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A PRINCIPIOS DE ESTE AÑO ESCRIBÍ una columna en la que hablaba mal de los himnos nacionales. Decía entonces que casi todos ellos habían perdido esa conexión básica que tuvieron algún día con la realidad y que por eso parecían anacrónicos y hasta ridículos. El columnista Daniel Mera Villamizar no estuvo de acuerdo con esta opinión y esta semana me respondió en estas mismas páginas.

A PRINCIPIOS DE ESTE AÑO ESCRIBÍ una columna en la que hablaba mal de los himnos nacionales. Decía entonces que casi todos ellos habían perdido esa conexión básica que tuvieron algún día con la realidad y que por eso parecían anacrónicos y hasta ridículos. El columnista Daniel Mera Villamizar no estuvo de acuerdo con esta opinión y esta semana me respondió en estas mismas páginas.

A PRINCIPIOS DE ESTE AÑO ESCRIBÍ una columna en la que hablaba mal de los himnos nacionales. Decía entonces que casi todos ellos habían perdido esa conexión básica que tuvieron algún día con la realidad y que por eso parecían anacrónicos y hasta ridículos. El columnista Daniel Mera Villamizar no estuvo de acuerdo con esta opinión y esta semana me respondió en estas mismas páginas.

Según Mera, mi columna puede ser criticada por la forma y por el fondo. En cuanto a lo primero, dice, utilizo mal la expresión “himnos anacrónicos” cuando debí decir “himnos anticuados”, y agrega que tampoco debí utilizar la palabra “patriotismo” sino la palabra “nacionalismo”. No voy a entrar en detalles; sólo digo que, por un lado, “anticuado” es un sinónimo de “anacrónico” (María Moliner) y que, por el otro, mi crítica vale tanto contra lo patriótico como contra lo nacionalista.

En cuanto al fondo, Mera Villamizar sostiene que si alguna desconexión hay aquí es mi propia falta de sintonía (y la de muchos otros intelectuales) con la historia nacional. No tengo claro qué es lo que quiere decir con esta afirmación (sospecho que nada muy positivo) pero sea lo que fuere, quisiera explicar, y reiterar, mi antipatía por el sentimiento patriótico (y nacionalista).

La base de ese sentimiento es la exclusión de “los otros”, es decir, de aquellos que son distintos a nosotros y que, con frecuencia, se encuentran más allá de nuestras fronteras. Casi todos los pueblos han forjado su identidad nacional en oposición a esos “otros”. El sentimiento patrio siempre ha existido, sólo que ha cambiado de escala: al principio estaba reducido a una aldea que luchaba contra otra aldea (en Libia todavía hay mucho de eso), luego a un pueblo contra otro, luego a una región contra otra y finalmente a una nación contra otra. El tamaño ha cambiado pero la lógica de exclusión siempre ha sido la misma.

El cambio de escala ha dado lugar a guerras cada vez más grandes y más letales, pero también —hay que reconocerlo— ha sido factor de progreso: las aldeas o los pueblos que antes peleaban entre sí, se unieron luego para enfrentar a un enemigo más grande y así, unidas, fueron formando países, lo cual permitió pacificar porciones amplias del territorio y agregar esfuerzos para el desarrollo económico.

Los países de hoy enfrentan desafíos tan o más poderosos que aquellos que tenían las aldeas de antes. Me refiero al calentamiento global, a la guerra nuclear, etc. El problema es que, como no tienen un enemigo más grande que todos ellos, un “otro” más poderoso que todos, algo así como un ejército extraterrestre que los amenace, no se unen para defenderse, como lo hicieron antes las aldeas, sino que siguen peleando entre ellos. Consecuencia: vivimos en un mundo interconectado y con problemas planetarios, pero gobernado con un esquema político anacrónico que nos viene del siglo XVII (Tratado de Westfalia). Es como organizar el tránsito de una autopista con policías montados a caballo.

El sentimiento patriótico, que es el que sustenta el actual sistema de naciones, nos impide ver las amenazas a las que estamos enfrentados. Seguimos pensando que el enemigo es el país vecino, o el país que habla otra lengua o el que cree en otro dios. Por eso no tenemos ni la preocupación suficiente, ni la organización adecuada para enfrentar lo que nos puede destruir de una buena vez por todas.

Esto es lo que me lleva a pensar que el patriotismo es hoy un sentimiento anacrónico, parroquial y destinado a desaparecer. Ojalá lo haga antes de que destruya al mundo.

De interés: 

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