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Los seres humanos tendemos a conversar y debatir con quienes piensan y sienten en forma parecida. Estas conversaciones entre semejantes son agradables pero suelen ser improductivas pues refuerzan nuestros prejuicios.

Los seres humanos tendemos a conversar y debatir con quienes piensan y sienten en forma parecida. Estas conversaciones entre semejantes son agradables pero suelen ser improductivas pues refuerzan nuestros prejuicios.

La creciente polarización, que busca situarnos a todos en campos radicalmente enfrentados, está envenenando nuestra precaria democracia y poniendo en riesgo la posibilidad de lograr una paz profunda y duradera. Debemos entonces esforzarnos por superar esta polarización, o al menos por reducirla significativamente. Una posible vía en esa dirección es promover los “diálogos entre improbables”, por usar la expresión del profesor Paul Lederach.

Los seres humanos tendemos a conversar y debatir con quienes piensan y sienten en forma parecida. Estas conversaciones entre semejantes son agradables pero suelen ser improductivas pues refuerzan nuestros prejuicios. Y en una sociedad dividida, como Colombia, esas discusiones entre parecidos acentúan la polarización pues afirman la pertenencia a un grupo mientras refuerzan el rechazo al adversario, que es cada vez más visto como enemigo.

Por esa dinámica, Lederach concluye que el cambio democrático sustantivo y duradero “no surge de espacios de personas que piensan igual” sino “cuando logramos espacios de personas no muy probables”, esto es de personas “que vienen de formas de entender, percibir, ver el mundo muy distintas”. Imaginen por ejemplo un diálogo genuino entre un místico y un ateo, un guerrillero y un paramilitar, un comunista y un neoliberal, o entre quienes promovimos el Sí en el plebiscito y quienes se opusieron radicalmente. Según Lederach, cuando personas tan diferentes logran una conversación honesta “podemos decir que ya se da un milagro”.

Esos diálogos entre personas distintas o de encuentro improbable son difíciles pues pueden llevarnos a dudar de nuestras convicciones más profundas. Pero no debemos eludirlos sino promoverlos pues ¿qué valor tiene una convicción que no nos atrevemos a someter a discusión? Esos diálogos entre improbables son entonces enriquecedores personalmente, pues nos permiten descubrir otras visiones y corregir nuestros errores. Tienen además un valor social profundo: enseñan el respeto, o al menos la tolerancia, entre personas y grupos con visiones del mundo distintas, que es una condición necesaria para la existencia de una democracia pluralista.

Estos diálogos entre diversos no son probables pero no son imposibles. Amartya Sen ha referido en varias ocasiones el ejemplo del emperador Mogol Akbar I, quien gobernó la India en la segunda mitad del siglo XVI. Akbar, consciente de la diversidad de la India y de los riesgos de conflictos religiosos, promovió el entendimiento y la coexistencia entre las distintas creencias, para lo cual realizaba en su corte en Agra discusiones periódicas respetuosas entre los líderes de las distintas religiones (musulmanes, hindús, cristianos, budistas, judíos, etc), incluyendo a los ateos.

Akbar promovía así el respeto y la aceptación de la diversidad religiosa, con resultados valiosos. Durante su reino, y mientras muchos países europeos, como Francia, sucumbían a las terribles guerras y persecuciones religiosas, India lograba la coexistencia pacífica entre religiones muy disímiles, gracias al cuidadoso cultivo por Akbar de ese permanente diálogo respetuoso entre improbables.

Los colombianos debemos esforzarnos por emular a la tolerante India musulmana de Akbar del siglo XVI. O quedaremos atrapados en los fanatismos y las divisiones que vivieron los europeos de ese mismo período. Quienes valoramos la democracia y la paz debemos entonces promover y realizar esos diálogos genuinos entre improbables. Ese debería ser uno de nuestros compromisos para el año electoral que viene.

De interés: Diálogo / Polarización

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