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Hay dos caminos políticos hacia una revisión del acuerdo de paz. Uno es un nuevo Frente Nacional que, como en 1957, sea un pacto a puerta cerrada entre dos facciones de la clase política (el santismo y el uribismo), esta vez suplementado por un acuerdo con las Farc.

Hay dos caminos políticos hacia una revisión del acuerdo de paz. Uno es un nuevo Frente Nacional que, como en 1957, sea un pacto a puerta cerrada entre dos facciones de la clase política (el santismo y el uribismo), esta vez suplementado por un acuerdo con las Farc.

La otra es un frente amplio jalonado por la gran mayoría de ciudadanos, que rechazan el regreso a la guerra y no quieren ni una sola víctima más, sin importar si votaron o se quedaron en sus casas, o si apoyaron el Sí o el No.

Las marchas estudiantiles del miércoles, que no se veían desde hace 25 años, mostraron que hay con qué armar un frente amplio por la paz (FAP). El mismo día, las reuniones en Palacio recordaron que, sin presión ciudadana, el gobierno y la oposición se encaminan a ritmo glacial hacia otro pacto de Sitges, con la mira puesta en la repartición del poder en 2018 tanto o más que en la paz.

El plebiscito dejó claro que una foto de Santos, Uribe y Rodrigo Londoño es una condición necesaria para el fin de la guerra. Pero no es una condición suficiente, porque excluye a los votantes de los dos lados y los abstencionistas que no se identifican con ninguna de las tres partes. Y porque deja intocadas las fracturas sociales y morales de la guerra, que son las barreras más altas para la paz, como ha escrito el padre Francisco de Roux.

Por eso creo que, aunque duro de absorber, el golpe de realidad del plebiscito puede terminar siendo benéfico no sólo para lograr ajustes específicos al acuerdo con las Farc que respondan las preocupaciones de los votantes del No y los abstencionistas sobre asuntos como la justicia y la participación política. Si lleva a la consolidación de un FAP, puede incluso ayudar a tender puentes entre sectores ciudadanos que presionen un pronto acuerdo y vigilen su implementación.

Un FAP tendría que comenzar con dos pasos. El primero es una consigna común: ni una víctima más. Es lo que vienen diciendo los estudiantes, las iglesias pacifistas, el movimiento indígena y varios otros desde el lunes. El segundo es el paso difícil, hasta doloroso, de salir de las cámaras de eco de las redes sociales y círculos en los que nos encontramos solo con los que piensan como uno.

Habría que pasar menos tiempo aguardando la última noticia de los encuentros Santos-Uribe-Farc, y más tiempo escuchando y entendiendo a quienes piensan distinto pero quieren la paz. Si usted es universitario y votó por el Sí, hable con compañeros que votaron No y están saliendo a las marchas contra la vuelta a la guerra. Si es creyente y votó No, escuche a sus correligionarios que votaron Sí pero están dispuestos a considerar sus reparos. De mi lado, voy a pasar la mayor parte del tiempo tratando de encontrar puntos comunes con escépticos y opositores del pacto: reconociendo que hay cosas por mejorar, pero mostrando también que el acuerdo tiene avances fundamentales, como facilitar el tipo de participación política que se ve en las marchas, que deben continuar.

No va a ser fácil. Ciertamente es menos riesgoso seguir enconchado en las certidumbres y resentimientos propios. Pero si no damos esos pasos, no esperemos que los políticos y los guerreros los den por nosotros.

De interés: Paz / Plebiscito

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