Vida
Dejusticia Agosto 22, 2023
El individualismo egoísta nos hace pensar solo en nosotros mismos. La pobreza la justificamos por la pereza o falta de méritos del pobre, lo que hace que la solidaridad sea vista casi que como un defecto. | Pexels
La sanación y el amor implican, en fin, una transformación profunda de la sociedad.
La sanación y el amor implican, en fin, una transformación profunda de la sociedad.
El poeta y maestro de meditación Stephen Levine dedicó varios años de su vida a atender a personas enfermas, varias de ellas con enfermedades terminales que se enfrentaban al dilema de la muerte. Notaba el maestro que dichas personas se cuestionaban lo que habían hecho en vida, sus aciertos y fallas, y ante la inminencia de su muerte, muchos optaban por dedicarse a una vida llena de sentido. A sanar sus emociones, a estar presentes con sus seres queridos, a amar. De hecho, en su libro Un año para vivir, Levine nos invita a vivir este año como si fuera el último, a vivir cada instante con propósito, con presencia, en últimas, a sanarnos.
Aunque esta sanación, este propósito último de vivir con amor, parece algo meramente individual, estoy convencido de que no lo es tanto. Creo que una vida llena de sentido implica también sanarnos como sociedad, y el amor implica también buscar el bienestar de todos los seres, no solo el propio. Nuestra sociedad lamentablemente no es una que promueva la sanación.
Sabido es que las clases menos favorecidas tienen un mayor índice de enfermedades físicas y mentales (aunque soy algo escéptico de esta separación entre lo físico y lo mental), lo cual no sorprende, habida cuenta de la precariedad de su existencia. Su malnutrición, falta de acceso a servicios básicos como agua, alcantarillado, salud, educación y vivienda enferman y traumatizan. Pero las clases privilegiadas también se enferman, producto muchas veces del estrés que promueve una sociedad altamente competitiva y consumista.
Ni qué decir de la falta de amor que nos inculca la sociedad. La competencia a la que nos sometemos desde niños nos hace ver al otro casi que como el enemigo. El individualismo egoísta nos hace pensar solo en nosotros mismos. La pobreza la justificamos por la pereza o falta de méritos del pobre, lo que hace que la solidaridad sea vista casi que como un defecto.
Nada de sanador ni amoroso tiene una sociedad que necesita de la destrucción ambiental para sobrevivir. Últimamente los científicos ya no hablan de calentamiento global sino de ebullición global, producto de un sistema económico que requiere de la acumulación y crecimiento sin límites. ¿Es amoroso dejar un mundo invivible a los niños?
La sanación y el amor implican, en fin, una transformación profunda de la sociedad. Cuando a mi padre le preguntan sobre su opinión política, él contesta que sigue las enseñanzas de Jesús. Cuando era niño no lo comprendía muy bien; pero ahora entiendo que se refería al hombre que fue crucificado por sedición, al que privilegiaba a los pobres, al que se oponía a la explotación de un régimen extranjero, el que buscaba una sociedad sana y amorosa. Como lo decía el padre Camilo Torres: “El deber de todo cristiano es ser revolucionario; y el del revolucionario, hacer la revolución”.
A mi padre.