Valentina: otra joven víctima de la siniestralidad vial
Rodrigo Uprimny Yepes Marzo 26, 2023
Señor presidente: hoy mueren más personas por la siniestralidad vial que por los actores armados. | J. M. García, EFE
Esto no puede seguir. No pueden morir así más Valentinas. Esta tragedia evitable de tantas muertes y vidas destrozadas por estos accidentes ha durado demasiado.
Esto no puede seguir. No pueden morir así más Valentinas. Esta tragedia evitable de tantas muertes y vidas destrozadas por estos accidentes ha durado demasiado.
Desde hace al menos dos décadas en Colombia mueren aproximadamente 7.000 personas al año por la siniestralidad vial, unas 19 en promedio cada día. Esa matazón es particularmente dolorosa porque casi la mitad de las víctimas son jóvenes. Es además una vergüenza porque la inmensa mayoría de estas muertes son evitables. Las políticas para reducir la siniestralidad existen y son conocidas a partir de la experiencia exitosa de otros países en combatirla, como lo mostré en mi última columna del año pasado: “La siniestralidad vial: una tragedia silenciosa”.
Sin embargo, a pesar de los valiosos esfuerzos de personas y organizaciones como Mary Bottagisio y la Liga Contra la Violencia Vial, esta tragedia no genera indignación, ni marchas, ni grandes discursos.
Nuestra indolencia tal vez se deba a que la estadística de 7.000 muertes al año, por terrible que sea, no conmueve. Quiero mostrar entonces el sufrimiento asociado a esta siniestralidad con una sola víctima, cuya muerte nos ha conmovido en la Universidad Nacional.
La semana pasada, Valentina Tamayo Pinzón, una estudiante de Derecho de 22 años, murió luego de ser atropellada violentamente por una moto, cuando salió de su casa a hacer mercado.
Es siempre una tragedia que la vida de cualquier joven sea truncada de esa manera. Esta muerte es aún más dolorosa porque Valentina era muy especial.
No fui cercano a ella, pero la recuerdo como una estudiante muy pila y que hacía intervenciones y preguntas muy valiosas. Otros colegas, como el profe Édgar Ardila, la conocieron de cerca. Valentina no sólo fue su monitora sino que además se vinculó a la Escuela de Justicia Comunitaria, que desde hace años Édgar lidera exitosamente. Me explicó que Valentina era una joven muy espiritual y tranquila, pero también tenía audacia, como haciendo honor a su nombre. Por eso la pandemia la atrapó en Tailandia, en donde realizaba un voluntariado pedagógico dando clases a niños.
Valentina puso su audacia al servicio de la solidaridad pues se comprometió con proyectos para fortalecer el acceso a la justicia de las mujeres, en especial de aquellas en situación de pobreza. También acompañaba a mujeres que salían de la cárcel a fin de apoyarlas en su complejo proceso de reinserción. Contribuía, además, a esfuerzos por construir justicia local en regiones apartadas y complejas, como Arauca.
Poco antes de morir, esta joven entusiasta escribió en su diario que agradecía participar en esas labores, aunque fueran difíciles y tuvieran algún peligro, porque su mayor felicidad en la vida era poder trabajar para los demás. Esta joven llena de vida, que asumía riesgos por ayudar a los demás, terminó tristemente atrapada por nuestra siniestralidad vial, en una actividad que no debería tener ningún peligro como ir a hacer mercado.
Esto no puede seguir. No pueden morir así más Valentinas. Esta tragedia evitable de tantas muertes y vidas destrozadas por estos accidentes ha durado demasiado.
Señor presidente: usted ha dicho que quiere hacer de Colombia una potencia de la vida. Pero no le hado la prioridad que amerita a la lucha contra la siniestralidad vial. En las bases de su Plan Nacional de Desarrollo, que tiene más de 340 páginas, hay sólo dos cortos párrafos sobre este tema y las metas planteadas son pobres: reducir las muertes de 7.238 en 2021 a 5.720 al final de su cuatrienio.
Señor presidente: hoy mueren más personas por la siniestralidad vial que por los actores armados. Honre la memoria de jóvenes como Valentina y haga de la lucha contra la siniestralidad vial una prioridad tan importante como la paz total. Sería además una forma de aliviar un poco el inmenso dolor de los padres y la hermana de Valentina, pues en cierta forma seguiría en lo que la hacía feliz: ayudando a los demás.