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Portugal

El kit controlado para adictos como Lucila contiene dos botes de agua limpia y de ácido cítrico para disolver mejor la heroína y jeringas con agujas hipodérmicas. / Foto tomada en Porto, Portugal, cortesía de Steve Forest | Foto tomada en Porto, Portugal, cortesía de Steve Forest/Harm Reduction International

Despenalizar el uso de drogas: lecciones desde Portugal

El país luso cumple dos décadas de un cambio radical en su política de drogas: de la criminalización de los usuarios pasó a tratarlos con un enfoque de salud pública. ¿Funcionaría esta receta en Colombia?

Por: Mariana Escobar RoldánJulio 2, 2019

A Lourdes la acompaña un viejo radio en alguna frecuencia de noticias y música portuguesa. En su bolsa de tela lleva lo necesario para sentirse “normal”: fuego, cuchara de metal, jeringa y aguja de un solo uso, algodón con alcohol, agua esterilizada y 2,5 gramos de heroína. A excepción de esta última sustancia, lo anterior lo recibe cada día de una de las cinco organizaciones que llegan al barrio Cerco do Porto para entregar materiales y asesoría que permita mitigar los daños del consumo. (Cifras terribles a nivel global).

En Cerco, las personas han ocupado espacios para utilizar sustancias. Lourdes se acostumbró a Casa Velha (Casa Vieja): una antigua fábrica sin puertas ni ventanas y con muros de ladrillo envueltos en maraña. No está allí para esconderse de la autoridad o del juicio de los transeúntes. De hecho, el consumo y el porte de sustancias psicoactivas, desde la marihuana hasta la heroína, están despenalizados desde hace 20 años en Portugal. Está allí porque es a donde el estigma —cada vez menor— fue llevando en años anteriores a los consumidores: sus amigos, su círculo más cercano.

La Portugal de hace dos décadas era otra. En 1974, cuando terminó la dictadura más larga de Europa —48 años de gobierno de Antonio de Oliveira Salazar y Marcelo Caetano—, el consumo de drogas se extendió con ímpetu, sobre todo entre los jóvenes. Con algunos rezagos del autoritarismo, la respuesta estatal fue represiva: todo el peso de la ley cayó sobre los traficantes y la violencia policial en los consumidores. En las familias, las personas que usaban drogas sentían la desaprobación. (Estudios internacionales en pro de la legalización).

Lourdes comenzó el uso de heroína y cocaína por curiosidad en la década de los 80. Portugal estrenaba un ambiente de júbilo y libertad, y el uso de drogas entre los jóvenes se convirtió en una especie de gesto emancipador después de la dictadura. “Era muy fácil conseguir las sustancias, pero la ley se volvió más y más dura, y los amigos que me vendían fueron todos a la cárcel o murieron de sobredosis. Me tuve que ir de casa a las calles. La sensación de cuando faltaba la heroína me destruía, hacía que todo mi cuerpo doliera, y nadie me soportaba así”, recuerda.

Como ella, alrededor del 1 % de la población —unos 100.000 portugueses— era adicto a este opioide en 1999, y las muertes por sobredosis se salieron de las manos del sistema de salud. José Queiroz, director de la Agencia Piaget para el Desarrollo (Apdes), vio a muchos de sus amigos morir, aunque hubiera un antídoto efectivo para revertir la sobredosis: la naloxona. “Tal vez el 35 % de mis compañeros de clase fallecieron por sobredosis. Era una epidemia de luto alrededor de las drogas”, contó durante la 26ª versión congreso de la organización Harm Reduction International, que tuvo lugar en Porto, y afirmó que la violencia policial solo agravaba la situación.

 

Estrategia controversial

En ese escenario, el país luso decidió dar un giro a su política de drogas. Mientras gobernaba el presidente Jorge Sampaio, él y un grupo de médicos, psicólogos, psiquiatras y crimininalistas crearon lo que se llamó Estrategia Nacional de Drogas. Una parte del equipo se encargaba de pensar cómo podían fomentar la prevención. Otros diseñaron programas idóneos de tratamiento, reducción de daños y resocialización. Había un grupo que hacía investigación y entrenamiento de los funcionarios públicos, y otro más que preparaban a las organizaciones para el impacto que tendrían.

“Parecía imposible lograrlo. Que el país dejara de llamar a los consumidores criminales y empezáramos a reconocerlos incluso como pacientes. Necesitábamos que los más conservadores confiaran en nosotros, y el ambiente era sumamente controversial en el Parlamento”, describió el expresidente en Porto.

No obstante, en abril de 1999, su gobierno aprobó la estrategia. Portugal despenalizó el consumo de todas las sustancias psicoactivas para quienes portaran un máximo de 10 dosis. Pero esta medida no podía ser la única. Se sumaron otras que propiciaron condiciones menos nocivas para quienes usan drogas: un programa de intercambio de jeringas en el que funcionarios recogen las usadas y entregan nuevas; unidades móviles que distribuyen metadona, un opioide que tiene dos funciones: disminuir los síntomas del síndrome de abstinencia y eliminar la ansiedad de consumir heroína; tratamiento para enfermedades transmisibles, y consejería médica y educación en lugares estratégicos.

Las medidas han tenido efecto. Según las cifras que ha recopilado la Agencia Piaget, el número de personas que usan heroína en Portugal pasó de 100.000 a 30.000. El país tiene ahora el índice más bajo de muertes relacionadas con drogas: tres por cada millón de habitantes, cinco veces menos que el promedio de Europa, que es de 17,3. Las infecciones de VIH entre personas que usan drogas han caído a la mitad y la población carcelaria por motivos relacionados con drogas pasó del 75 al 45 % en estos 20 años.

Mucho del éxito de las medidas se debe a un cambio en la acción policial. António Leitão da Silva, jefe de la policía municipal de Porto, habla más como un salubrista que como un agente de seguridad: “Antes veíamos a los consumidores como criminales, ahora los vemos como pacientes a quienes podemos ayudar. Nuestro trabajo cambió por completo cuando entendimos que un consumidor, casi siempre joven, no tiene por qué ser tratado como un narcotraficante. Sabemos que muchos necesitan las sustancias para seguir sus vidas, y entendimos que una de las armas más destructivas para ellos es el estigma”.

La policía de Portugal aplica multas cuando encuentra dosis superiores a las permitidas, pero éstas incluso pueden eliminarse si los usuarios culminan los programas de desintoxicación que ofrece el Estado.

La otra clave ha sido la eficacia de los programas de prevención y de reducción de daños. Raquel Rebelo, coordinadora de proyectos de la organización Médicos del Mundo en Portugal, entrega dos veces a la semana un kit a Lourdes y a sus amigos de Casa Velha, que pueden ser más de cien.

El kit contiene dos botes de agua limpia y de ácido cítrico para disolver mejor la heroína, jeringas con agujas hipodérmicas —porque en el intercambio y reutilización de estos dispositivos está el gran riesgo de transmisión de enfermedades— y toallitas con alcohol para evitar infección en los puntos donde se inyectan. Adicionalmente, un carro está siempre afuera de Casa Velha con metadona suficiente para todos los que habitan allí.

“Este es el primer paso para hacer que la gente esté más estable, para evitar la propagación de enfermedades y para propiciar espacios de diálogo en los que podemos cerciorarnos de que ellos pueden suplir sus necesidades básicas y que conocen la oferta para recibir un tratamiento a su adicción”, asegura Rebelo, que a pesar de estar tranquila porque los usuarios de drogas inyectables tienen lo esencial para un consumo que genere menor daño, le preocupan las condiciones de vida de Lourdes y los demás: “Se acabaron los golpes de los policías, pero esa es la forma de violencia que ahora los afecta”.

 

Qué no aprender

Después de pasar el día en Casa Velha, Lourdes, quien prefiere no dar su apellido porque hace décadas decidió no involucrar a su familia en su dependencia a la heroína, va a casa. Sin embargo, a “casa” le falta mucho para ser un lugar seguro y confortable. “Hace cuatro años acomodé un lugar para vivir en una vieja escuela abandonada en la que están otros consumidores. Tengo casi todo: hice una cama con gavetas de ropa y la rellené con pedacitos de un sofá que encontré en la calle. Tenemos baños para ducharnos y hacer nuestras necesidades. Allí nadie nos protege. Lo hacemos nosotros mismos”, cuenta.

La heroína ya no tiene en ella los efectos alucinantes de los inicios de su dependencia, y la metadona le ha permitido moderar el consumo. Por eso, dice, lleva una vida normal que solo se altera, con un profundo sufrimiento, cuando falta la sustancia.

Aunque no siente discriminación en las calles y no hay violencia entre distribuidores —que de forma irregular se reparten la venta por horas y por calles—, Lourdes no ha podido conseguir un empleo que le permita vivir en otras condiciones.

A la falta de oportunidades para personas que usan drogas se suma el hecho de que la estrategia tiene aspectos por mejorar. Para Rui Coimbra Morais, de la organización portuguesa Consumidores Asociados Sobreviven Organizados, algunas partes de la política continúan funcionando, pero aún no es sostenible y necesita investigación para identificar cómo puede mejorar. Entretanto, le preocupa que el país no tenga salas de consumo supervisadas y siente que la policía aún no está del todo involucrada y requiere más capacitación en atención de personas que usan drogas. “No hay maltrato, pero la mentalidad de la fuerza policial es extrema y no es fácil de cambiar”, agrega.

Tampoco hay instituciones oficiales que vigilen la calidad de las sustancias que consume la población, muchas veces tan deficiente que termina causando más problemas en quien las usa. De hecho, la Agencia Piaget cuenta con un grupo de análisis de sustancias cuyos miembros le expresaron a un grupo de periodistas las dificultades que tienen para conseguir permisos del Estado para ingresar a festivales musicales u otros eventos de gran magnitud donde resulta urgente cerciorarse de qué es lo que realmente venden a los usuarios.

 

Un giro necesario

Los defectos de la política de drogas portuguesa son parte de un camino que no parece sencillo hacia construir una nueva forma de concebir las drogas ilícitas y a sus usuarios. Desde lo cultural, lo social y lo político, asimilar que el consumo no es un crimen requiere años de adaptación. Lo cierto es que, a dos décadas de una decisión histórica, la experiencia lusa demostró que, para ellos, la salud pública resultó ser mejor estrategia que la justicia criminal.

Portugal comprendió lo absurdo de que un asunto que compete a la salud fuera manejado por la policía, los jueces y los militares. El éxito de sus medidas se debe a que precisamente están haciendo lo que la lógica y el sentido común dictan.

Ahora, ¿funcionaría esa receta para Colombia? El país tiene un contexto aún más complejo: no solo tenemos consumidores, sino cultivadores, productores, distribuidores y violencia alrededor del negocio. Un cambio en la política de drogas necesitaría una estrategia distinta.

Existen formas de equiparar la fórmula de la reducción de daños hacia el consumo en Portugal al tráfico y el cultivo de Colombia, como alternativas al encarcelamiento para los delitos de drogas no violentos y desarrollo rural para el campesinado cultivador. No obstante, ese camino se agota, pues lo cierto es que los mercados de drogas ilícitas jamás desaparecerán.

Por eso no resultan descabelladas las palabras de esta semana del expresidente Juan Manuel Santos. El también miembro de la Comisión Global sobre Política de Drogas dijo justamente en Portugal, refiriéndose a la guerra contra las drogas, que una guerra que no se ha ganado en 40 años “es una guerra perdida”, y pidió “un enfoque en salud, derechos humanos, que podamos quitarle el elemento de crimen al consumo en pequeñas dosis, y al tráfico”.

Al fin y al cabo se trata de que el Estado asuma el control regulador sobre estas sustancias, tal como lo hace con el alcohol y la nicotina, despojando así a los actores criminales de su poder y su daño.


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Mariana Escobar escribió esta nota tras la invitación que Harm Reduction International le hizo para asistir a la Conferencia Mundial de Reducción de Daños. Esta nota se publicó inicialmente en el períodico El Espectador.

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