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El título de esta columna no viene de las últimas noticias sobre el paro en Chocó. Lo tomo en préstamo de una crónica publicada en este diario en 1954. Su autor, un reportero de 27 años con ilusiones de novelista, fue enviado a Quibdó a cubrir otra protesta contra el gobierno central. Pero lo que escribió entonces Gabriel García Márquez podría ser publicado en el diario de hoy sin cambiarle una coma.

El título de esta columna no viene de las últimas noticias sobre el paro en Chocó. Lo tomo en préstamo de una crónica publicada en este diario en 1954. Su autor, un reportero de 27 años con ilusiones de novelista, fue enviado a Quibdó a cubrir otra protesta contra el gobierno central. Pero lo que escribió entonces Gabriel García Márquez podría ser publicado en el diario de hoy sin cambiarle una coma.

“En los mapas figura una carretera de 160 kilómetros que es pura especulación cartográfica: Medellín-Quibdó. Viajar por ella es padecer una angustiosa y agotadora jornada de 22 horas, en vehículos atestados de mercancías y animales. Y como el río Atrato, y como casi todos los ríos y pueblos del Chocó, esa carretera, más teórica que real que sólo admite el tránsito en un sólo sentido, es una larga calzada de tierra revuelta con polvo de oro”, escribió el nobel en otra crónica de la serie que despachó desde Chocó, como si estuviera describiendo la carretera fantasmagórica que sigue sin terminar. La misma que detonó el paro actual, a raíz de la muerte de viajeros sepultados por la montaña que se deslizó en medio de las obras inconclusas, y muchas veces pagadas y saqueadas.

En 1954, el paro fue contra la decisión del gobierno de Rojas Pinilla de enfrentar a las malas los problemas de Chocó, desmembrando el departamento entre Antioquia, Caldas y el Valle. Varado en Quibdó al cabo de la manifestación, Gabo viajó hasta Istmina y concluyó lo mismo que un visitante contemporáneo: “Desde hace años, los chocoanos están pidiendo una carretera. No importa hacia dónde vaya esa carretera, siempre que rompa el cerco de la selva”, escribió. “Puede ser a Bahía Solano para tener un puerto en el Pacífico…Puede ser a Cupica, donde una olvidada selva de naranjas silvestres se está pudriendo desde hace un siglo, porque no hay cómo llevarlas a ninguna parte. Puede ser a Medellín o al Japón, pero de todos modos los chocoanos tienen años de estar pidiendo que los desembotellen”.

Si los desafíos del Chocó son idénticos a los de entonces, las soluciones no pueden ser las mismas que se le han aplicado por más de 60 años. No vale nombrar un “gerente” para Chocó, como lo han hecho los últimos gobiernos para conjurar fugazmente los paros, o un gobernador encargado como el que tiene hoy la Guajira. Fue lo que hizo Rojas Pinilla al nombrar un gobernador militar en 1954, con resultados que están a la vista. Tampoco sirve asignar nuevas partidas para la carretera o el hospital que se desmoronan, porque se las volverían a robar los políticos locales, con la bendición de los partidos que los avalan desde Bogotá y necesitan sus votos.

El problema no es solo Chocó: algo similar pasa en la Guajira, Córdoba, Nariño, la Amazonia, la Orinoquia y las demás regiones de la periferia nacional, donde vive la tercera parte de los colombianos. El problema es el pacto corrupto entre los políticos de Bogotá y los de la periferia, y el Estado raquítico y capturado que resulta de él. Hasta que mudemos esas reglas de juego, Quibdó seguirá paralizada.

De interés: Chocó

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