Razones a favor del voto obligatorio
César Rodríguez Garavito febrero 17, 2017
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La pregunta sobre el voto obligatorio resurge por la propuesta del Gobierno de incluirlo en el paquete de reformas derivadas del acuerdo de paz. La discusión es honda, se ha dado en muchos países y envuelve argumentos y estudios que hay que considerar con pausa.
La pregunta sobre el voto obligatorio resurge por la propuesta del Gobierno de incluirlo en el paquete de reformas derivadas del acuerdo de paz. La discusión es honda, se ha dado en muchos países y envuelve argumentos y estudios que hay que considerar con pausa.
En otro lugar detallaré unos y otros, así como la conveniencia y constitucionalidad debatibles de hacer la reforma vía fast track. Aquí me limito a esbozar por qué el voto obligatorio es una idea acertada para Colombia, como lo fue para 15 países latinoamericanos que ya lo tienen.
La primera razón es la obvia: los estudios comprueban que el voto obligatorio aumenta la participación electoral, sobre todo cuando viene con algún tipo de consecuencia para quienes no voten. Es una medida eficaz contra el abstencionismo crónico, que les resta cada vez más legitimidad a los funcionarios elegidos y a decisiones trascendentales como un acuerdo de paz. Que sólo el 40 % de los colombianos habilitados vaya a las urnas no solo es efecto, sino también causa, del desarraigo creciente de la democracia, que se refleja en las encuestas sobre el debilitamiento de la confianza en esa forma de gobierno (y la tolerancia con las alternativas antidemocráticas).
Una razón igualmente importante es que el voto obligatorio tiende a aumentar la voz de los sectores menos poderosos. Estudios como los de Fowler y Singh señalan que la abstención es más alta entre los sectores más pobres, las mujeres, los grupos sociales discriminados y los habitantes de zonas apartadas, lo que refuerza el ciclo de exclusión de sus intereses en el sistema político. Es más: en Colombia buena parte de esos sectores, especialmente en la periferia del país, simplemente no pueden sufragar porque no tienen cómo llegar a los puestos de votación a menos que los políticos les pongan el transporte. Si el voto es obligatorio, el Estado tendría una obligación aún mayor de proveer transporte gratuito para que la gente pueda cumplir su deber.
El voto obligatorio, además, tiene un efecto despolarizador saludable en épocas de profundas divisiones políticas como las que vivimos. Con el sistema actual, la prioridad de los candidatos y partidos es apuntarles a los extremos, donde los ciudadanos están más motivados para salir a votar. De ahí la estrategias victoriosas en las presidenciales de EE. UU., Brexit y el plebiscito colombiano. Por el contrario, cuando se espera que la gran mayoría de la gente salga a votar, los políticos tienen que esforzarse por atraer a los sectores indecisos y moderados. Eso explica que países como Australia, que tienen voto obligatorio, hayan evitado la suerte reciente de EE. UU., como escribió hace poco el politólogo Waleed Aly.
La objeción clásica es que el deber de votar va contra la libertad del ciudadano. En realidad, deja intactas las opciones actuales, porque consiste no en votar por alguien, ni siquiera votar Sí o No, sino en salir a votar. Quienes ven en la abstención un acto de protesta, pueden lograr aún más haciendo explícito su descontento votando en blanco, o marcando erróneamente el voto para hacerlo nulo.
Es claro que la política no está funcionando. El voto obligatorio sería una medida necesaria pero no suficiente para cambiarla. Merece, al menos, un debate serio.