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Cada miércoles, los estudiantes internos de la institución educativa Media Luna Jawou hacen fila en medio del desierto para lavar el uniforme. | Marcela Madrid

Crónica: Seis años de elefantes blancos y una nación sin agua

En La Guajira, los indígenas wayúu han visto por años el ir y venir de funcionarios y entidades que llegan con promesas, inauguraciones de proyectos y ofrecimientos de mejores días, pero pasa el tiempo y todo queda en el olvido. ¿Quién debe responder?

I.

El miércoles en la ranchería de Media Luna Jawou es el día de lavar el uniforme. Cuando terminan las clases, los alumnos internos del colegio salen de los salones en medio del desierto y hacen fila detrás de un tanque que tiene una pequeña llave. Cada uno carga un balde marcado con su nombre y lo llena hasta la mitad. Esa lavada tiene que alcanzarles hasta el siguiente miércoles.

Algunos de ellos no estudian en salones de cemento ni de yotojoro, la madera que los wayuu extraen del cactus para construir sus rancherías. Ante la falta de infraestructura, tres cursos reciben clases al aire libre: ubican una decena de sillas frente a un tablero debajo del trupillo más cercano, que con su tímida frondosidad intenta cubrir los rayos del picante sol guajiro.

Así toman la cátedra de Paz y Constitución los estudiantes de noveno grado. Desde su salón a la intemperie, su maestro busca que entiendan los mecanismos para hacer valer sus derechos. Mecanismos que, en 2017, llevaron a que los magistrados de la Corte Constitucional emitieran la sentencia T-302, en la que confirmaron que el pueblo wayuu vivía una crisis por la desnutrición infantil y ordenaron medidas estructurales para resolverla.

Cinco años después, el 27 de abril de 2022, un equipo de periodistas e investigadoras de Dejusticia visitamos Media Luna Jawou, en Uribia, y otras rancherías del extremo norte del país, para entender por qué la muerte de niños por desnutrición continuaba y comenzaba a aumentar. En 2021, el Instituto Nacional de Salud había reportado 41 fallecimientos de niños menores de cinco años por causas asociadas al hambre, una cifra que se duplicaría y cerraría el 2022 con 85 muertes, sin contar el elevado subregistro que caracteriza a este fenómeno.


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En Media Luna nos recibió su autoridad tradicional, Marbelys Ipuana, de 32 años. Ella es la responsable de una comunidad conformada por 15 familias y un colegio que recibe a 464 estudiantes, cien de ellos internos. Hasta ese momento, gran parte de su trabajo era exigirles a las autoridades la reparación de un pozo profundo que instaló en 2016 el gobierno de Juan Manuel Santos en su comunidad y que llevaba tres años sin funcionar.

Se trata de una imponente infraestructura conformada por tres enormes tanques, una planta desalinizadora y varios paneles solares. De ese pozo dependen las familias de Media Luna, sus estudiantes y otras 12 comunidades aledañas. En época de sequía, que es casi todo el año, también tendrían que sacar de ahí para limpiar los salones, darles de tomar a los chivos y, claro, calmar  la sed que nunca desaparece.

El pozo de Media Luna Jawou, del que dependen 13 comunidades y un colegio con más de 400 estudiantes, permaneció cuatro años sin funcionar. Crédito: Luzbeidy Monterrosa.

Pero, ante el abandono del pozo, todo eso tenía que hacerse con los 10 mil litros de agua que les enviaba la Alcaldía de Uribia cada semana. Esa cantidad no solo era insuficiente, sino que el carrotanque no siempre llegaba y nadie explicaba por qué, como ese miércoles que visitamos Media Luna. Marbelys no parecía sorprendida, nos contó que ya estaban preparados para eso:

—¿Cómo hacemos? Tratamos de ahorrar. Ahorramos todo lo que se pueda. Por ejemplo, si un niño consumía un balde para su aseo personal, ya no es un balde sino medio balde, o menos. Todo se reduce.

Un informe del experto en agua Felipe Núñez, constató los reclamos de Marbelys: “Un cálculo rudimentario solo con base en los 464 menores que asisten a la escuela arroja una cantidad promedio de agua de 2,1 litros por menor por día (…) La cantidad mínima recomendada por la OMS para hidratación es de 5,3 litros por persona al día”. Los niños de Media Luna estaban creciendo con sed.

A Marbelys la conocimos unos meses atrás, el 24 septiembre de 2021, cuando acompañamos a una comisión de magistrados de la Corte Constitucional que querían verificar en terreno el cumplimiento de la sentencia.

Ese día, en un discurso pausado y firme, Marbelys les contó a tres magistrados auxiliares la historia del pozo que había inaugurado el Departamento de Prosperidad Social y que duró menos de dos años funcionando.

—El pozo se dañó en febrero del 2018 y estamos a 2021. Es un elefante blanco y toda la infraestructura está deteriorada.

El elefante blanco de Media Luna es uno de los 29 pozos desalinizadores que construyó el gobierno de Juan Manuel Santos para aumentar el acceso al agua en La Guajira. Al momento de nuestra visita, 26 de ellos estaban igual que el de Media Luna: habían dejado de servir por falta de mantenimiento, según un informe de la Veeduría Ciudadana de la Sentencia T-302, divulgado en 2021.

Marbelys Ipuana recibe en su comunidad a los magistrados, funcionarios y expertos invitados a la inspección judicial de la Corte Constitucional que pretendía verificar en terreno el cumplimiento de la sentencia T-302 de 2017. Crédito: Corte Constitucional.

En el acta de entrega del pozo, que Marbelys atesora como prueba de su lucha, el entonces alcalde de Uribia comprometió al municipio con “la sostenibilidad de la obra”. Uno de los apartados establece, por ejemplo, que la Alcaldía debe incluir en su plan de inversiones un presupuesto necesario para el mantenimiento del pozo.

A pesar de eso, los funcionarios de la Alcaldía no lograron explicar a los magistrados de la Corte por qué el pozo llevaba tres años sin servir. El secretario de Planeación de Uribia se limitó a afirmar que cuando realizaron el empalme con la administración anterior, este pozo “no lo relacionaron en ninguna de las actas; nos estamos enterando apenas”.

Ante esas palabras, Marbelys respiró profundo, frunció el ceño y miró de reojo al funcionario. Guardó silencio. Sabía que esa afirmación era, por lo menos, cuestionable. Podía demostrarlo con el acta de entrega que tenía en su celular o con los oficios que presentó meses atrás ante la Secretaría exigiendo soluciones. Pero guardó silencio.

Siete meses después de la visita oficial nada había cambiado. La ranchería seguía dependiendo del carrotanque y la administración sin responderle a Marbelys, pese a que ella les ha demostrado que la administración sí tenía registro de la existencia del pozo.

Hoy, de los 29 pozos, son ocho los que funcionan, pues en diciembre de 2022 cinco de ellos fueron reparados, entre esos el de Media Luna. Sin embargo, las comunidades temen que vuelvan a convertirse en elefantes blancos, pues nadie se hizo responsable de asumir el mantenimiento de las obras.

 

II.

De niña, Olimpia Palmar, de 36 años, sentía que buscar agua en el desierto era un acto mágico. Empezaba cavando con las manos un hueco de unos 30 centímetros en la arena y luego tomaba una tapara (taza hecha de la fruta del totumo) para extraer el agua. Cuando presionaba el suelo a esa profundidad, la magia ocurría: la tierra empezaba a emanar agua transparente.

Esta práctica ancestral en busca de agua, que hoy siguen usando las comunidades en la Alta Guajira, tiene su protocolo de recolección y sus personajes protagonistas: las familias wayuu. Tías, madres, hijos, sobrinos y primos, asistidos por los burros de carga, se conectan con el territorio y sus puntos hídricos de agua dulce.

Para los wayuu, el agua hace un tejido debajo de la tierra después de cada lluvia. Y, según Olimpia, el territorio mismo es un tejido de cohabitación entre gente humana, gente no-humana y espíritus, hilado a través de puntos de agua como los que trazan los ríos que sirven para el consumo humano, y los jagüeyes, esos pozos de agua natural que son fuente de agua para los chivos y otros animales.

Elefantes blancos

En Media Luna, como en muchas rancherías wayuu, las comunidades deben sacar agua de los jagüeyes para las actividades domésticas. Foto: Marcela Madrid.

Las familias wayuu pasaban los tiempos de sequía en busca de agua en afluentes del río Ranchería, la principal fuente hídrica de La Guajira, mientras que en tiempos de lluvia sembraban fríjoles, ahuyamas y maíz. Pero las circunstancias han cambiado y el Ranchería ya no es esa fuente poderosa de agua que solía ser. Con la llegada de El Cerrejón, la mina de carbón a cielo abierto más grande de América Latina, llegó también la contaminación y el desvío de al menos 26 de sus arroyos, como Aguas Blancas, Cerrejoncito, La Puente, entre otros, según información de Alianza Biodiversidad.

En 2010 llegó una nueva esperanza para los wayuu con la inauguración de la represa El Cercado. Esta iniciativa, que lideró el gobierno de Álvaro Uribe a través del Incoder, prometió usar las aguas de la cuenca alta del río Ranchería para abastecer a la población de siete municipios, entre ellos Manaure y Uribia, a través de acueductos y sistemas de riego.

Pero la realidad es que El Cercado solo ha beneficiado el monocultivo de la palma de aceite en la región y ha servido como abastecimiento de agua a la mina El Cerrejón.

Mientras tanto, la vulnerabilidad del pueblo wayuu para acceder al agua se exacerba día a día. Hoy solo el 24 % de la población en los municipios priorizados por la Sentencia T-302 de 2017 (Riohacha, Manaure, Maicao y Uribia) tiene acceso a agua potable, según datos del Ministerio de Vivienda.

Ya no es la tierra la que esconde el agua, como en los tiempos de infancia de Olimpia. Ahora son los proyectos extractivos que, a cambio de la explotación de recursos y la ganancia económica, la acaparan y contaminan.

A esto se suma el cambio climático. En La Guajira este fenómeno se ha hecho sentir de forma severa con veranos más secos, temperaturas altas y temporadas de lluvias con inundaciones en casi todos los municipios. Aunque la Alta Guajira es un desierto, las conversaciones con los habitantes más adultos dejan ver un recuerdo común: hace 30 años había excelentes cosechas y suficiente agua para mantener el equilibrio ambiental del territorio.

Weildler Guerra, antropólogo guajiro y miembro del clan Uriana, explica que los wayuu idearon un sistema de recolección de agua en jagüeyes para enfrentar las intensas sequías. Pero estos grandes huecos que hacen en la tierra para almacenar agua de lluvia ya no son suficientes, pues se suelen secar después de un año y las sequías han durado hasta tres años. Los animales y los pastos se mueren, se acaba la actividad agrícola y las familias se quedan sin las pequeñas huertas, las frutas y los vegetales para la recolección. Las frutas autóctonas como el trupillo, que los wayuu consumían en mazamorras y arepas, se han reemplazado en gran medida por la gaseosa, la harina pan y el espagueti que venden en las tiendas.

Elefantes blancos

Las comunidades construyen pozos artesanales que les ayudan a suplir la falta de agua. Sin embargo, el agua que sacan de ahí es salobre y no sirve para calmar la sed. Crédito: Marcela Madrid.

El acto mágico de encontrar agua bajo la tierra quedó en el pasado. Hoy las comunidades dependen de la infraestructura que decida implementar el gobierno nacional de turno y de un milagro para mantenerlas operando. Lejos están los tiempos en que el agua se encontraba  al alcance de una tapara.

 

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