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Hace un año terminó la edad de la inocencia en internet, cuando Edward Snowden reveló los secretos de la agencia con acceso a los secretos de todos los demás.

Hace un año terminó la edad de la inocencia en internet, cuando Edward Snowden reveló los secretos de la agencia con acceso a los secretos de todos los demás.

Hoy sabemos que la National Security Agency (NSA) de Estados Unidos, para la que trabajaba Snowden, espiaba la vida digital de millones de personas, incluyendo las presidentas de Alemania y Brasil.

Aprendimos que somos colaboradores voluntarios de quienes están interesados en nuestros datos privados: los gobiernos que los quieren vigilar, las empresas que los quieren vender y los delincuentes que buscan clonar nuestra identidad virtual. Los celulares que cargamos delatan nuestra ubicación y nuestros contactos; son “micrófonos conectados” que pagamos por llevar sobre nosotros, como lo dijo Snowden en la formidable entrevista que acaba de darle a The Guardian. Conocemos, o deberíamos conocer, que lo facilitamos todo con nuestro candor digital: claves predecibles y repetitivas, correos electrónicos enviados a listas masivas de personas, y confianza ciega en empresas como Google, Skype, Facebook, Dropbox, Twitter y un largo etcétera, que pueden usar nuestra información con pocas restricciones, o entregarla a los gobiernos sin nuestro consentimiento.

Ahora sabemos que el derecho a la privacidad, que creíamos resuelto, debe ser actualizado para la era digital. Fue inventado para resguardar información análoga —documentos físicos, cartas impresas—, pero se queda corto para los medios electrónicos. Por eso los organismos de seguridad necesitan una orden judicial para entrar a un hogar o una oficina a inspeccionar archivos físicos, pero no para exigirles a compañías de internet que entreguen información sobre sus clientes, como qué páginas web visitan o con quiénes interactúan en redes sociales.

Despertar la conciencia global y poner la privacidad en el centro del debate: esos son los logros notables de Snowden en este año, las razones por las cuales la ONU lo celebra como líder de derechos humanos y el gobierno de EE.UU. lo busca para juzgarlo.

Pero la conciencia de los riesgos no se ha traducido en acciones para proteger el derecho a la privacidad. Ni en EE.UU. ni en otros países han sido reformadas las leyes que permiten a los organismos de inteligencia espiar masivamente por internet, como quien busca una aguja en un pajar. Tampoco se han creado normas que concilien adecuadamente la seguridad nacional y la privacidad digital, en parte porque los legisladores y los jueces conocen poco de las nuevas tecnologías.

Entre tanto, las empresas de internet son renuentes a mejorar la protección de los datos de sus clientes, para no perder las ganancias o el poder que vienen con la información. Por ejemplo, se resisten a adoptar la política de “conocimiento cero”, que les permitiría continuar prestando sus servicios pero renunciando a acceder a datos privados o compartirlos con los gobiernos.

Por eso Snowden respondió con una sonrisa sarcástica cuando le preguntaron si usaba Gmail o Skype, como reaccionando a un mal chiste. Y recordó que Dropbox, la empresa a la que tantos hemos confiado nuestros archivos, tampoco garantiza la privacidad de los datos y acaba de nombrar en su junta directiva a Condoleezza Rice, conocida por su apoyo a programas de espionaje electrónico.

Por eso son cada vez más los que renuncian a los servicios que los vigilan y se pasan a otros que encriptan la información y protegen la privacidad. Por mi parte, pienso salir de la edad de la inocencia retirándome de Dropbox y buscando reemplazos seguros para todo lo demás.

Consulte la publicación original, aquí.

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