Víctimas, dolor y esperanza
Rodrigo Uprimny Yepes Agosto 10, 2014
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El tema de las víctimas es uno de los más difíciles del proceso de paz, pero es posible que sean las propias víctimas quienes lo destraben.
El tema de las víctimas es uno de los más difíciles del proceso de paz, pero es posible que sean las propias víctimas quienes lo destraben.
Eso pienso después de conocer la dinámica del foro nacional de víctimas en Cali y de los tres foros regionales que lo precedieron.
Estos foros son históricos, pues por primera vez un número grande de víctimas de todos los actores del conflicto compartieron un espacio y pudieron expresar su dolor, su visión y sus propuestas; y fueron escuchadas y escucharon a las víctimas de los otros actores armados.
El proceso no fue fácil. El conflicto armado ha provocado no sólo sufrimientos extremos, sino que ha polarizado a las propias víctimas, que han tendido a agruparse en organizaciones por tipos de victimarios, a veces enfrentadas entre sí: por ejemplo, víctimas de las Farc contra víctimas del Estado. Los foros fueron entonces para muchos secuestrados por las guerrillas la primera oportunidad de escuchar directamente los sufrimientos y planteamientos de los familiares de quienes fueron desaparecidos por agentes estatales o por paramilitares. Y viceversa.
Los medios han destacado sobre todo las tensiones que ocurrieron en los foros, en especial en la plenaria del primer día en Cali. Pero quienes conocimos de cerca estos encuentros quedamos mucho más impresionados por el respeto y acercamiento entre las víctimas de distintas orillas. Eso ocurrió principalmente en las decenas de mesas de trabajo de estos foros, en donde, en grupos pequeños y alejadas de las cámaras, las víctimas planteaban sus historias y propuestas, y escuchaban aquellas de las otras víctimas.
Esas mesas de trabajo permitieron diálogos cara a cara. Hubo algunas situaciones tensas, pero la experiencia general fue que en ese ambiente más reservado las víctimas de los distintos actores se acercaron mucho, pues reconocieron que, sin negar sus diferencias, tenían muchas cosas en común: un dolor profundo, pues no sólo padecieron daños irreparables sino que además se sienten ignoradas y silenciadas; una demanda por saber y que su sufrimiento sea reconocido por los victimarios y la sociedad; una gran vulnerabilidad, pero un deseo aún mayor de salir adelante y de que estos crímenes no vuelvan a ocurrir.
El reconocimiento mutuo del dolor redujo la polarización previa. Muchas víctimas terminaron entonces haciendo llamados de unidad, esperanza y apoyo a la paz. Jineth Bedoya, víctima de los paramilitares, dijo en el Foro de Cali que era un evento lleno de dolor pero también de esperanza, pues las víctimas, como sobrevivientes, tenían la autoridad moral para exigir la paz. El general Mendieta, víctima de las Farc, lo reiteró cuando hizo un llamado a todas las víctimas a “la unidad, el respeto y la tolerancia en la búsqueda de un fin superior que es la paz”.
Este acercamiento de las víctimas en una especie de comunidad de dolor y esperanza es aún incipiente y frágil, pero puede convertirse en una de las fuerzas más significativas a favor de una paz digna y sostenible.