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Trump derechos humanos

Los derechos humanos no son la Ășnica herramienta necesaria para defender la dignidad individual y la justicia social frente al ascenso de los nacionalismos iliberales. | Darren Halstead, Unsplash

La presidencia de Donald Trump crea riesgos y desafĂ­os muy serios para los derechos humanos. Pero puede tener un inesperado efecto positivo: llevar al movimiento de derechos humanos a hacer transformaciones en su arquitectura y sus estrategias que eran indispensables incluso antes de Trump, y que ahora se han vuelto urgentes.

La presidencia de Donald Trump crea riesgos y desafĂ­os muy serios para los derechos humanos. Pero puede tener un inesperado efecto positivo: llevar al movimiento de derechos humanos a hacer transformaciones en su arquitectura y sus estrategias que eran indispensables incluso antes de Trump, y que ahora se han vuelto urgentes.

Ante el declive del orden global angloamericano asociado con Brexit, Trump y la proliferaciĂłn de nacionalismos iliberales alrededor del mundo, las respuestas de muchos analistas y practicantes se han aglutinado en dos extremos: el escepticismo y el defensivismo. Los escĂ©pticos anuncian la “agonĂ­a” del proyecto internacional de los derechos humanos, basados en una visiĂłn segĂșn la cual dicho proyecto fue impuesto por EuroamĂ©rica al resto del mundo. Desde esta visiĂłn, el fin de la Pax Americana serĂ­a tambiĂ©n el del movimiento, como ha escrito Stephen Hopgood. El trabajo de Hopgood es tan provocador como inexacto, porque olvida que el rĂ©gimen global de derechos humanos fue construido en parte con las ideas y la presiĂłn de estados y movimientos del Sur global, desde aquellos que crearon la DeclaraciĂłn Americana de Derechos y Deberes del Hombre de 1948 hasta los paĂ­ses poscoloniales que impulsaron los tratados contra la discriminaciĂłn racial y religiosa en los años sesenta.

Los escĂ©pticos se basan tambiĂ©n en una lectura incompleta del impacto global del movimiento, hecha con frecuencia desde la perspectiva de la experiencia singular de los Estados Unidos. Por ejemplo, incluso si Samuel Moyn tiene razĂłn cuando argumenta que el impacto del derecho internacional en la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos es insignificante, generalizar este anĂĄlisis al resto del mundo es empĂ­ricamente insostenible. Su aseveraciĂłn va en contra de la abundante evidencia que muestra que la formaciĂłn e implementaciĂłn de normas internacionales como la DeclaraciĂłn de Durban o la ConvenciĂłn Internacional sobre la EliminaciĂłn de todas las Formas de DiscriminaciĂłn Racial, en combinaciĂłn con movilizaciĂłn polĂ­tica y legal, han hecho contribuciones clave a la causa de la justicia racial en paĂ­ses de todo el mundo. En tĂ©rminos mĂĄs generales, los escĂ©pticos angloamericanos tienden a perder de vista un sinnĂșmero de procesos de “vernacularizaciĂłn” a travĂ©s de los cuales los derechos humanos internacionales se han incorporado a constituciones nacionales, polĂ­ticas pĂșblicas, decisiones judiciales, y discursos y acciones de los movimientos sociales locales.

Pero reconocer que la historia y los logros son mĂĄs ricos de lo que sugieren los escĂ©pticos no implica negar que las tĂĄcticas de derechos humanos dominantes bajo el orden euroamericano han tenido fallas serias. Tampoco implica ignorar que, con el declive de dicho orden mundial, las tĂĄcticas convencionales serĂĄn aĂșn mĂĄs insuficientes, e incluso pueden ser contraproducentes.

En un mundo multipolar, ya venĂ­a en descenso la eficacia de acudir a Washington para que, en un efecto “bumerĂĄn”, el gobierno estadounidense presionara a sus contrapartes del Sur a cumplir con los derechos humanos internacionales (al tiempo que Washington se eximĂ­a de hacerlo). Si Trump cumple sus promesas de campaña –atizando el nacionalismo y violando derechos bĂĄsicos de grupos vulnerables como minorĂ­as religiosas y raciales—, terminarĂĄ por quitarles la eficacia y legitimidad que les quedan a las estrategias centradas en Washington.

MĂĄs aĂșn, el nuevo contexto ejercerĂĄ una presiĂłn considerable sobre las fracturas y puntos ciegos de la arquitectura contemporĂĄnea del campo de derechos humanos: la concentraciĂłn de poder y fondos en ONG internacionales enfocadas en presionar los centros de poder en el Norte global, las dificultades de estas ONG para colaborar horizontalmente con las organizaciones del Sur Global y asumir agendas prioritarias para estas (como la justicia econĂłmica y los derechos sociales), la insuficiente conexiĂłn entre ONG profesionales y movimientos sociales, y el dominio desmedido del discurso y las estrategias jurĂ­dicas. De ahĂ­ que la segunda respuesta –la defensa y el reforzamiento del status quo del movimiento—tampoco es aconsejable para enfrentar los retos de la era Trump.

Los activistas y analistas de derechos humanos deberĂ­amos haber enmendado estas fisuras en tiempos de relativa normalidad. Ahora tendremos que hacerlo en tiempos extraordinarios, con la dificultad adicional de estar enfrentando por doquier medidas contra las organizaciones de la sociedad civil, incluyendo en Estados Unidos y Europa.

Esta reconstrucción reflexiva del movimiento es un camino intermedio entre el escepticismo y el defensivismo. Propongo dos pasos para abonarlo. En primer lugar, desde el punto de vista analítico, hay que ampliar la visión sobre el pasado y el presente de los derechos humanos para tomar en cuenta las ideas y las pråcticas muy diversas que estån disponibles en el campo. Mediante iniciativas   que van desde acciones directas hasta litigios, pasando por campañas virtuales y reformas constitucionales nacionales, las organizaciones y movimientos de todo el mundo han incorporado a sus contextos las normas y discursos internacionales de derechos humanos y expandido sus límites para incluir luchas por la justicia distributiva.

Por ejemplo, en un proyecto de investigación-acción de varios años, he estudiado cómo los pueblos indígenas de las Américas han expandido el significado y el impacto de su derecho a ser consultados sobre proyectos o leyes que los afectan. Aunque inicialmente el Convenio 169 de la OIT concebía la consulta en términos procedimentales-liberales y no daba a los pueblos indígenas el poder de vetar acciones que fueran contra sus territorios o su cultura, en la pråctica las organizaciones indígenas y sus aliados han promovido exitosamente una interpretación mås colectiva y sustantiva del derecho. Reinterpretados de esta manera, el lenguaje y las acciones de derechos humanos han sido las herramientas mås eficaces para cuestionar las economías extractivas y luchar contra el cambio climåtico en lugares tan distintos como el territorio del pueblo sarayaku en la Amazonia ecuatoriana o, recientemente, en los territorios sioux en Dakota del Norte (EE.UU).

Algo similar ha sucedido en el åmbito de los derechos socioeconómicos. Aunque inicialmente generaron dudas entre académicos y defensores de derechos humanos en el norte global, los esfuerzos de ONG, movimientos sociales y académicos principalmente en el sur han logrado incorporar estos derechos al repertorio legal y político del movimiento. Y en casos que cubren la gama desde campañas para limitar las patentes y promover el acceso a las medicinas en Sudåfrica, hasta la regulación de las cadenas de producción y distribución de alimentos en India, pasando por un movimiento emergente por la justicia tributaria, los actores y herramientas de derechos humanos han contribuido a movimientos sociales mås amplios contra la desigualdad y el mercado desregulado.


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En segundo lugar, desde el punto de vista estratĂ©gico, es importante construir sobre iniciativas de colaboraciĂłn transnacional promisorias para contrarrestar la asimetrĂ­a del campo, asimetrĂ­a que los escĂ©pticos critican con razĂłn. Un orden geopolĂ­tico multipolar requiere estrategias de activismo mĂĄs descentralizadas y colaborativas. Como escribĂ­ en un artĂ­culo en openGlobalRights, han sido particularmente exitosas las estrategias de “bumeranes mĂșltiples”, consistentes en acciones coordinadas entre varias organizaciones en distintos paĂ­ses para poner presiĂłn simultĂĄnea sobre los gobiernos a los que tienen acceso. En algunas ocasiones se trata de alianzas entre organizaciones nacionales, como en la campaña que bloqueĂł los ataques de los estados latinoamericanos contra el Sistema Interamericano de Derechos Humanos. En otras ocasiones se basan en trabajo transnacional coordinado por una red de organizaciones nacionales e internacionales, como CIVICUS, INCLO o la Red DESC.

Los derechos humanos no son la Ășnica herramienta necesaria para defender la dignidad individual y la justicia social frente al ascenso de los nacionalismos iliberales. El proverbial martillo no debe hacer que todos los problemas se vean como puntillas. Pero serĂ­a un error arrojarlo por la borda, mucho mĂĄs cuando el bote requiere reparaciones urgentes en medio de la tempestad.

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