Sin derecho al desencanto
Rodrigo Uprimny Yepes junio 1, 2014
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Hay elecciones que son rutinarias pues no implican grandes cambios. Pero hay otras que son decisivas pues marcan el destino de una sociedad por décadas.
Hay elecciones que son rutinarias pues no implican grandes cambios. Pero hay otras que son decisivas pues marcan el destino de una sociedad por décadas.
Y en esos momentos críticos, la pasividad, el desencanto o las vacilaciones de los sectores democráticos y progresistas pueden tener resultados trágicos.
Un ejemplo perturbador fueron las elecciones parlamentarias en 1932 en Alemania. El nazismo era el partido más votado, con un tercio de las curules.
Pero Hitler no tenía mayoría, por lo cual no podía hacerse nombrar canciller. El centro y la izquierda hubieran podido formar un gobierno de coalición y tal vez hubieran bloqueado a Hitler. Pero, por las divisiones entre socialistas y comunistas, no pudieron hacerlo. En enero de 1933, el presidente Hindenburg terminó entonces nombrando como canciller a Hitler, quien, aprovechando los poderes de excepción, acabó con la democracia en pocos meses.
La división de la izquierda en 1932 permitió que los nazis llegaran al poder, aunque nadie de izquierda hubiera votado por Hitler.
Un ejemplo tranquilizador fue la elección presidencial en Francia en 2002. Pasaron a la segunda vuelta Chirac, el candidato de la derecha republicana, y Le Pen, el líder de la ultraderecha. Ningún candidato de la izquierda pasó pero, frente al peligro de que Le Pen llegara al poder y afectara gravemente la democracia, los socialistas, los comunistas y los verdes no se abstuvieron sino que votaron masivamente por Chirac, pero precisando que no por ello apoyarían su gobierno. Chirac, con el voto de la derecha republicana y de una izquierda unida contra la extrema derecha, ganó la presidencia y la democracia francesa se mantuvo.
Hoy Colombia vive una de esas elecciones cruciales pues la diferencia entre la extrema derecha de Zuluaga y la derecha de Santos no es menor. Sus programas económicos tienen semejanzas, sin ser idénticos, pero sus visiones políticas son muy diversas en temas claves, como la búsqueda de la paz negociada, el reconocimiento de las víctimas y el respeto al Estado de derecho, a la oposición y al pluralismo.
El triunfo de Zuluaga y del uribismo no sólo acabaría el proceso de paz, sino que desmontaría además lo que nos queda de Estado de derecho. Piensen no más en que el próximo presidente nombrará a tres de los nueve magistrados de la Corte Constitucional.
Muchos colombianos sienten desgano y desencanto para esta segunda vuelta y están tentados a quedarse en la casa el 15 de junio o a votar en blanco, pues ninguno de los dos candidatos los seduce. Entiendo ese sentimiento pues en la primera vuelta no voté por ninguno de ellos, por su insensibilidad frente a la igualdad. Pero Santos y Zuluaga no son para nada iguales y esta elección es crucial y no rutinaria. Siento entonces que no tengo derecho al desencanto y debo participar. Y que un voto en blanco no ayuda a evitar el retorno del uribismo. Y por ello votaré por Santos, por la defensa del Estado de derecho y con la esperanza de una paz negociada.