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¿Dónde está el Partido Verde?

EN 1911, ROBERT MICHELS FORMULÓ una de las tesis más conocidas de la ciencia política: la “ley de hierro de la oligarquía”. Según ella, los partidos políticos tienen un destino inescapable: convertirse en maquinarias burocráticas dominadas por líderes que, tarde o temprano, se olvidan de las bases.

EN 1911, ROBERT MICHELS FORMULÓ una de las tesis más conocidas de la ciencia política: la “ley de hierro de la oligarquía”. Según ella, los partidos políticos tienen un destino inescapable: convertirse en maquinarias burocráticas dominadas por líderes que, tarde o temprano, se olvidan de las bases.

La tragedia se debe a que todos los partidos precisan organizar cuadros, buscar fondos y conseguir votos. Y eso requiere jefes, oficinas, comités, reuniones. La ley no hace excepciones con los partidos que arrancan con el entusiasmo espontáneo de las movilizaciones ciudadanas, como la reciente ola verde que llevó al partido ídem a ganar más de 3,5 millones de votos en las elecciones presidenciales colombianas.

La tesis de Michels tiene encima un siglo de estudios a favor y en contra. Pero lo que me interesa aquí es una pregunta más inmediata: ¿terminará la refrescante ola verde confirmando la ley y convirtiéndose en un partido como cualquiera? A propósito, ¿dónde diablos anda el Partido Verde?

Las preguntas son urgentes porque los verdes están dejando escapar tiempo precioso. Tras las elecciones, Mockus prometió apoyar lo bueno y criticar lo malo de Santos, pero no ha hecho ni lo uno ni lo otro. Fajardo anunció la excelente idea de nombrar un gabinete en la sombra, con expertos en los temas de cada ministerio. Pero no pasa nada. Mientras los verdes descansan, Santos trabaja y atina con nombramientos que lo distancian del uribismo radical. De paso, ocupa el centro político y el discurso tecnócrata que eran el capital verde.

¿Qué hacer para que el Partido Verde no repita los fracasos de las segundas fuerzas políticas? Muchos analistas aconsejan concentrarse en armar listas y alianzas para las elecciones de 2011. Agregan que lo esencial es definir el liderazgo del partido. En síntesis, que los verdes deben dejar de ser movimiento y convertirse en un partido con burocracia.

Las estructuras son clave, pero son sólo la mitad de la tarea. Porque el potencial verde no está tanto en sus líderes, como en el movimiento ciudadano que despertaron. La novedad no son los ex alcaldes, sino su combinación con la ola verde: la de las redes sociales, los estudiantes, los profesionales y los voluntarios que enviaron correos electrónicos o sacaron plata de su bolsillo para imprimir camisetas, sin esperar un puesto como recompensa.

Tuve la oportunidad de conocer a varios de ellos hace poco, en una de las tertulias que los verdes están organizando para pensar su futuro, a la que invitan a comentaristas externos. Ahí estuvimos con Rudolf Hommes, botando corriente sobre el tema. Nunca había visto a un grupo tan animado con una derrota electoral. Tampoco uno dispuesto a reflexionar abiertamente y pasar varias horas de una noche discutiendo alternativas, motivado sólo por la idea de que es posible hacer política de otra forma.

Al escucharlos, salí aún más convencido de que el futuro de este David, de su posibilidad de ser una opción frente al Goliat de la unidad nacional, depende de su capacidad ser un partido-movimiento. Mejor dicho: de probar que Michels estaba equivocado.

Para eso, podrían obtener algunas luces de un texto reciente de Malcolm Gladwell, quizás el cronista más original de lengua inglesa. Su título, Cómo David puede vencer a Goliat, delata su relevancia para el dilema verde. Tras analizar las estrategias de los débiles victoriosos a lo largo de la historia, Gladwell concluye que el secreto consiste en trabajar mucho más duro que los poderosos y usar estrategias audaces, “que desafíen las convenciones sobre cómo se deben dar las peleas”.

Si los verdes siguen en receso y oyen a quienes los aconsejan volverse predecibles, serán ellos los que recibirán el caucherazo en la frente.

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