Falacia «ad hominem»
Mauricio García Villegas Septiembre 30, 2023
"El ataque ad hominem distrae a la audiencia redirigiendo la atención puesta en una denuncia inicial hacia otra denuncia". | EFE
Cada vez más es más frecuente usar la falacia ad hominem en el debate político colombiano para distraer y engañar a las audiencias, para desprestigiar la labor de control que ejercen las ONG y para deshonrar a quienes son críticos del poder político.
Cada vez más es más frecuente usar la falacia ad hominem en el debate político colombiano para distraer y engañar a las audiencias, para desprestigiar la labor de control que ejercen las ONG y para deshonrar a quienes son críticos del poder político.
El domingo pasado Rodrigo Uprimny publicó una columna en la que sostiene que el expresidente Álvaro Uribe debe asumir la responsabilidad moral y política por los llamados “falsos positivos”. Uribe y su abogado Jaime Granados salieron de inmediato a descalificar a Uprimny por ser, según ellos, abogado de Santos y de las FARC, por ser él y Dejusticia contratistas de la Comisión de la Verdad, y porque, agrega Uribe, Uprimny “podría ser uno de los responsables morales y políticos del terrorismo por sus posturas”.
Nada de eso es cierto. Las acusaciones son tan infundadas que no me voy a tomar el trabajo de desvirtuarlas. Lo que sí quiero decir es esto: si bien desde el punto de vista de la verdad son acusaciones absurdas, desde el punto de vista político pueden ser una estrategia exitosa que, por un lado, invalida al denunciante como interlocutor (como quien dice: “¿De qué me acusa si usted es peor?”) y, segundo, distrae a la audiencia del debate de fondo.
La estrategia no es nueva, por supuesto, y se le conoce como falacia ad hominem (contra la persona). Pero en los tiempos que corren, con el tipo de comunicación que se ha impuesto en las redes sociales y en el periodismo, cada vez más efímera, emocional y volátil, el uso de esta falacia se ha vuelto costumbre. El alcalde de Medellín, por ejemplo, respondió la semana pasada a la periodista Ana Cristina Restrepo, que lo cuestionaba por hechos de corrupción, en estos términos: de qué me habla, si usted ha sido pagada por el GEA y, por lo tanto, es una periodista comprada por intereses oscuros. La acusación de Quintero es falsa y, además, equivaldría a un silenciamiento colectivo de fechorías, como quien dice: “Si nadie está libre de culpas, que nadie tire piedras”.
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Cuando nada se profundiza, cuando la información se reduce a titulares o a hashtags, el ataque ad hominem distrae a la audiencia redirigiendo la atención puesta en una denuncia inicial hacia otra denuncia. Esta duplicidad aumenta la complejidad de la conversación, lo cual, en medio de la algarabía de las redes, tiene el efecto de sepultar la primera denuncia y de visibilizar la segunda. La mente humana procesa mejor lo simple y lo contundente, y por eso funciona aquello de “la mejor defensa es el ataque”, que tiene, entre otros efectos, el de mandar al olvido el ataque inicial.
La falacia ad hominem no solo invisibiliza, sino que induce al error lógico, porque hace creer que la acusación inicial es inválida. Es como si yo dijera: “Señor, no me acuse de mentiroso porque usted mismo me ha mentido en el pasado”. Pues no, una mentira no anula la otra; hay que tramitarlas por aparte, primero la primera y luego la segunda.
Otra versión del ataque ad hominem es descalificar a quien denuncia por tener un interés personal en el asunto que se ventila. En esta columna, por ejemplo, defiendo a Rodrigo Uprimny, quien desde hace muchos años es mi amigo y, como cofundadores de Dejusticia que somos, es también mi colega. ¿Esta relación estrecha me impide salir en su defensa? Pues no. Me obliga, eso sí, a ponerla de manifiesto, pero no a callarme. Otra cosa sería si estuviese dando una opinión sobre, digamos, la calidad de sus columnas. Pero lo que aquí hago no es eso, sino denunciar la falsedad de los hechos con los que se le quiere silenciar. Y, más allá de eso, lamentar el uso cada vez más frecuente que se hace de la falacia ad hominem en el debate político colombiano para distraer y engañar a las audiencias, para desprestigiar la labor de control que ejercen las ONG y para deshonrar a quienes son críticos del poder político.