Sátira y extremismo
Rodrigo Uprimny Yepes enero 10, 2015
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“Sin humor estamos todos muertos”. con esa frase, Chapatte, caricaturista de The New York Times, rindió homenaje a la memoria de sus colegas de Charlie Hebdo, asesinados el pasado miércoles en París.
“Sin humor estamos todos muertos”. con esa frase, Chapatte, caricaturista de The New York Times, rindió homenaje a la memoria de sus colegas de Charlie Hebdo, asesinados el pasado miércoles en París.
En la misma dirección, Philippe Val, antiguo director de ese diario satírico francés, afirmó, en medio de sollozos, que esos horribles asesinatos querían silenciar la risa, que es el arma esencial de la fraternidad y la democracia. Y que había que impedir que el silencio se instalara y ser capaces de volver a reír, por más tristes que fueran estos momentos.
Chapatte y Val tienen razón en que esos atentados buscan silenciar no sólo la libertad de expresión en general, sino un componente específico de la misma, que es la sátira y el humor, que la cultura francesa, desde Rabelais en el siglo XVI hasta los caricaturistas asesinados, pasando por Voltaire, ha llevado a extremos.
Rabelais, Voltaire, Charb, Cabu, Wollinski y Tignous, entre otros, han sido extremistas… pero de la burla y la sátira, como también lo fue en nuestro país, a su manera, Jaime Garzón. Pero todos estos extremistas del humor han sido, por paradójico que suene, luchadores por la tolerancia y contra los extremismos asesinos.
Rabelais, en la época del fanatismo cristiano, que llevó a las horribles guerras religiosas europeas, recurrió a la sátira para defender un humanismo tolerante, semejante al de Erasmo, que permitiera una paz religiosa. Voltaire usó su agudo humor para combatir los prejuicios durante el Antiguo Régimen. Las caricaturas de Charlie Hebdo buscan hoy no sólo hacer reír sino combatir los fundamentalismos religiosos en ascenso. Y Garzón, en Colombia, usó su sátira para ridiculizar y así deshacer nuestros sectarismos políticos.
Pero los extremistas (los de verdad, los que matan en defensa de sus dogmas) no tienen humor ni toleran la burla, y por ello persiguen a los extremistas de la sátira, pues en el fondo comprenden que la risa mina los autoritarismos y las intolerancias. Rabelais fue duramente atacado tanto por la Iglesia católica como por Calvino. Voltaire conoció el exilio y la cárcel. Los paramilitares no soportaron a Garzón y, con complicidades estatales, lo asesinaron. Y esta semana los extremistas musulmanes masacraron a los caricaturistas de Charlie Hebdo.
Las sátiras de Charlie Hebdo pueden parecer ofensivas y aun contraproducentes, al atizar las tensiones religiosas. Yo prefiero un humor más sutil, como el de Garzón o Plantu. Pero nada justifica las censuras ni menos la violencia contra estos valientes caricaturistas. Comparto entonces el dolor y la indignación que por estos asesinatos siente la casi totalidad de los franceses, incluida, estoy seguro, la inmensa mayoría de los musulmanes. Pero, como insiste Val, incluso en estos momentos de consternación y dolor, semejantes al que tuvimos en Colombia cuando asesinaron a Jaime Garzón, debemos reivindicar la risa, el humor y el derecho a la sátira. Pues sin humor y sin risa no hay vida, no hay democracia.