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Democracia sin pueblo
Por: Rodrigo Uprimny Yepes | marzo 16, 2014
Es una bella definición. Pero la democracia colombiana tal vez requiere una definición más prosaica: nuestra democracia es el gobierno a nombre del pueblo… pero sin mucho pueblo.
Al menos eso indican los resultados del pasado domingo: la inmensa mayoría de los ciudadanos no participó en la selección de quienes serán sus congresistas. Los representantes del pueblo fueron entonces electos con muy poco pueblo.
Las cifras son claras: Votaron 14’310.367 ciudadanos, que representan el 43,5% del potencial electoral. Una abstención del 56,5%. Pero hay que agregar que 850.000 ciudadanos que acudieron a las urnas (tal vez sólo para obtener el incentivo electoral) no marcaron nada en el tarjetón, lo cual parece otra forma de abstención, con lo cual ésta llega casi al 60%.
Además, muchos de quienes participaron no lograron hacerse entender: casi 1’500.000 votos fueron nulos, lo cual significa que estos ciudadanos tampoco eligieron a nadie, a pesar de haberse esforzado por acudir a las urnas.
Finalmente, un número importante de ciudadanos (unos 750.000) votaron en blanco, que es un mensaje expreso de que no querían tampoco elegir a nadie.
Sumemos entonces i) a los abstencionistas, para quienes todos los candidatos eran indiferentes, y por eso se quedaron en casa o no marcaron el tarjetón; ii) a quienes votaron en blanco pues eran hostiles a todos los candidatos; y los incomprendidos que intentaron votar pero no fueron comprendidos. El resultado es que los congresistas resultaron electos sólo por 34% de los ciudadanos. Sólo uno de cada tres ciudadanos participó entonces en la selección del nuevo Congreso.
Algunos pueden banalizar ese resultado aduciendo que la baja participación electoral en Colombia, en especial en elecciones legislativas, no es nueva. Y eso es cierto; pero ese hecho sólo muestra que el problema es persistente y difícil de enfrentar. Pero no elimina su gravedad. Y es que una participación electoral tan débil tiene consecuencias negativas.
La abstención pone en duda la legitimidad y representatividad del Congreso, pues si éste es electo por muy pocos, ¿cómo podemos atribuirle la representación de todo el pueblo?
La abstención perpetúa además las desigualdades sociales, pues existe evidencia de que es mayor en los sectores más pobres, lo cual genera un círculo vicioso: los congresistas son menos sensibles a los sectores populares pues éstos no votan; y estos sectores no votan pues sienten que los congresistas no los representan.
La abstención debilita entonces la capacidad del sistema político para expresar y tramitar las demandas ciudadanas y los conflictos sociales.
El resultado es entonces una mezcla de frustraciones acumuladas, desencanto ciudadano frente a la política y erosión aún mayor de la ya débil legitimidad del Congreso y del sistema electoral. Una situación explosiva; es, pues, necesario debatir sobre cómo enfrentar esa débil participación electoral para que dejemos de ser esa singular democracia sin pueblo.