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La paz necesita de nuestra voz y voto. Desde hoy hasta el 2 de octubre, debemos usar nuestra palabra para que la paz vea la luz.

La paz necesita de nuestra voz y voto. Desde hoy hasta el 2 de octubre, debemos usar nuestra palabra para que la paz vea la luz.

La palabra puede ayudarnos a expresar la memoria y la reconciliación. Así lo hicieron las Alabaoras de Bojayá quienes cantaron el deseo nacional: «queremos justicia y paz que venga del corazón». Las palabras sirvieron también a Timochenko para tender puentes pidiendo perdón por el dolor causado por las FARC. Las palabras dichas a los ojos ayudan a ver la humanidad del otro y reconocer la propia.

Pero nuestra voz, sobre todo, tiene el poder de convencer a aquellos que están indecisos o para discutir con aquellos que van por el No. Esto, que parece obvio, se ha perdido. Nos hemos acostumbrado tanto a gritar y pelear sobre temas políticos que hemos olvidado el maravilloso arte de conversar. De hecho, conversar es una palabra que en latín significa «dar vueltas en compañía». Los colombianos tenemos que aprender a dar vueltas juntos para enfrentar la tarea más grande y difícil que tenemos pendiente: construir la paz estable y duradera.

Por eso, debemos conversar con quienes van a votar No el próximo domingo, pero antes debemos entender la diversidad de quienes están por esa opción. Los líderes del No, como Uribe, Ordóñez y sus fieles seguidores, no están interesados en conversar, lo suyo es pontificar. Su propósito es usar la mentira, la exageración y el miedo como armas contra la paz. Por otra parte, los votantes del No tienen muchas razones y emociones. Después de hablar con algunas personas que van a votar No, he encontrado dos razones comunes: el escepticismo frente al acuerdo o el sentimiento de que el acuerdo es injusto por darles muchos beneficios a la guerrilla. Los escépticos podrían abrir la mente y el corazón y ver lo que tenemos en frente: nunca antes las FARC habían mostrado tanta voluntad de abandonar las armas ni el Gobierno había estado tan determinado en recuperar el campo, ampliar la democracia y reparar a las víctimas.

Quienes consideran que el acuerdo es injusto han petrificado sus desacuerdos y no aceptan una discusión sobre los beneficios inmensos de tener un país sin conflicto; por ejemplo, la posibilidad de salvar vidas a través del diálogo. Bien lo dijo el presidente Santos: «¡Yo prefiero un acuerdo imperfecto que salve vidas a una guerra perfecta que siga sembrando muerte y dolor en nuestro país… en nuestras familias!». A veces pienso que quienes no quieren escuchar razones sobre el acuerdo de paz están concentrados más en su egoísmo que en el sufrimiento de quienes viven la guerra.

Nuestra voz también puede ayudarnos a multiplicar el Sí. Sin importar lo que digan las encuestas, debemos levantar nuestros argumentos contra la mentira hasta el último día antes de la votación. El próximo 2 de octubre también podemos usar la palabra para escribir y llamar a nuestros amigos y familiares para recordarles que salgan a votar por la paz. Nunca antes habíamos tenido el poder de parar el sufrimiento con nuestro voto. Votaré Sí para darle una oportunidad a la paz y a un mejor país.

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