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Paz en las calles

Las protestas realizadas en las ciudades principales, con cacerolas, conciertos y caminatas, y las regionales manifestadas en diálogo locales, nos muestran que lo rural y lo urbano se encuentran unidos por un momento de emergencia y resistencia que invita a refrescar el cuerpo político a través de la participación y del rechazo a la violencia. | Ricardo Maldonado, EFE

El poder ciudadano no es propiedad de un individuo, pertenece siempre a un colectivo y persiste en la medida en que este se mantenga unido.

El poder ciudadano no es propiedad de un individuo, pertenece siempre a un colectivo y persiste en la medida en que este se mantenga unido.

La participación de la ciudadanía es una herramienta poderosa que puede incidir en los asuntos públicos. De esta manera, lo ha exigido en las calles y en las regiones una ciudadanía que protesta, entre otras razones, por enderezar el curso de la implementación de la paz.

“En los Montes de María firmaremos la paz antes que en La Habana”. Así lo anunciaron y lo cumplieron en 2015 más de 600 organizaciones sociales de esta subregión del Caribe colombiano, como un acto de defensa al proceso de paz, en momentos en que las negociaciones entre el Gobierno y las extintas Farc-ep parecían moribundas.

Dos años antes, organizaciones de base tomaron la iniciativa de ocupar un lugar en el mapa político regional, creando a partir de ese llamado el “Espacio Regional de Construcción de Paz”, una plataforma itinerante que recorre cada mes el territorio montemariano, cumpliendo el compromiso de llevar a la esfera pública acciones en torno a la paz territorial, la reconciliación y la convivencia pacífica.

En el corazón de este proceso de entendimiento colectivo entre iguales, nació el Festival de la Reconciliación de los Montes de María, iniciativa arraigada en las tradiciones culturales locales, que hace pedagogía para una paz sostenible, fortalece la identidad del territorio y fomenta procesos de reconciliación.

El 5 y 6 de diciembre se realizó la tercera versión de este Festival en San Onofre, Sucre, municipio a medio camino entre los Montes de María y el Golfo de Morrosquillo, donde, según la Defensoría del Pueblo, persisten las economías ilegales cuyos métodos de control e intimidación dejan una estela de vulneración de derechos que afectan los ejercicios de liderazgo.

La escogencia de San Onofre como sede del encuentro no fue casual, obedeció a la convicción de reafirmar desde la creatividad ciudadana, que Montes de María es un territorio que rechaza la violencia y trabaja para transformar sus conflictos.


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En un escenario ambientado con muestras culturales de música, danza, teatro y gastronomía regional, las organizaciones conversaron sobre los efectos positivos que tendría para la paz territorial si todas trabajaran en acciones concertadas. Asimismo, junto con la Comisión de la Verdad, promovieron conversatorios entre víctimas y excombatientes, con el ánimo de seguir generando confianzas que contribuyan a la no repetición y al cambio social.

Encuentros como el de San Onofre son una voz poderosa desde las regiones que reclaman el cese de la violencia y exigen al gobierno el cumplimiento de la implementación de los acuerdos. Y también, nos recuerdan a toda la ciudadanía, hoy más activa que nunca en las marchas que se toman pueblos y ciudades, que la búsqueda de la paz es un imperativo.

El contexto actual invita a que pensemos la paz en un sentido amplio, y esto pasa por establecer mecanismos de convivencia que busquen cerrar brechas entre la ciudadanía, algunas abiertas por el propio conflicto armado y otras por las desigualdades económicas, políticas y culturales que el Estado ha propiciado por acción y por omisión.

La estrategia no puede ser la búsqueda de un acercamiento con los representantes del poder económico y político del establecimiento, que, si bien son importantes, no son suficientes. Quedarse allí supone un rechazo a la vida pública autónoma y a la pluralidad de las opiniones, algo que a la postre dificultaría sostener cualquier iniciativa que requiera consensos.

Como afirma el profesor Juan Pablo Lederach, el cambio social constructivo debe forjarse sobre las bases de la confianza pública y un auténtico compromiso de la sociedad. Por tanto, el desafío está en hacer una lectura del contexto que exige dejar atrás la polarización y promover un diálogo que va más allá del desarrollado entre dirigentes.

Los cacerolazos y las movilizaciones pacíficas promovidas por la ciudadanía en estos meses de noviembre y diciembre, han impulsado nuevas formas de realizar alianzas y vincularse los unos con los otros. En eso consiste el poder ciudadano, lo que Hannah Arendt llama la capacidad de realizar acciones conjuntas, situándonos como integrantes iguales dentro de una comunidad solidaria, que propende por la participación igualitaria dentro de la comunidad política.

Desde su orilla, el III Festival de la Reconciliación de los Montes de María nos exige ingeniosamente al intercambio cercano, plural y democrático, con un mensaje claro: solo si las voces de la gente inciden en los procesos de cambio, se logrará la conexión entre la ciudadanía y lo público.

Las protestas realizadas en las ciudades principales, con cacerolas, conciertos y caminatas, y las regionales manifestadas en diálogo locales, nos muestran que lo rural y lo urbano se encuentran unidos por un momento de emergencia y resistencia que invita a refrescar el cuerpo político a través de la participación y del rechazo a la violencia. El poder ciudadano no es propiedad de un individuo, pertenece siempre a un colectivo y persiste en la medida en que este se mantenga unido.


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