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Desigualdad y democracia en Colombia
Por: Rodrigo Uprimny Yepes | septiembre 15, 2009
ROUSSEAU ESCRIBIÓ EN EL CONTRATO social una frase lapidaria sobre los graves efectos que tiene la desigualdad extrema para una democracia.
Según este filósofo, para que la democracia subsista es indispensable que “ningún ciudadano sea tan opulento como para poder comprar a otro, ni ninguno tan pobre como para que se vea obligado a venderse”. Por ello, concluye Rousseau, la construcción de un Estado democrático genuino requiere evitar las riquezas y pobrezas extremas, ya que ambas son funestas para el bien común, pues de las primeras salen los tiranos y de las segundas, quienes los apoyan. Entre ellas “se trafica la libertad política: unos la compran y otros la venden”.
Esta advertencia de Rousseau cae como anillo al dedo en nuestra Colombia contemporánea, si se tienen en cuenta los datos sobre desigualdad y pobreza, que fueron entregados al país el pasado 24 de agosto.
Estos datos, revelados por la llamada “Misión de Empalme de las Series de Empleo, Pobreza y Desigualdad”, conocida como Mesep, han sido aceptados por el Gobierno y son muy preocupantes; a pesar del acelerado crecimiento económico que tuvo Colombia entre 2003 y 2007, que fue común a casi todos los países de América Latina, la reducción de la pobreza fue pobre. Pasó de 51,3% en 2003 a 46% en 2008. Pero más grave aún, la extrema pobreza o indigencia ha tendido a crecer; pasó de 17% en 2003 a 17,8% en 2008.
Una de las posibles razones por las cuales no ha habido una reducción significativa de la pobreza, a pesar del crecimiento económico, es que hemos tenido un crecimiento pro ricos y no pro pobres, por lo cual la desigualdad persiste e incluso se ha agravado. En efecto, la Mesep concluye que el coeficiente de Gini, que mide la inequidad, pasó de 0,57 en 2003 a 0,59 en 2008, lo cual significa un incremento de la desigualdad, pues mientras más cerca de 0 esté el coeficiente, más igualitaria es la sociedad y viceversa. Con este coeficiente, Colombia tiene el triste récord de ser tal vez el país más desigual de América Latina, que es la región con mayor desigualdad en el mundo.
Estas cifras muestran además que el programa bandera del Gobierno en este campo, Familias en Acción, no ha funcionado apropiadamente, pues no ha logrado reducir la indigencia. Pero en cambio parece haber sido un programa exitoso en lograr el apoyo al Gobierno, pues la forma como se entregan estos subsidios, no como derechos de las personas sino como dádivas gubernamentales, concita naturalmente la gratitud de sus beneficiarios. Se asemejan pues a esa compraventa de la libertad política que tanto preocupaba a Rousseau y que deriva de la extrema inequidad de la sociedad colombiana. ¿Podemos entonces sorprendernos de que el apoyo al presidente Uribe en los estratos 1 y 2 sea del 81%, a pesar de que la situación social de estos hogares no ha mejorado sensiblemente?
Es pues imperativo reclamar políticas específicas para reducir la desigualdad colombiana, que no sólo profundiza la pobreza y limita las posibilidades de desarrollo, sino que además afecta profundamente el funcionamiento de la democracia. Esas políticas son además posibles, pues la desigualdad no es ninguna fatalidad. Por ejemplo, en estos mismos años, otro país muy injusto, como Brasil, logró reducir su coeficiente de Gini en casi cinco puntos. Pero claro, para evitar la compraventa de la libertad, debe tratarse de políticas fundadas en derechos que excluyan la posibilidad de que los gobiernos las usen para obtener adhesiones.