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El paradigma del libre mercado nos ha impuesto un imaginario de diversidad de opciones para alimentarnos. Sin embargo, la evidencia ha demostrado que hay una gran desproporción entre lo que deberíamos conocer y lo que en verdad conocemos sobre cada producto que consumimos.

El paradigma del libre mercado nos ha impuesto un imaginario de diversidad de opciones para alimentarnos. Sin embargo, la evidencia ha demostrado que hay una gran desproporción entre lo que deberíamos conocer y lo que en verdad conocemos sobre cada producto que consumimos.

Desde que salimos de casa todas las mañanas hasta que regresamos al final del día nos cruzamos por lo menos quince oportunidades o tentaciones de comer. En el camino o en la pantalla de nuestros dispositivos siempre encontramos infinidad de campañas publicitarias que nos invitan a saciar nuestros antojos con productos azucarados, grasosos o con exceso de sal.

Dichas invitaciones publicitarias han sido demasiado atractivas y efectivas. Las sociedades modernas satisfacen sus necesidades nutricionales en medio de una avalancha de alimentos y bebidas ultra procesadas que vienen en gran variedad de colores y sabores por precios insignificantes. Lo que preocupa es que desde 1993 numerosos estudios científicos han probado que existe una relación directa entre esas calorías baratas y la creciente epidemia de obesidad y otras enfermedades provocadas por malos hábitos alimenticios, tales como diabetes, cáncer, enfermedades crónicas respiratorias, entre otras. En consecuencia, por primera vez en la historia, en este nuevo siglo, el número de personas obesas y con sobrepeso excede el número de personas desnutridas, en lo que científicos han llamado “el cambio climático de la salud pública”.

El paradigma del libre mercado nos ha impuesto un imaginario de diversidad de opciones para alimentarnos. Como Pamela Manson y Tim Lang señalan en su libro más reciente, la teoría del mercado nos ha hecho creer que “en sociedades de consumo, elecciones informadas son y pueden ser hechas por consumidores educados armados con pleno conocimiento de lo que compran”. Sin embargo, la evidencia ha demostrado que hay una gran desproporción entre lo que deberíamos conocer y lo que en verdad conocemos sobre cada producto que consumimos, esto en parte tiene que ver con que hemos dejado durante décadas que la industria de alimentos y bebidas y sus campañas publicitarias moldeen la información nutricional que obtenemos de cada producto. El gran interrogante es: ¿deberíamos dejar al zorro cuidando el gallinero? Si no es así, ¿cómo podemos lograr elecciones de consumo informadas en la sociedad?

Según la Organización Mundial de la Salud (oms), para perfilar el autocuidado de la salud, una de las acciones que los gobiernos deben adelantar es la regulación de la información disponible en las etiquetas de cada producto, con base en dos tipos de datos: “etiquetas nutricionales” y “declaraciones de salud”. Sin embargo, la adopción de reglas sobre etiquetado nutricional no ha sido suficiente para generar cambios relevantes en las elecciones de los consumidores a la hora de alimentarse. A pesar de que en la última década se ha incrementado el número de países que han adoptado estándares de etiquetado nutricional, en febrero del 2015 The Lancet publicó un estudio que evaluaba la efectividad de estas medidas, y concluyó que la mayoría de sistemas de etiquetado eran útiles para aquellas personas que ya tenían elecciones alimenticias saludables, pero difíciles de entender para otros consumidores.

En Chile, activistas en salud pública llegaron a conclusiones similares y aunaron esfuerzos con las autoridades chilenas para implementar un sistema de etiquetado frontal que fuera fácil de entender para todos. La nueva medida entró en vigor en junio del 2016 y la apuesta es que sea el sistema de etiquetado más explícito de los que hay disponibles, mediante la exigencia de que los productos que excedan los límites nutricionales fijados por la oms y la Organización Panamericana de la Salud (ops) tengan un octágono frontal en blanco y negro con una señal de advertencia legible que diga  “ALTO EN” seguido por “CALORÍAS, GRASAS SATURADAS, AZÚCAR o SODIO”, y también “Ministerio de Salud” (véase la figura 1).

Figura 1: Fuente / OMS

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Si bien el sistema de etiquetado chileno fue implementado sólo hace dos años, ya ha generado resultados positivos. Para evaluar acertadamente el impacto de los mensajes de advertencia nutricional en la salud pública de Chile tendríamos que esperar por lo menos hasta el 2021. Sin embargo, la prensa ha reportado que la industria de alimentos y bebidas ha ido reduciendo la cantidad de azúcar, sal y grasas saturadas en sus productos para cumplir con los límites nutricionales fijados, lo cual es un resultado positivo en el corto plazo. Esta experiencia también ha motivado a otros gobiernos como los de Colombia, Perú, Canadá y Brasil a explorar medidas similares en sus territorios.

En el caso de Colombia, en julio del 2017 fue radicado en el Congreso de la República un proyecto de ley sobre medidas de salud pública para controlar la propagación de enfermedades derivadas de malos hábitos alimenticios. El texto del proyecto incluye una propuesta de etiquetado nutricional con sellos de advertencia, en línea con el modelo chileno. El proyecto ya pasó el primer debate político y necesitará de tres debates más para ser aprobado completamente, lo cual no será una batalla fácil, si se tienen en cuenta las prácticas deshonestas de interferencia de la industria en la arena política para evadir medidas de regulación.

Aquellos activistas en salud pública tienen grandes expectativas frente a la efectividad del etiquetado de advertencia nutricional para propiciar atmósferas alimenticias más informadas y saludables. La esperanza es que, como sociedad, tengamos suficientes herramientas de conocimiento para distinguir qué compramos, qué comemos y qué bebemos, motivar a las personas a preguntarse, antes de comprar, de dónde viene su comida, y favorecer cada vez más la adquisición de comida real, más saludable y fresca, que realmente sea capaz de nutrirnos. El modelo chileno tiene un enfoque centrado en las personas, que da prioridad al consumo informado por encima de los manejos del mercado.

A pesar de que a primera vista la expresión “etiquetado nutricional” suena demasiado técnica y aburrida, lo cierto es que diariamente cada uno de nosotros come y hace elecciones de alimentos para nosotros y nuestras familias, así que es importante insistirles a nuestros gobiernos que es su deber brindar garantías para el consentimiento informado de los consumidores, mucho más si el consumo de ciertos productos puede traer consecuencias degenerativas para nuestra salud.

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