivió.
Por eso creo que es necesario insistir que la educación es un derecho humano de todos y todas. Esto significa recordar que es un presupuesto para vivir con dignidad en la comunidad política, y que la primera obligación de los Estados es que uno pueda acceder a la escuela y permanecer en ella sin poner en riesgo su vida. Además, que sea un derecho también nos recuerda que es una garantía que opera como carta de triunfo contra la mayoría. Es decir, que la educación sirve como talanquera frente a los caprichos del mercado del narcotráfico en México, o a la lucha por imponer un islamismo extremo, y que por eso los estudiantes deben protegerse.
Deberíamos aprovechar el recuerdo de los estudiantes mexicanos y nigerianos para defender el derecho a ir a la escuela. Para exigir la posibilidad de ser estudiantes y ciudadanos activos sin morir. De modo que podamos construir con la educación, como decía Dewey, una vida plena de significado.