Sobre nuestra historia
Mauricio García Villegas Agosto 3, 2014
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Eduardo Posada Carbó criticó con dureza lo que dije hace un par de semanas sobre el 20 de julio.
Eduardo Posada Carbó criticó con dureza lo que dije hace un par de semanas sobre el 20 de julio.
Siempre me ha parecido que Posada discute de manera ilustrada y ponderada. En esta ocasión, sin embargo, me parece que perdió su serenidad habitual. Lo digo por el tono de maestro impaciente que utiliza para refutarme: sostiene que lo que escribo sobre la Patria Boba es un lugar común que casi no merece ser discutido y se declara frustrado al ver que personas como yo repiten, como loros, el mismo estribillo en contra de ese período de nuestra historia.
Voy a esquivar este lenguaje antipático para ir al punto central de lo que creo son nuestras diferencias.
Soy consciente de la revalorización que existe de la Patria Boba en los círculos historiográficos. Más aún, hace un par de años me correspondió hacer la presentación del libro de María Teresa Calderón y Clément Thibaud (La majestad de los pueblos en la Nueva Granada y en Venezuela) que hace parte de ese esfuerzo de recuperación. Creo que esos estudios son importantes e incluso podrían justificar el hecho de que no se hable más de “Patria Boba” sino de “Primera República”.
Sin embargo, como lo dije en debates anteriores con Posada Carbó, sigo creyendo que a esta historiografía le hace falta sociología política. Sus autores se quedan en el análisis de los discursos, las intenciones y los textos legales, sin reparar en los contextos de producción de esos idearios y sin ver la brecha que existe entre lenguaje y realidad. Vista así, desde los idearios, la historia parece más liberal y más democrática de lo que realmente es. Esto pasa, por ejemplo, cuando sobre los indígenas sólo se lee lo que dijeron los filósofos españoles de la escuela de Salamanca (como lo hacía Alfonso López Michelsen) o cuando sobre la democracia sólo se miran la frecuencia de nuestros eventos electorales (como lo hace Malcolm Deas); en ambos casos la realidad se confunde con el deseo de realidad o, como diría Bourdieu, las cosas de la lógica se confunden con la lógica de las cosas.
Pero la intención que tuve en mi columna no fue atacar la Patria Boba, como dice Posada, sino mostrar nuestra incapacidad histórica para superar diferencias, evitar las guerras y construir un destino común. Lo de la Patria Boba sólo me pareció una buena metáfora para ilustrar esa incapacidad y sobre todo para mostrar lo absurda y destructora que ha sido la violencia en Colombia, y en particular el conflicto guerrillero, que lleva 50 años y que va a terminar (si termina) en unas reformas sociales que habrían podido hacerse de manera pacífica. En otros países la guerra jugó un papel fundamental en la construcción del Estado nacional. En Colombia, en cambio, la guerra ha sido degradante y contraedificante.
Para decir esto me apoyé en una larga tradición de estudios sociohistóricos entre cuyos autores clásicos están Charles Tilly, Barrington Moore, Norbert Elías, Miguel Ángel Centeno y Fernando López-Alves. Este año se han publicado dos importantes libros colombianos que, a mi juicio, hacen parte de esta tradición: Poder y violencia en Colombia, de Fernán González, y El orangután con sacoleva, de Francisco Gutiérrez.
Tal vez la conclusión que saco de todo esto es que tenemos que mejorar la comunicación entre quienes se interesan por estudiar la historia de las constituciones y de los imaginarios políticos, y quienes se interesan por estudiar la historia de la formación del Estado. Y con esto no sólo me refiero a leer lo que los otros escriben, sino también al hecho de no perder la serenidad cuando se discute.