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Wally Funk

Seguro Wally volverá al espacio y así muchas otras mujeres seguirán rompiendo esas barreras que tantos sueños nos han truncado en la historia. | EFE - Blue Origin

Cuando por fin la Nasa empezó a tener astronautas mujeres, Wally Funk, la más joven del Mercury 13 ya tenía más de cuarenta años y, por lo tanto, no podía hacer parte de la tripulación. Fue a sus 82 años, sesenta años después de haber pasado todas las pruebas, cuando por fin la señora Funk ganó sus alas como astronauta comercial.

Cuando por fin la Nasa empezó a tener astronautas mujeres, Wally Funk, la más joven del Mercury 13 ya tenía más de cuarenta años y, por lo tanto, no podía hacer parte de la tripulación. Fue a sus 82 años, sesenta años después de haber pasado todas las pruebas, cuando por fin la señora Funk ganó sus alas como astronauta comercial.

ste 20 de julio, 52 años después de que el hombre alunizó, Mary Wallace “Wally” Funk viajó al espacio en el New Shepard de la compañía Blue Origin. Si bien en medios y redes la historia ha girado alrededor del multimillonario detrás de la financiación de la misión, hoy quiero hablar del reto que ser mujer implica incluso para llegar a las estrellas.

No cualquier humano, o animal de otra especie, está calificado para ir al espacio así no más. Para finales de los años 50, cuando la Nasa empezó esta tarea, tenía que escoger con mucho cuidado los posibles candidatos para sacarlos del planeta por un rato. Había requisitos como ser piloto certificado, tener una excelente condición física, al menos mil 500 horas de vuelo, un título universitario y hasta medir menos de un metro con ochenta, entre otros.

En esa misma época el doctor Lovelace, encargado de las pruebas y acondicionamiento de los posibles próximos astronautas, quería saber cómo respondería el cuerpo de las mujeres a estas pruebas. Si la idea era mandar a los humanos con las mejores condiciones al espacio lo más sensato era que tanto hombres como mujeres participaran de dicho ejercicio de pruebas y acondicionamiento. Con financiación privada Lovelace empezó la misión Mercury 13 que probaría la capacidad del cuerpo femenino para soportar un viaje al espacio. Es decir, Lovelace hizo las mismas pruebas y entrenamiento que se hicieron a los hombres en el Mercury 7 a mujeres con experiencia aeronáutica para buscar las mejores candidatas para ir al espacio independiente del sexo.

Tal como Lovelace supuso, las mujeres tenían las condiciones físicas y psicológicas requeridas para la travesía espacial. 13 pilotos mujeres pasaron las mismas pruebas que sus pares hombres. Entre ellas Janey Hart —de 40 años y con ocho hijos— y Jerry Cob, una piloto que había acumulado experiencia de vuelo desde los 12 años pero a quien aún le era imposible conseguir un trabajo formal como piloto.

De hecho estas mujeres no solo pasaron las pruebas. En algunos casos superaron los registros que hicieron los hombres candidatos a astronautas del Mercury 7. A pesar de esto la Nasa no puso en marcha la misión pues ninguna de ellas cumplía el requisito de haber pasado las pruebas con jets militares. Algo ridículo, pues en esa época a las mujeres no se les permitía acceder a este tipo de entrenamiento.

Pero no sólo la Nasa, como institución, consideraba que las mujeres no merecían ir al espacio. Cuando Hart y Cobb decidieron llevar este caso al Senado —pues no permitir a las mujeres ir al espacio era discriminación sexual— el apoyo fue escaso. Por ejemplo, sus compañeros de entrenamiento, John Glenn y Scott Carpentier, testificaron en contra de la misión no sólo porque no valoraban las capacidades de sus compañeras sino porque creían que les iban a quitar el protagonismo que ellos se habían ganado. John Glenn dijo en las audiencias que “es un hecho, los hombres vamos a luchar la guerra y pilotamos los aviones, volvemos y ayudamos a diseñarlos, construirlos y probarlos. Que la mujer no esté en este campo es un hecho de orden social”. Además agregó que “si demuestran que son mejores que los hombres, las recibiremos con los brazos abiertos y una ovación de la multitud. ¿Te imaginas a una mujer pilotando un avión a reacción o algo peligroso? Por el amor de Dios, no”. Lo que el astronauta ignoró es que Jacqueline Crochan ya había piloteado esos aviones y, de hecho, había roto todo tipo de récords aeronáuticos. Si bien ella no hacía parte del programa era un muy buen ejemplo de que las mujeres estaban en las mismas o mejores condiciones para ir al espacio.

Las audiencias fueron tediosas y discriminatorias. A Janey Hart le preguntaron si podía llevar su carrera como astronauta y seguir siendo una buena esposa y madre de ocho hijos. Ella respondió que había sido capaz de acumular más de dos mil horas de vuelo y experiencia aeronáutica sin descuidar la crianza de sus hijos, el apoyo a su esposo y otros asuntos personales. Por su lado Jerry Cob declaró que el espacio no podía estar limitado solo a los hombres pues no era un club masculino. En plena carrera espacial ningún otro país tenía mujeres preparadas para ir al espacio y ellas, las 13 candidatas, estaban listas para asumir el reto voluntariamente.

Mientras los siete hombres del Mercury 7 fueron presentados como los héroes que guiarían a su país hacia las estrellas, el caso del Mercury 13 en el Senado cayó. Ninguna de las mujeres candidatas en óptimas condiciones para ir al espacio lograron cumplir su sueño en aquel momento. No fue hasta 1963 que Valentina Thereskhova, originaria del principal competidor de Estados Unidos en esta carrera, logró ser la primera mujer en llegar al espacio. Pero la Nasa dio este paso sólo hasta 1983 cuando Sally Rice se convirtió en la primera astronauta estadounidense. Una mujer que, al igual que sus compañeras, tuvo que enfrentar el machismo sobre todo en las ruedas de prensa donde le preguntaban por el maquillaje, su ropa interior para el viaje espacial y sus emociones cuando las cosas salían mal.

 

¿No le suena a una historia parecida?

Alguien diría que esa es una historia de discriminación de género de los años 60, en plena carrera espacial y no más pero déjeme decirle que hoy en día en varias partes del mundo, incluyendo Colombia, aún se replica. Por ejemplo los altos cargos para los economistas parece que se escogieran de un club de hombres. ¿Cuántas directoras ejecutivas ha tenido Fedesarrollo?¿Cuál fue la primera ministra de hacienda en el país? ¿Cómo se llama la primera presidente del Banco de la República? Una breve búsqueda en Google lo llevará a respuestas vacías. Como señaló Cecilia Lopez, hay un techo de cristal para las mujeres que estudian y se dedican a la economía. La pregunta es ¿se repite en otras disciplinas? ¿Qué sentido tiene ese techo de cristal si es tan costoso para nuestra sociedad?

En 1962 Linda Halpern, del Mercury 13, escribió al presidente John F. Kennedy que ella quería servir a su país como una mujer astronauta de manera voluntaria. La respuesta de la Nasa fue que si bien las mujeres tienen empleos fundamentales para el programa espacial, en el departamento no tienen planes de contratarlas porque no contaban con el grado de entrenamiento científico y como piloto, y otras características físicas que eran requeridas. ¿No suena muy parecida a la anécdota que cuenta López en su columna sobre el exdirector de Fedesarrollo —que dijo que “gracias a que esas economistas que trabajaron con él, se ocuparon de lo financiero y de lo administrativo, él pudo dedicarse a investigar”— cuando se cuestionó la falta de mujeres en el panel histórico de directoras ejecutivas del centro de pensamiento?

Si ya hemos demostrado que tenemos la capacidad, déjenos llegar al espacio, ser directoras de Fedesarrollo, o lo que queramos ser. Un punto de partida es incluirnos como posibles candidatas y dejarnos participar antes de rechazarnos e ignorarnos completamente.

A principios de la pandemia un colectivo de estudiantes, profesoras y muchas mujeres en diferentes ámbitos se encargaron de señalar la falta de representación femenina en los paneles y webinars que tan de moda se habían vuelto por esos días. La campaña #AbajoLosMáneles era un tipo de sanción social sobre los escasos esfuerzos de incluir mujeres en las conversaciones de crecimiento económico, de impuestos, de recuperación económica, ambientales e incluso de género en los que nos estaban dejando por fuera también. ¿Será que, al igual que John Glenn y los otros astronautas del Mercury 7, los hombres colombianos expertos del siglo XXI tienen miedo de perder su protagonismo al darles un espacio a las mujeres en estas conversaciones para las que, al igual que Janey Hart y Jerry Cob, estamos más que preparadas?

 

Cuidado y profesión, un estilo de vida exitoso

La declaración de Janey Hart en las audiencias me recordó a dos mujeres colombianas dignas de nunca olvidar en nuestra historia nacional: Patricia Teherán y Ana Fernanda Maiguascha. La primera de ellas es la voz femenina más importante de la historia del vallenato. Una mujer que rompió estereotipos y se enfrentó a un machismo que quería truncar su carrera profesional. Por su lado, Maiguascha es la segunda codirectora en la historia del Banco de la República y un ícono de admiración y ejemplo a seguir para todas las economistas jóvenes que, hasta ahora, comenzamos esta carrera.

Si bien ellas dos se enfrentaron al machismo en diferentes épocas y ámbitos, ambas entonaron una lucha por la igualdad de género. En una entrevista a la «diosa» del vallenato donde le hicieron preguntas sobre cómo balanceaba su carrera, familia y vida personal Teherán respondió: “Si yo fuera hombre, usted no me estaría preguntando esto ¿verdad?”. Más de 20 años después en una entrevista a la codirectora del Banco de la República le preguntaron cómo distribuía su tiempo para lograr una buena compensación entre la familia y el trabajo, a lo que ella respondió: “Cuando le hagan esa pregunta al señor codirector que esté aquí sentado será el día en el que veremos igualdad de género”.

El problema no es que les hagan este tipo de preguntas a las mujeres sino que no se las hacen a los hombres. Antes que nada el cuidado debería ser una responsabilidad tanto de hombres como mujeres pues no hay evidencia científica que determine que solo las mujeres están hechas para el hogar. Ahora bien, como dijo Hart en sus declaraciones, “nuestra sociedad debe dejar de fruncir el ceño ante las mujeres”, toda persona, diría yo, “que decida combinar su vida familiar y profesional. Una vez más, se ha demostrado que esto se puede hacer de manera exitosa”. “Todos tenemos una vida familiar y es tan o más importante que la laboral”, resalta Maiguashca cuando le pregunté sobre el tema. Además agrega que “el hecho de que se relegue o se trate de alguna forma como con vergüenza de que exista demerita lo doméstico, demerita el cuidado. La sociedad ‘laboral’ se para sobre los cimientos del cuidado. Si no se le da su sitio seguirá pasando como hasta hoy”.

Cuando por fin la Nasa empezó a tener astronautas mujeres, Wally Funk, la más joven del Mercury 13 ya tenía más de cuarenta años y, por lo tanto, no podía hacer parte de la tripulación. Fue a sus 82 años, sesenta años después de haber pasado todas las pruebas, cuando por fin la señora Funk ganó sus alas como astronauta comercial.

Asimismo tuvieron que pasar más de 20 años después de la muerte de Patricia Teherán y que María Mercedes Cuéllar fuera codirectora del Banco de la República para que las voces femeninas en el vallenato estén tomando fuerza y otra mujer, Maiguascha, llegara a ocupar uno de los cargos más importantes en la economía del país. Puede que el tiempo sea cada vez menor pero aún sigue siendo mucho lo que nos toca esperar a las mujeres para cumplir nuestros sueños. Eso sí, también nos queda la tarea de ponernos a pensar cómo la igualdad llega a todas incluyendo las mujeres pobres, campesinas, indígenas, afrodescendientes, extranjeras.

La igualdad de género no es un asunto solo de números. Las mujeres ya hemos demostrado que el problema no es falta de capacidad sino un problema de oportunidades. Hart señaló que esperaba que sus cuatro hijas tuvieran las mismas oportunidades de usar sus conocimientos y talentos para hacer contribuciones que las que iban a tener sus cuatro hijos. Qué orgullo tan grande sentirían Jerry Cobb, Myrtle Caggle, Janet Dietrich, Wally Funk, Sara Gorelick, Jane Cameron Briggs, Bernice Trimble, Jean Hixon, Jerri Sloan, Rhea Hurrle, Gene Stumbough, Irene Leverton, Janey Hart, las Mercury 13 y el doctor Lovelace al ver que el primer humano en Marte en el 2030 será una mujer: Allysa Carlson.

Seguro Wally volverá al espacio y así muchas otras mujeres seguirán rompiendo esas barreras que tantos sueños nos han truncado en la historia. Si bien las mujeres del siglo XXI estamos paradas en los hombros de gigantes que llevan décadas persiguiendo igualdad de género, aún necesitamos un apoyo fuerte y permanente de nuestros pares hombres para lograr quitarnos el peso de ese orden social impuesto. Al menos para no hacer un camino más complicado que el que los hombres enfrentan. La apuesta por la igualdad no es una guerra de sexos. Como señaló Jerry Cob, lo que queremos las mujeres es poder alcanzar los lugares que por discriminación sexual no hemos llegado e ir por mucho más allá ya que el cielo no es un límite.


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De interés: Discriminación / Género / Mujeres

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