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El 87 % de los accidentes del año pasado (casi 700.000) tuvieron una moto involucrada. En este mismo año murieron 6.637 personas, la mayoría de ellas motociclistas. | EFE, Carlos Muñoz

El 87 % de los accidentes del año pasado (casi 700.000) tuvieron una moto involucrada. En este mismo año murieron 6.637 personas, la mayoría de ellas motociclistas. Mientras las cifras de muertos de otros usuarios de las vías bajan, la de los motociclistas aumenta: el año pasado murieron 329 más que el anterior.

El 87 % de los accidentes del año pasado (casi 700.000) tuvieron una moto involucrada. En este mismo año murieron 6.637 personas, la mayoría de ellas motociclistas. Mientras las cifras de muertos de otros usuarios de las vías bajan, la de los motociclistas aumenta: el año pasado murieron 329 más que el anterior.

Ya se nos olvidó, pero los muertos del conflicto armado llegaron a ser tan rutinarios que se volvieron normales y por eso la gente no hablaba de ellos. Hoy pasa lo mismo con los accidentes de tránsito; casi nadie los ve. Eso se debe, en parte, a que la mayoría de ellos son causados por motociclistas: gente de estratos bajos (como los soldados del conflicto) que muchas veces, por su misma imprudencia, provocan los accidentes.

El 87 % de los accidentes del año pasado (casi 700.000) tuvieron una moto involucrada. En este mismo año murieron 6.637 personas, la mayoría de ellas motociclistas. Mientras las cifras de muertos de otros usuarios de las vías bajan, la de los motociclistas aumenta: el año pasado murieron 329 más que el anterior.

¿Por qué es tan difícil reducir esta tragedia? Menciono cuatro motivos. 1) Los gobernantes no se atreven a controlar a los motociclistas, entre otras cosas, porque muchos políticos dependen de su apoyo para llegar a las alcaldías. 2) Los controles estatales son, en su mayoría, de papel: las normas del Código de Tránsito no se cumplen, entre otras cosas, porque en siete de cada diez municipios no hay policía de tránsito. 3) El transporte público es ineficiente y caro, con lo cual la gente de estratos bajos tiene todos los incentivos para comprarse una moto, así ello implique asumir riesgos altos. 4) Los motociclistas se han convertido en un grupo social muy poderoso, que no solo se opone a cualquier tipo de control, sino que incumple las normas vigentes; el 59 % de ellos (más de cinco millones) no pagan el SOAT.

Pero tal vez hay una quinta razón de tipo cultural, más profunda y más difícil de cambiar. Los colombianos hacemos las cosas bien cuando se trata de resolver problemas individuales, pero somos pésimos para solucionar problemas colectivos. La consigna que dice que “hay que perder algo de libertad individual para vivir mejor en sociedad” nos parece extraña o impracticable. Vivimos el día a día individual con empeño e ingenio, pero en el largo plazo colectivo somos torpes. Esto se origina en la desconfianza que tenemos de los demás y de las instituciones. Creemos que cuando las cosas no dependen de nosotros, difícilmente funcionan.

Las vías públicas son una buena metáfora de lo que digo: cada motociclista va por su lado, abriéndose camino entre los carros, las demás motos, las bicicletas, la gente… y sin pensar en nada distinto a cómo llegar primero. Casi todos lo logran, pero unos pocos se quedan en el camino, a la espera de una ambulancia. Cada día, después del ajetreo diario, unas 20 familias, dispersas en todo el territorio nacional, lloran a sus muertos y unas 500 más acompañan a los suyos en los hospitales. Yo fui parte de una de esas familias, hoy hace exactamente cuatro años, con un padre muerto luego de ser arrollado por un motociclista.

La tragedia de los accidentes de tránsito queda reducida al círculo familiar; nadie piensa que es evitable y eso es debido a que los muertos se han vuelto normales, como es normal que los enfermos mueran. Al día siguiente la vida sigue como si nada hubiese pasado, con nuestro consabido arrojo individual y nuestra torpeza colectiva.

Buena parte de esta cultura insensata ha sido alimentada por un Estado negligente, incapaz o cómplice, que no cumple con su función elemental de ordenar el comportamiento ciudadano para que las personas no se maten entre ellas. Hay países que son víctimas de un Estado tiránico; nosotros somos víctimas de nosotros mismos y ello por culpa de un Estado ausente.

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