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Estamos en un momento de grandes desafíos para el movimiento de derechos humanos, en el que se reconoce que los derechos humanos deben ser más interdisciplinarios y tener más conexiones con lo local. Por eso, los defensores de derechos humanos debemos integrar el arte de manera deliberada, junto con las ciencias sociales, a nuestra práctica.

Estamos en un momento de grandes desafíos para el movimiento de derechos humanos, en el que se reconoce que los derechos humanos deben ser más interdisciplinarios y tener más conexiones con lo local. Por eso, los defensores de derechos humanos debemos integrar el arte de manera deliberada, junto con las ciencias sociales, a nuestra práctica.

En el mundo de la defensa de derechos humanos hay un énfasis en impactos medibles. Y sin embargo muchos impactos son difíciles de medir. El cuento y la poesía, por ejemplo, suelen recibir elogios por ser artes que contribuyen a los derechos humanos, pero la influencia que una obra de arte tiene en la defensa de los derechos humanos, o el peso que puede tener en generar un cambio cultural que apoye la justicia, son impactos que muchas veces son visibles solo a largo plazo. Tal vez por esta dificultad de medir su impacto a mediano y corto plazo, no se integra estas artes a las estrategias de defensa de los derechos humanos con frecuencia. Estamos en un momento de grandes desafíos para el movimiento de derechos humanos, en el que se reconoce que los derechos humanos deben ser más interdisciplinarios y tener más conexiones con lo local. Por eso, los defensores de derechos humanos debemos integrar el arte de manera deliberada, junto con las ciencias sociales, a nuestra práctica.

El poder de la poesía muchas veces se evidencia en el poema mismo: léalo o escúchelo y entenderá. Ese es el caso de “El Coronel” de Carolyn Forché, o “Por qué cantamos” de Mario Benedetti, o “Me gritaron negra” de Victoria Santa Cruz. Es menos fácil documentar la trayectoria de un poema al corazón y la mente de los defensores, comunidades, sobrevivientes. Por eso quiero contar la historia de España en el corazón, la colección de poemas de Pablo Neruda sobre la guerra civil de España (1936-1939).

«Guernica» de Pablo Picasso trata el tema de la guerra civil española.

El libro fue impreso en las trincheras de esa guerra, por soldados Republicanos (antifascistas) que aprendieron a componer textos en las imprentas y operar las máquinas del monasterio benedictino de Monserrat, cerca a Barcelona, en una imprenta de 1499. Cuando se les acabó el papel, utilizaron un molino cercano para hacer pulpa con materiales descartados, camisas, banderas e incluso uniformes de enemigos, y fabricaron más papel. Cuando la derrota era inminente, algunos soldados Republicanos llenaron sacos, donde deberían haber llevado comida, con los libros y empezaron la marcha de retirada hacia Francia. En la marcha, fueron bombardeados y la mayoría de los libros fueron destruidos. De las 500 copias de esta primera edición sólo sobreviven siete, y sobreviven porque hubieron quienes optaron por llevar esos libros en vez de raciones en su retirada a Francia. La historia de España en el corazón es, en parte, la historia de lo que las personas son capaces de hacer por una poesía que las conmueve, y de lo que la poesía puede hacer por ellas. Más generalmente, es una historia sobre cómo el arte nos mantiene vivos y sustenta nuestros ideales.

La conexión del arte de escribir, ya sea poesía o narrativa, con el trabajo de derechos humanos es evidente. La reconocemos, por ejemplo, cuando consideramos que el contar historias de esperanza es crucial para la comunicación efectiva en derechos humanos. Así lo hace Thomas Coombes en su ensayo sobre la esperanza como un dispositivo fundamental para enmarcar las campañas de derechos humanos. Y así lo hace Dejusticia en sus Talleres de Investigación-Acción, cuando enseñan herramientas para narrativas personales, orientadas a complementar las fuertes capacidades de investigación que ya tienen los defensores. La creatividad y la capacidad de escribir narrativas potentes es esencial para comunicar realidades que son difíciles de contar, construir contra-narrativas que se interpongan a historias oficiales, y para ser una voz testimonial cuando otras fuentes se silencian. Y el arte hace más: le abre las puertas a todos a participar en la defensa de derechos humanos, y nos abre espacios para diálogos de empatía.

Pensemos en el caso de las desapariciones forzadas. Durante el Coloquio de París de 1981 para la promoción de un convenio internacional sobre desaparición forzada, Julio Cortázar, con su “Negación del olvido”, le dio textura y forma a un crimen que era elusivo por diseño. Basándose, tal vez, en su hábito de caminar en lo fantástico y negarse a aceptar el mundo tal como es, Cortázar hizo un llamado a rechazar, obstinadamente, la probable realidad de que los desaparecidos estaban muertos. Aceptar eso, dijo, sería permitir que la demanda por la verdad no reciba respuesta:

Hay que mantener en un obstinado presente, con toda su sangre y su ignominia, algo que ya se está queriendo hacer entrar en el cómodo país del olvido; hay que seguir considerando como vivos a los que acaso ya no lo están pero que tenemos la obligación de reclamar, uno por uno, hasta que la respuesta muestre finalmente la verdad que hoy se pretende escamotear.

La rendición de Cortázar, tanto de lo malévolo de las desapariciones forzadas, como de la rebeldía con la cual se las debe enfrentar, dio las pautas para enmarcar este tema. Dio un contenido moral y emocional a lo que podría ser un proceso legalista de abogar por un tratado. Se lo cita en estudios  e informes sobre desapariciones forzadas, y se incluyó en el Proyecto de Convención Internacional
para la Protección de Todas las Personas contra las Desapariciones Forzadas.

Mural en Buenos Aires, Argentina.

Varias organizaciones de derechos humanos ya han demostrado una consciencia sobre el papel que el arte, en varias formas, tiene en la promoción de derechos humanos, contrucción del movimiento y auto-cuidado de defensores. Dejusticia, por ejemplo, celebró un concurso de fotografía que explora temas de derechos humanos; Human Rights Watch tiene un festival de cine anual; la ONU ha anunciado el Premio de Música High Note para música que contribuye a los derechos humanos; y el Human Rights Consortium de la Universidad de Londres lanzó un proyecto colaborativo que resultó en una antología de 150 poemas para y por los derechos humanos. Aún así, necesitamos alianzas más sostenibles y cohesivas con el arte y los artistas.

Los defensores de derechos humanos reconocemos el poder del arte, pero necesitamos más especificidad sobre cómo aliarnos con él, y para qué aspecto de nuestro trabajo.  Laila Sumpton propone tres categorías para las maneras en que la poesía puede hacer avanzar el trabajo de la defensa de derechos humanos: poesía para la resiliencia personal; poesía para las campañas y educación sobre derechos humanos; y poesía para la voz y el empoderamiento. A medida que las organizaciones de derechos humanos enfrentan desafíos y buscan maneras de ampliar el mensaje de los derechos humanos, deberíamos utilizar los aportes de Sumpton para discernir qué tipo de contribución esperamos que una obra de arte o un artista haga para los derechos humanos, y deberíamos articular explícitamente cómo puede el arte contribuir a nuestras estrategias a largo plazo.

 

Foto destacada: Lori Ho

 

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