Tras la renuncia
César Rodríguez Garavito febrero 19, 2016
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Nos vamos habituando a que cada día traiga su renuncia. Primero el defensor del Pueblo, luego el viceministro del Interior, ahora el director de la Policía Nacional.
Nos vamos habituando a que cada día traiga su renuncia. Primero el defensor del Pueblo, luego el viceministro del Interior, ahora el director de la Policía Nacional.
Cada quien clama por la salida del infractor desde su esquina. La novedad es el éxito: las indignaciones individuales ahora crecen como bolas de nieve en las redes sociales y desestabilizan a los poderosos, ejerciendo el control ciudadano que no hacen ni las instituciones ni la vergüenza propia.
Desde esta esquina he argumentado a favor del deber de renunciar. También he celebrado el potencial transformador de las redes. Pero confieso que tengo un sinsabor creciente con el día después. Tras el retiro del defensor, ¿qué fue del debate sobre el acoso sexual? Cuando el video viral de ayer sea desplazado por el de mañana, ¿qué quedará del “llamado urgente” a reformar la Policía?
Pareciera que el activismo virtual destruye mejor de lo que construye. La primavera egipcia tumbó a Mubarak, pero el impulso democrático aupado por Facebook nunca cuajó y terminó a los pies de los nuevos dictadores. El fogonazo global de Occupy se extinguió sin dejar cambios tangibles en la mayoría de los países. “Que se vayan todos” cabe en 140 caracteres, pero no una propuesta sobre lo que sigue cuando todos hayan renunciado.
No quiero minusvalorar la protesta en línea. El poder de las redes para conectar personas dispersas es quizás la novedad democrática más interesante de este siglo, la respuesta contemporánea al dilema clásico de acción colectiva de los movimientos sociales. Pero quisiera invitar a otros ciberentusiastas a pensar en el fantasma que acecha a frustrados líderes de revoluciones virtuales como Wael Ghonim, el ingeniero de sistemas egipcio que disparó la primavera árabe con un video en Facebook.
Hoy Ghonim reconoce que “no logramos construir un consenso y la lucha política llevó a una polarización profunda”. Dice que el fracaso tuvo que ver con las mismas redes sociales: las píldoras de Twitter tienden a ser más proclamas que argumentos, pullas antes que propuestas. Los activistas terminaron insultando y bloqueando en las redes a opositores y antiguos compañeros de lucha por igual.
Temo que algo parecido nos esté pasando, no solo con las renuncias sino con otros logros ciudadanos como la defensa de los páramos y diversas causas ambientales. Una ola virtual celebra el fallo que ordena frenar la minería en los páramos y concertar con las autoridades locales los grandes proyectos mineros en otras zonas, todo lo cual pone a tambalear la política ambiental. Pero ni el Gobierno ni la sociedad civil hacen la tarea reconstructiva: diseñar un procedimiento para concertar esos proyectos, como lo pide la Corte. El resultado puede ser una esfera pública polarizada, que salta de un escándalo a otro y pasa de largo por los problemas de fondo.
Ghonim abandonó las redes y diseñó un nuevo sitio que promueve el debate razonado (Parlio.com). Creo que otra opción es una división del trabajo dentro de la sociedad civil, entre los especialistas de la denuncia valiente y los de la propuesta paciente. Para que tengamos algo que decir el día después.