Sensatez y desilusión
Mauricio García Villegas Diciembre 23, 2023
| EFE
Los chilenos han estimado que las constituciones no son propiedad de un partido político. Que el espíritu de una asamblea constituyente no debe ser el del gobierno, sino el del consenso nacional.
Los chilenos han estimado que las constituciones no son propiedad de un partido político. Que el espíritu de una asamblea constituyente no debe ser el del gobierno, sino el del consenso nacional.
Los chilenos han rechazado la propuesta de una nueva Constitución. Ya lo habían hecho hace un año, con un proyecto redactado por una Convención Constitucional liderada por la izquierda radical. Ahora lo hacen con un proyecto redactado por la derecha radical. Agustín Squella, un colega chileno, define la situación de esta manera: “Éramos un país pausado y ahora somos un país en pausa”.
Tal vez los resultados pueden ser leídos de dos maneras, una optimista y otra pesimista.
La optimista: la sociedad chilena está menos polarizada de lo que se observa en el debate público, con sus discursos grandilocuentes, sus promesas excesivas, sus odios y sus confrontaciones irredimibles. Si bien es cierto que muchos siguen el ritmo emocional de las redes sociales, pareciera que la mayoría no está interesada en vociferar ni en apoyar las propuestas extremas de derecha o de izquierda. Por eso los electores rechazaron este proyecto y el anterior también.
Si esto ocurre en Chile, tal vez el país con la ciudadanía más madura de la región, en el resto del continente, con menos cultura política, la gente está más dispuesta a convertir su malestar en apoyo a una salida populista.
Los chilenos han estimado, con buen juicio, que las constituciones no son propiedad de un partido político. Que el espíritu de una asamblea constituyente no debe ser el del gobierno, inspirado por agendas partidistas, sino el del consenso nacional, con una visión incluyente y de largo plazo.
Breve digresión: en Colombia deberíamos ser más conscientes de que tenemos algo que a los chilenos les falta: una Constitución redactada por una asamblea pluralista, liderada por conservadores, liberales y socialistas, e inspirada en la idea del entendimiento consensuado. Eso no nos salva, pero ayuda.
La pesimista: en Chile está pasando lo mismo que en el resto del continente. Las propuestas que los gobernantes someten al pueblo para su aprobación, independientemente de si son buenas o malas, son vistas como burdas maquinaciones de camarillas políticas. La persistencia de problemas que nunca se resuelven (desigualdad, educación deficiente) ha creado la percepción de que los políticos no sirven para nada y de que por eso hay que salir de ellos. El dicho argentino “que se vayan todos” es un sentimiento que está cobrando fuerza en la región. En los últimos 17 comicios (sin tener en cuenta a Nicaragua y Venezuela), solo en Bolivia y en Paraguay ha ganado el partido de gobierno, en todos los demás ha ganado la oposición. Más que un síntoma de fortaleza democrática, este es un signo preocupante de desconexión entre la clase política y el electorado. Y ahí está Argentina de ejemplo.
Estas dos lecturas no son excluyentes y lo más probable es que haya habido una combinación de ambas cosas: rechazo a las soluciones radicales y malestar con la clase política. Una mezcla de sensatez y desilusión.
En América Latina los presidentes suelen acudir a procesos constitucionales para obtener el oxígeno político que les falta en el gobierno. Esto no necesariamente es malo. La sociedad necesita de símbolos unificadores que aviven la esperanza. Chile fracasó, por ahora, en ese intento, lo cual reduce la actividad gubernamental a la política tradicional, que se ha vuelto emocional, volátil y radical. Así las cosas, el presidente Boric debe estar, por un lado, contento porque el proyecto constitucional de la derecha radical fracasó, pero, por otro lado, preocupado porque su gobierno ha perdido una oportunidad para reavivar la esperanza con un nuevo texto constitucional.