Venezolanos en Colombia: racismo de la blanquitud y capitalismo excluyente
Dejusticia marzo 10, 2021
El racismo de la blanquitud no solo afecta a los migrantes venezolanos, muchos colombianos pobres también lo sufren. | Ernesto Guzmán, EFE
Para eliminar, o al menos disminuir este racismo de la blanquitud contra los migrantes venezolanos, pero también contra la mayoría de los colombianos, tal vez se requeriría una sociedad más igualitaria, donde las brechas socioeconómicas no sean tan amplias, y donde todas las personas (incluyendo las personas migrantes) cuenten con una vida digna, y por lo tanto, con un trato digno.
Para eliminar, o al menos disminuir este racismo de la blanquitud contra los migrantes venezolanos, pero también contra la mayoría de los colombianos, tal vez se requeriría una sociedad más igualitaria, donde las brechas socioeconómicas no sean tan amplias, y donde todas las personas (incluyendo las personas migrantes) cuenten con una vida digna, y por lo tanto, con un trato digno.
La emergencia humanitaria compleja que enfrenta Venezuela ha generado la migración forzada de cerca de 1,8 millones de personas venezolanas a Colombia. La mayoría hace parte de las franjas más vulnerables de la sociedad: son pobres. Mucho ya se ha escrito sobre la aporofobia (fobia a las personas pobres) y sobre la xenofobia (fobia a las personas extranjeras), formas de discriminación de las que son víctimas muchas personas venezolanas. Por eso en esta oportunidad no hablaré de ello, sino de una forma particular de discriminación que en mi opinión sufre esta población: el racismo de la blanquitud. Más que una perspectiva contraria a la de quienes han escrito sobre la aporofobia y la xenofobia, el racismo de la blanquitud es una aproximación complementaria.
El concepto de racismo de la blanquitud fue desarrollado por el filósofo ecuatoriano Bolívar Echeverría, como una forma diferente de analizar el racismo, complementaria de los tradicionales análisis del racismo étnico o de color. Para Echeverría la blanquitud consiste en asumir una ética y una estética capitalista. Hay una exigencia social de asumir dicha blanquitud, la cual debe ser visible en las maneras como lucen o se comportan las personas, en su uso del lenguaje, en su compostura. La blanquitud es un asunto de clase, pero a diferencia del clasismo, implica asumir también una civilización; implica occidentalizarse en su máxima expresión.
La sociedad premia al individuo que asume un comportamiento que coincida con la ética y estética del capitalismo: el individualismo, el “trabajo arduo” como fundamento de la riqueza, una apariencia refinada, la productividad. El racismo de la blanquitud, que excluye a los que no adoptan las formas capitalistas-occidentales, es un racismo tolerante, que puede aceptar, bajo ciertas condiciones, a personas que no tienen tez blanca ni apariencia europea. Así, por ejemplo, personas con fenotipo indígena o afro, con el poder adquisitivo suficiente para lucir y comportarse como la élite (modo de hablar, de vestir, de caminar, etc.), sería aceptado hasta cierto punto por la sociedad. Esto no niega el racismo y la xenofobia tradicional, que, como mencioné antes, pueden afectar a las personas sin importar su estatus socioeconómico.
Aplicando este concepto a la realidad colombiana, algunas personas migrantes venezolanas, así no tengan apariencia europea, pueden ser aceptadas por la sociedad colombiana, por pertenecer por ejemplo a un estrato social alto, hablar con cierto acento o haber ido a determinada universidad. Por el contrario, aquellos venezolanos pobres, que son la mayoría, y que sus maneras no parecen adaptarse a la ética y estética del capitalismo, son excluidos y violentados.
Ejemplos de ello es el prejuicio rampante contra las personas migrantes venezolanas, que se evidencia en un 67% de opinión desfavorable respecto a este grupo y en una exclusión estructural. De hecho, el 40% de las personas de origen venezolano se han sentido discriminadas alguna vez.
La exclusión estructural se observa también en los actos de discriminación, los cuales incluyen falta o restricción en el acceso a bienes y servicios, llamados específicos a la violencia contra migrantes realizadas en medios digitales y, en el peor de los casos, violencia física. Esta situación también puede afectar a personas venezolanas de cualquier estrato, pero se agrava para quienes, además de no corresponder con los estándares de “blanquitud” que explica Echeverría, también son personas de grupos tradicionalmente excluidos. Tal es el caso de personas afro o LGBTI de origen venezolano, que han sido víctimas de numerosos casos de violencia policial.
El racismo de la blanquitud no solo afecta a los migrantes venezolanos, muchos colombianos pobres también lo sufren. De hecho, un gran porcentaje de colombianos blancos, pero “cuyo comportamiento, gestualidad o apariencia indica que han sido rechazados por el “espíritu del capitalismo”, en palabras del propio Echeverría, sufren las consecuencias de una sociedad que privilegia el estatus. La violencia policial en barrios populares es prueba viva de ello. El “espíritu del capitalismo” del que habla Echeverría se ha basado en privilegiar a unos pocos, mientras que excluye a las mayorías. Y este es el complemento que ofrece Echeverría al análisis basado en la aporofobia, y es que hace una crítica a la estructura económica que la permite.
Para eliminar, o al menos disminuir este racismo de la blanquitud contra los migrantes venezolanos, pero también contra la mayoría de los colombianos, tal vez se requeriría una sociedad más igualitaria, donde las brechas socioeconómicas no sean tan amplias y donde todas las personas (incluyendo los migrantes) cuenten con una vida digna, y por lo tanto, con un trato digno.