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Daniel Samper Pizano habla sobre Discriminación en Discotecas
Por: Dejusticia | Octubre 15, 2008
Que se vayan los negros
En diciembre de 2004 dos hermanas de raza negra, Johana y Lena Acosta, quisieron sumarse a la parranda navideña que bullía en algunos sitios nocturnos de Cartagena. Pero no las dejaron. Tanto en La Carbonera como en Kukayito, dos célebres bailaderos, se les negó la entrada por el color de su piel. Las hermanas pusieron una tutela y en noviembre del 2005 la Corte Constitucional ordenó una indemnización por cuenta de las discotecas racistas. «Ningún establecimiento público -dijo la Corte- puede discriminar a una persona por el hecho de ser negra o de pertenecer a una posición económica desfavorable.»
Pero el mandato jurídico, que defiende un derecho humano elemental, tampoco entra en ciertos bares y discotecas. Conocido el fallo, de nuevo les negaron el acceso en los mismos lugares a las hermanas Acosta. Meses más tarde, la revista SoHo propuso a un grupo de estudiantes negros que visitaran algunos bares de la presumida Zona Rosa de la capital. De 13 establecimientos, solo dos -Pravda y Crow- les allanaron el paso. Los demás adujeron cualquier excusa -que los zapatos, que no eran socios, que no había sitio- para darles con la puerta en las narices. Minutos después, unos jóvenes blancos confabulados con la revista entraban sin ningún problema a los mismos locales cerrados para los negros.
La infame historia vuelve a repetirse. En abril de este año, tres discotecas rosas pararon a siete estudiantes negros, pero no tuvieron reparo en permitir el acceso de otros grupos de piel como la que gusta en el barrio. La Corte Suprema de Justicia estudió el caso, reconoció el derecho de los afrocolombianos y dispuso que las discotecas les ofrecieran disculpas. Lo de las disculpas está bien. Pero es moco de pavo ante la gravedad del atentado. No hablamos de minucias sino de valores esenciales. Si una discoteca puede rechazar a unos clientes porque son negros y sale del lío con una frasecita antes de volverlos a rechazar, es indigna de funcionar en una sociedad medianamente civilizada.
Estos establecimientos merecen que los cierre la higiene: la higiene ética, la higiene de la solidaridad. Por lo pronto, invito a los colombianos con un mínimo sentido de la decencia a que se abstengan de acudir a las discotecas cartageneras La Carbonera y Kukayito y las bogotanas Gavanna, Sirocco y Genoveva. Si no son negros, porque debería darles asco. Y si lo son, porque los humillarán como si este país no tuviera con ellos una deuda cultural y económica incancelable.
Atún y agrocombustibles
Las denuncias de una docena de ONG ambientales sobre el lamentable boicot de Colombia al pacto atunero (ver anterior Cambalache) trajeron cola. El representante de los atuneros nacionales me informa que solo aspiran a competir en condiciones de igualdad, porque Colombia (afortunadamente para la ecología) prohíbe el arrasador sistema de pesca electrónica conocido como FAD, que sacrifica más de la mitad de la captura y es empleado por Estados Unidos y otros países. A su turno, el ministro de Medio Ambiente, Juan Lozano, me anuncia que desde ahora su despacho empezará a participar en las decisiones sobre el atún, un recurso en vías de extinción cuyos asuntos se manejaban sin consultar para nada a la cartera que defiende la naturaleza.
En cuanto al apasionado abrazo oficial a los agrocombustibles, la semana pasada la ONU pidió a las naciones comprometidas en esta política energética que la abandonen o la revisen con urgencia, pues ella «ha contribuido significativamente a aumentar los precios de la comida y el hambre de los países pobres».
La ONU señala que la mayoría de estos combustibles consumen más energía que la que producen y menguan la producción de comida. Ahorrar hidrocarburos y aprovechar otras fuentes -aire, agua, sol- es más beneficioso para el planeta.
Pero, tristemente, no lo es para nuestro Ministerio de Agricultura.