Un voto ético
Rodrigo Uprimny Yepes agosto 28, 2016
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La paradoja del plebiscito es que la decisión sobre nuestra guerra, que ha sido esencialmente rural, dependerá probablemente del voto urbano, que es mayoritario.
La paradoja del plebiscito es que la decisión sobre nuestra guerra, que ha sido esencialmente rural, dependerá probablemente del voto urbano, que es mayoritario.
Esta inequidad nos impone a todos, pero especialmente a quienes vivimos en las ciudades, un deber ético en este plebiscito, que será nuestra decisión política más importante en mucho tiempo. Debemos esforzarnos por ir más allá de nuestros propios intereses, gustos y disgustos. Debemos esforzarnos por que nuestro voto no dependa de caprichos momentáneos o de odios arraigados, sino que responda a una visión global sobre las bondades y defectos del acuerdo para el país en su conjunto, y en especial para las poblaciones rurales, que son las que más sufrirían si la guerra persiste.
Nuestro voto tiene entonces que ser esencialmente ético, lo cual tiene múltiples implicaciones, pero, por limitaciones de espacio, me concentro en tres.
No podemos quedar atrapados en la polarización Santos-Uribe ni en el apoyo o rechazo al gobierno Santos, pues no estamos en un “plebisantos”. Un voto favorable en el plebiscito es la refrendación del acuerdo alcanzado por el Gobierno con las Farc, pero no implica un apoyo global a Santos, frente al cual uno puede tener profundas discrepancias.
No podemos tampoco quedar atrapados por nuestros sentimientos hacia las Farc. Uno puede ser muy crítico de las Farc, como es mi caso, y sin embargo votar favorablemente el plebiscito, pues este voto afirmativo no implica un respaldo a las Farc, sino un apoyo a este acuerdo de paz como una salida razonable a esta larga y cruenta guerra.
Y tenemos que ser conscientes de las dramáticas consecuencias del plebiscito: el triunfo del Sí no asegura la paz con las Farc, pero la hace altamente probable, pues la legitimidad democrática de la refrendación daría una cierta irreversibilidad al proceso. El triunfo del No puede no implicar el retorno de la guerra, pero es altamente probable que eso ocurra, pues no sólo el acuerdo alcanzado después de cuatro años de muy complejas negociaciones es difícilmente mejorable, sino que, además, el gobierno Santos y el liderazgo de las Farc perderían casi todo el espacio político para reanudar una negociación. La ruptura del proceso difícilmente podría evitarse.
Todo lo anterior tiene una consecuencia metodológica: el voto será sobre el conjunto del acuerdo, y es normal que así sea, pues un pacto de paz es una totalidad inescindible. Nuestro voto no puede entonces dejarse arrastrar por algún punto aislado del acuerdo que nos indigne o por otro que nos seduzca, sino que debemos esforzarnos por hacer una valoración global del acuerdo, pues de nuestra decisión dependerá el futuro del país y en especial aquel de las poblaciones rurales. La pregunta que debemos responder es entonces la siguiente: ¿es este acuerdo globalmente considerado suficientemente digno que decido apoyarlo, en nombre de una paz altamente probable? ¿O es el acuerdo globalmente considerado tan indigno e injusto que lo rechazo, a pesar de saber que será casi inevitable que retorne una guerra particularmente cruel con las poblaciones rurales?