Un debate importante
Mauricio García Villegas marzo 21, 2021
Esta semana hubo una discusión interesante entre los columnistas Héctor Abad y Sandra Borda que no debería quedar en el olvido envenenado de las discordias personales. | Carlos Ortega, EFE
¿Se justifica quemar una iglesia o una clínica, como medio de lucha política? ¿Conviene esa violencia a los fines del movimiento feminista?
¿Se justifica quemar una iglesia o una clínica, como medio de lucha política? ¿Conviene esa violencia a los fines del movimiento feminista?
Esta semana hubo una discusión interesante entre los columnistas Héctor Abad y Sandra Borda que no debería quedar en el olvido envenenado de las discordias personales. Dice Héctor en su columna que después de salir de la librería Merlín, en el centro de Bogotá, donde compró libros de sor Juana Inés de la Cruz y Madame de Staël, dos de sus feministas más admiradas, se encontró con un desfile de mujeres firmes que lanzaban proclamas contra el machismo; “son las herederas de Staël”, se dijo Héctor con ilusión. Pero luego se encontró con otro grupo de mujeres enardecidas que estaban intentando quemar la iglesia colonial de San Francisco y entonces pensó que aquello era inaceptable, que la Iglesia y sus jerarcas tienen derecho a pensar que el aborto es malo y que si queremos convivir en paz necesitamos condenar no solo a los fanáticos religiosos que queman clínicas en las que se practican abortos, sino a las “fanáticas abortistas” que queman iglesias en las que trabajan los curas que promueven la prohibición del aborto.
Sandra Borda, por su parte, molesta por la expresión “fanáticas abortistas”, dice que Héctor desconoce las asimetrías propias de este debate: por un lado, la Iglesia y el Estado, apoltronados en su poder de siempre, y, del otro lado, las mujeres silenciadas y confinadas en sus casas. Ante semejante desequilibrio, critica la postura liberal que consiste en defender las posiciones de todos por igual.
Sandra tiene razón en lo siguiente: 1) lo de “fanáticas abortistas” no es un buen calificativo para este debate, 2) se trata de una pelea desequilibrada que explica la exasperación y la impaciencia de algunas feministas, y 3) el énfasis excesivo de algunos liberales en la defensa del derecho a opinar puede fomentar el relativismo moral y la falta de compromiso con las causas justas.
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Pero Héctor no está en desacuerdo con estos puntos, al menos no con los dos últimos. Su columna solo tiene el propósito de criticar la violencia, en ese caso el intento de quema de la iglesia, como parte de la lucha política. Por eso sorprende que Sandra, quizás molesta por el uso de algunas palabras, no se refiera directamente al argumento central que plantea Héctor.
Lo pongo en mis propios términos. En este debate hay dos preguntas relevantes: 1) ¿se justifica quemar una iglesia o una clínica, como medio de lucha política? 2) ¿Conviene esa violencia a los fines del movimiento feminista? Si solo una de estas dos preguntas tiene una respuesta negativa, la crítica a la violencia se justifica.
Sandra Borda, como muchas personas en el movimiento feminista, parece responder afirmativamente a la primera pregunta. En su opinión, ante la fuerza bruta del establecimiento no se les puede pedir a las mujeres que susurren. Héctor no está de acuerdo y piensa que entre el susurro y la gasolina hay muchas alternativas posibles.
Ahora bien, ¿acaso responder afirmativamente a la primera pregunta, sobre la violencia, implica responder de la misma manera a la segunda, sobre la conveniencia? No; en esta última se plantea un asunto empírico de causalidad entre violencia y éxito del movimiento, que es independiente de la valoración moral que uno hace de la violencia. El primero es un dilema moral y el segundo, un problema fáctico.
Yo, por mi parte, respondo negativamente a las dos preguntas. A la primera, por razones morales y a la segunda, por razones prácticas, por eso estoy de acuerdo con Héctor. Pero ambas cosas son debatibles y esta discusión, sobre todo cuando se trata del problema de la conveniencia, la deberíamos adelantar de manera reposada, sin muchos adjetivos, con datos y pensando en el bien de la causa feminista.