Retorno al espacio colonial
Hobeth Martínez noviembre 7, 2017
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El fenómeno internacional del acaparamiento de tierras, que en su manifestación más reciente ya tiene diez años, podría verse como una forma de neocolonialismo que conecta a los países del Sur Global en torno a un problema y una resistencia común.
El fenómeno internacional del acaparamiento de tierras, que en su manifestación más reciente ya tiene diez años, podría verse como una forma de neocolonialismo que conecta a los países del Sur Global en torno a un problema y una resistencia común.
Países tan diversos como la República Democrática del Congo, Pakistán, India, Argelia e Indonesia tienen en común que en algún momento fueron colonias de estados occidentales y que lograron su independencia después de la segunda guerra mundial, a diferencia de la mayoría de países latinoamericanos que la consiguieron durante el siglo XIX. El colonialismo, visto como esa forma de dominación política y económica amparada en un proyecto cultural de occidente, parecía cosa del pasado. Pero si atendemos el llamado de Bruce Gilley a retomar una supuesta ‘agenda de gobernanza colonial’, nos daremos cuenta que no es así.
De las diferentes formas que en la actualidad podría adoptar el colonialismo, la dinámica contemporánea del mercado global de tierras es una de esas que resulta particularmente inquietante. Dicho mercado implica la apropiación y el uso del territorio, –lo que es propio de los antiguos imperios coloniales–, es común a amplias regiones del sur global y opera a través de representaciones sobre el territorio y el otro que facilitan la apropiación de las tierras. Este fenómeno de acaparamiento internacional de tierras, que en su más reciente manifestación ya cumple diez años, podría entonces ser visto como una forma de colonialismo que conecta al sur global alrededor de una problemática y resistencia comunes.
Mapa de países blanco de inversiones en tierras. Tomado de Land Matrix. Disponible en aquí.
Ese planteamiento se puede ilustrar con algunas alusiones a un proceso global y a la manera como se conecta con el contexto regional latinoamericano. El acaparamiento internacional de tierras ha estado operando mediante una forma de representación del espacio que enfatiza la disponibilidad de tierras vacías y aptas para la inversión de capital. Como lo sostuvo en su momento el entonces Relator Especial sobre el Derecho a la Alimentación de las Naciones Unidas, Olivier De Schutter, se trata de “una noción fácil de manipular” pues, en muchos casos, las tierras ‘vacías’ eran explotadas por campesinos, pastores o ganaderos itinerantes sin títulos de propiedad.
Las dimensiones de estas transacciones no son despreciables: el último reporte de la ONG Grain International muestra que, entre 2008 y 2016, hubo 496 adquisiciones masivas de tierras que abarcaron más de 30 millones de hectáreas en 71 países. La distribución geográfica de las adquisiciones muestra que ocurrieron especialmente en países del sur global; esto se corrobora con el listado de los diez países que más han recibido inversiones en tierras tanto por extranjeros como por empresarios locales, los cuales en su mayoría coinciden con países de África y Suramérica. Por el contrario, entre los diez países que más invierten en tierras se encuentran algunas antiguas potencias imperiales, pero también Estados de reciente desarrollo económico (e.g. Arabia Saudita, Singapur o Brasil).
Listado de 10 países que más han invertido y que más han recibido inversión en tierras. Tomado de Land Matrix. Disponible aquí.
Quienes invierten en la tierra son gobiernos y empresas que buscan producir alimentos de forma que sus países sean menos dependientes de las variaciones de los mercados internacionales. No obstante, también han estado involucrados actores económicos que en principio nada tienen que ver con la producción agropecuaria, como es el caso de los fondos de pensiones. Para ellos, la tierra hace parte de un portafolio de inversiones que incluye el mercado de carbono, los minerales preciosos, los servicios ambientales y las fuentes hídricas. Algo que se ha denominado como el ‘consenso de las commodities’ y se articula alrededor del extractivismo de los recursos naturales.
Esta dinámica global del mercado de tierras, en que están involucrados nuevos países y actores económicos tanto locales como foráneos, ha sido caracterizada como una forma de colonialismo contemporáneo, o neocolonialismo, algo que ya se insinuaba desde las primeras compras de tierras que realizaron las potencias petroleras del Golfo Pérsico en África.
Los países receptores, que en no pocos casos convirtieron en política de estado la apertura a inversiones internacionales, esperaban aumentar sus reservas de divisas extranjeras, crear puestos de trabajo, beneficiarse de la transferencia de tecnología, reducir la pobreza y desarrollar el campo. No obstante, similarmente a como sucedía en las clásicas experiencias colonialistas, los beneficios fueron acumulados por los inversores (transnacionales y locales). Mientras tanto, los costos ambientales (contaminación de fuentes hídricas), sociales (desposesión de la tierra, desabastecimiento interno, desplazamiento) y económicos (importación de alimentos, bajo recaudo fiscal) se quedan en los países del sur global que venden o alquilan las tierras.
Colombia no se ha visto exenta de esta dinámica global. En este país existe una discusión acerca del modelo de desarrollo rural apto para una amplia zona al oriente conocida como la Altillanura. Esta región alberga buena parte de los 22 millones de hectáreas con las que cuenta el país para la agricultura y cuya explotación basada en un modelo agroindustrial le permitiría convertirse en una de las ‘despensas del mundo’. Organizaciones como OXFAM han cuestionado este enfoque porque, sostienen, debería priorizarse el acceso a la tierra a las comunidades rurales como instrumento para reducir la desigualdad y suprimir una de las causas históricas del conflicto armado, antes que permitir la concentración de la tierra a grandes empresarios que invertirían en monocultivos para la exportación de alimentos y biocarburantes.
Monocultivo de maíz. Foto: John Lillis
Entretanto, empresas como Cargill han adquirido más de 50.000 hectáreas de tierra en la región. Esto ha sido posible porque la Altillanura fue representada como alejada de los principales centros urbanos del país, con poca infraestructura y con elevados índices de pobreza y atraso. Por lo tanto, se argumentó que allí se necesitaba de gran inversión de capital para lograr el desarrollo. Sin embargo, se desconoció a los habitantes originarios y sus sistemas de producción fueron tildados como ineficientes e inadecuados para las características de los suelos de la región.
Este tipo de representaciones fueron comunes en algún momento para referirse al Cerrado Brasilero. La reactivación agroindustrial de esta región al suroccidente de Brasil, donde han confluido grandes terratenientes locales (fazenderos) y empresas extranjeras, han agravado el despojo de los territorios ancestrales del pueblo indígena Guaraní. Muchos de los miembros de esta etnia se han suicidado presa del desespero por el empeoramiento de sus condiciones de vida, mientras otros han sido asesinados por exigir que les devuelvan sus territorios. Este caso es uno de los más dramáticos para ilustrar los efectos que hoy día producirían las nuevas formas del colonialismo en torno a la tierra.
Foto destacada: Boston Public Library