Sentirse vulnerable
Rodrigo Uprimny Yepes Octubre 29, 2017
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Muchos hombres tenemos dificultad para entender los miedos de muchas mujeres frente a la amenaza del acoso porque no logramos comprender la vulnerabilidad que las mujeres sienten frente a situaciones que los hombres consideramos seguras y banales, como cruzar por ciertos lugares.
Muchos hombres tenemos dificultad para entender los miedos de muchas mujeres frente a la amenaza del acoso porque no logramos comprender la vulnerabilidad que las mujeres sienten frente a situaciones que los hombres consideramos seguras y banales, como cruzar por ciertos lugares.
Juan Jaramillo, un hombre maravilloso que sus amigos y familia seguimos extrañando, me compartió con vigor esa idea hace algunos años cuando enfrentó una experiencia muy dolorosa: la amputación de su pierna debido al cáncer que sufría y que finalmente se lo llevó.
Juan era, antes de su enfermedad, un hombre alto y robusto. Esa fuerte contextura física, junto a su natural carácter expansivo, le daban una enorme seguridad para andar solo y sin miedo por las calles de Bogotá, treparse a un transmilenio abarrotado, o entrar a cualquier sitio, estuviera lleno de gente o por el contrario semidesierto. Juan pensaba que si había alguna amenaza, por su físico, podría reaccionar y enfrentarla.
Todo eso cambió dramáticamente con la amputación de su pierna. Ahora tenía muchas dificultades para caminar. Además temía que los demás pudieran empujarlo, con o sin intención, y que terminara entonces cayendo al piso, con la humillación que podría sentir y con riesgos de sufrir una lesión física. O que otros, con peores intenciones, aprovecharan su situación para agredirlo. Prefirió entonces no volver a estar solo en lugares públicos pues se sentía vulnerable. Las calles que antes transitaba seguro y sin miedo se tornaron temibles y amenazantes. Y entonces Juan, con su natural sabiduría, me dijo: Rodrigo, sólo ahora realmente entiendo los miedos de las mujeres a ser acosadas o violadas porque sólo ahora siento una vulnerabilidad similar.
Este hombre, bondadoso y sensible, que por carácter estaba contra todas las discriminaciones y agresiones y era entonces una suerte de feminista natural, me reconocía que antes de su amputación nunca había entendido los temores de las mujeres. Creo que casi todos los hombres tenemos una dificultad semejante: no logramos comprender cuán incapacitante puede ser para las mujeres el temor al acoso o a la violación porque los hombres no solemos temer ser acosados o violados.
Esto es muy grave, como me lo mostró Juan cuando me dijo: Me siento vulnerable no tanto por haber perdido una pierna sino porque los demás no entienden lo que es estar amputado. Si lo comprendieran y me facilitaran las cosas, mis temores desaparecerían y ya no me sentiría vulnerable.
Sus palabras representaron para mí una doble enseñanza: que debemos aprender a tener una gran sensibilidad frente a las necesidades especiales de las personas con discapacidades; y que los hombres debemos comprender cuáles son nuestras actitudes, a veces inconscientes pero a veces voluntarias, que hacen que las mujeres teman ser violadas o acosadas. Obviamente con el fin de modificar esas actitudes. Las mujeres no son vulnerables. Somos nosotros quienes las hacemos sentir vulnerables con nuestras agresiones o con nuestros silencios frente a las agresiones de otros hombres.