Untados por la misma grasa
Carlos Andrés Baquero enero 26, 2015
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La siembra de palma de aceite genera, por lo menos, dos problemas: uno en relación al ambiente y otro con las personas.
La siembra de palma de aceite genera, por lo menos, dos problemas: uno en relación al ambiente y otro con las personas.
¿Qué tienen en común el jabón que usamos en la ducha, la mantequilla que le ponemos al pan o el colorete para nuestros labios? Todos estos productos, sólo por poner un par de ejemplos, tienen como ingrediente principal el aceite de palma. Esta sustancia se encuentra en aproximadamente el 50% de los productos que compramos en el supermercado, pero ¿qué sabemos de la producción del aceite?
El aceite de palma es un derivado de la palma elaeis guineensis, que aunque es originaria de África occidental, se ha expandido por todo el Sur Global. A finales del siglo XIX la semilla de la palma entró en el sudeste asiático a través de Sumatra y Malasia. En América Latina hay rastros de que las personas que fueron esclavizadas por la corona portuguesa, trajeron la semilla a Brasil para extraer un ingrediente central para muchas de sus recetas. Desde ese momento, la producción de palma de aceite ha venido en aumento, teniendo el punto más alto en la segunda mitad del siglo XX.
En 1964 la producción se concentraba en África occidental, especialmente en Nigeria, República Democrática del Congo y Camerún, y en el sudeste asiático en Malasia e Indonesia. Veinte años después, la participación de América Latina se hizo más fuerte con el crecimiento de las plantaciones en Colombia, Honduras y Ecuador. Las cifras del año pasado muestran que el mayor productor es Indonesia con más de 6 millones de hectáreas sembradas. En segundo puesto está Malasia donde se estima que se está cosechando el 39% del aceite global. No obstante, las siembras siguen creciendo en el resto del Sur con la expansión de la palma en países como Brasil, Costa Rica y Costa de Marfil.
La siembra de palma de aceite genera, por lo menos, dos problemas: uno en relación al ambiente y otro con las personas.
¿Qué pasa con el ambiente? La producción de palma de aceite se da bajo la lógica del monocultivo. Por eso, los productores impulsan programas de deforestación para limpiar los terrenos y hacer los surcos. La deforestación pone en riesgo el agua y la biodiversidad, pues arrasa literalmente con todo lo que encuentra a su paso. Antes de sembrar la palma, miles de hectáreas son inundadas de buldóceres que preparan la tierra para hacer el trasplante de las palmas. Hoy en día, esta práctica tiene en riesgo el Parque Nacional de Gunung Leuser en Sumatra y ha llevado a un movimiento virtual a exigirle Pespsico que deje de utilizar aceite de palma en la producción de Doritos.
¿Qué pasa con las personas? La producción de palma ha modificado las economías rurales de muchos de los países del Sur Global. Los impactos que ha generado en los campesinos y pequeños propietarios van en dos sentidos. En primer lugar, la siembra de palma exige grandes extensiones de tierra y la inversión de altas cantidades de dinero, dos características que sólo pueden ser cumplidas por personas de altos recursos. Según Cenipalma, la rentabilidad de la palma se logra con extensiones que van desde las 3.000 hectáreas. A su vez, la primera cosecha se logra entre 6 y 7 años después de la siembra. Durante todo este periodo el pulmón financiero del agricultor debe ser lo suficientemente amplio como para invertir mucho dinero sin recibir ni un peso.
En segundo lugar, la siembra y producción del aceite de palma requiere de menos mano de obra que la producción de otros monocultivos. Por ejemplo, en Colombia, se estima que la producción de plátano demanda 8 trabajadores por cada 10 hectáreas cultivadas. En el caso de la palma la situación es más dramática pues se requiere tan sólo de 1 trabajador para las mismas 10 hectáreas. Con la llegada de la palma aumenta considerablemente el desempleo y los costos de los alimentos, pues estos son desplazados por la llegada de las aceiteras.
Por razones ambientales y sociales hay que volver a pensar en la producción de palma de aceite. Una mirada optimista del futuro muestra que a la sociedad civil nos quedan por lo menos dos puntos de presión. A los gobiernos hay que exigirles la pluralización de los proyectos agrícolas y el apoyo económico a los medianos y pequeños productores. De esa forma se puede reducir el desplazamiento de los pequeños agricultores por causa de la palma y las dinámicas que este producto ha impuesto en el campo.
A las empresas les debemos exigir que creen y cumplan estándares de producción que respeten los derechos humanos. En medio de todas las críticas, la Mesa Redonda de Aceite de Palma Sustentable (RSPO por sus siglas en inglés), un espacio de diálogo entre empresas y sociedad civil, ha puesto en debate cuáles son las lógicas que deben cambiar en el negocio de la palma para que la producción no viole derechos humanos. Este año hay que estar atentos a Unilever, la empresa dueña de entre otras Sedal, FAB, Dove y Rexona, que se comprometió a comprar aceite que cumpla con los estándares de producción. En caso de incumplir la promesa, como lo ha propuesto Uprimny, nos queda la movilización y el sabotaje a las empresas que sigan usando aceite manchado de violaciones al ambiente o a los derechos de los trabajadores.
Si no se toman acciones sobre la producción de palma, nuestras casas se seguirán llenado de nuevos olores, sustancias más humectantes y alimentos más grasosos mientras miles de campesinos son desplazados y los bosques y selvas se quedan sin gorilas, árboles, ni agua.