En la migración de personas desde Siria hacia otros países aparece el tráfico de captagón como forma de sustento en medio de condiciones críticas. | EFE
Captagón, Siria y el conflicto armado: otro fracaso de la guerra contra las drogas
Por: Mariana Escobar Roldán | Marzo 27, 2024
Por los recintos de la sede de las Naciones Unidas en Viena, donde tuvo lugar la Comisión de Estupefacientes (CND, por sus siglas en inglés), apareció con frecuencia una palabra que, al menos para la sociedad civil de América Latina, no sonaba familiar: captagón, una droga sintética comercializada en forma de píldoras que produce euforia, despista el hambre, la fatiga y el frío, y aumenta la fuerza y la destreza en escenarios como una doble jornada laboral o una batalla.
Su base, la fenetrilina, servía en la Alemania de 1961 como medicamento para niños con trastornos de atención. Sin embargo, el régimen internacional de control de sustancias no demoró en prohibirlo por sus efectos sobre el sistema hepático y por su carácter adictivo. Tampoco tardó el mercado irregular en explotar su uso recreativo.
Los primeros en hacerlo fueron los búlgaros. Mientras caía el Muro de Berlín, en ese país exsoviético se desmantelaban las grandes empresas estatales, buena parte de ellas de la industria química —algunas exportadoras de captagón—. Por la cooperación política y técnica entre Bulgaria y Siria, durante la Guerra Fría muchos sirios estudiaron química en Bulgaria y establecieron contactos que, si bien abrieron el mercado entre ambos países, también trazaron el camino del tráfico ilícito por la ruta de Turquía.
Bejamin Crabtree, experto de la Iniciativa Global contra el Crimen Organizado Transnacional, elaboró una radiografía del comercio fluctuante de esta droga en la que cuenta que el negocio del captagón se disparó en Siria en 2011, coincidiendo con el inicio del conflicto entre el régimen de Bashar al Asad, los rebeldes y demás actores locales y extranjeros que se enfrentan con variados intereses.
Siria y el captagón
Según contó Crabtree, cuatro fenómenos hicieron de Siria el escenario propicio para el negocio del captagón: la ausencia de un Estado en zonas ocupadas por la oposición, la poca veeduría nacional e internacional, la urgencia de hallar formas de financiación o de subsistencia en medio de un conflicto armado (que justo completa 13 años este mes) y un mercado local creciente entre más de 12 millones de migrantes que han huido de ese conflicto, del precario sistema de salud con el que se encontró la pandemia y de la devastación provocada por un terremoto de magnitud 7.7 en 2023.
Pese a las limitaciones para recopilar información en Siria, el investigador encontró que la producción y el tráfico de captagón se han convertido en una fuente perfecta de financiación para los actores del conflicto en Siria: por la simplicidad y naturaleza móvil de las instalaciones de producción, así como los conocimientos químicos limitados que se requieren para ‘cocinar’ la sustancia. Desde Siria, también ayuda la proximidad a los principales mercados de destino (países del Golfo, Irak y Jordania). A esto se suma la creciente demanda dentro del país, que ofrece fuentes de ingresos altamente rentables con un bajo riesgo de interceptación, por las debilidades en la aplicación de la ley en medio de múltiples crisis políticas, sociales y humanitarias.
Las personas migrantes que intentan cruzar a Europa son un público para esta sustancia, pues la producción de una píldora ronda los 15 centavos de dólar y su precio en el mercado de Siria no supera los 5 dólares. Además, el captagón les quita el cansancio, el hambre y la sed en sus largas jornadas de éxodo. Tatyana Sleiman, directora de Skoun, una de las pocas organizaciones que trabaja con programas de reducción de riesgos y daños para personas que usan drogas en el Líbano, cuenta que, por las características autoritarias y muy herméticas del régimen en Siria, muy poco se sabe sobre el uso de sustancias en ese país.
Por los relatos de personas que usan esta sustancia de origen sirio que acuden a su organización como migrantes y refugiados, se sabe que la ayuda humanitaria que llega a ese país es precaria, pero además se centra en la atención de necesidades básicas. “No sabemos de la existencia de personas u organizaciones que trabajen en reducción de riesgos y daños allí. Si existen, seguramente lo hacen desde lo más profundo de redes comunitarias, porque el contexto del régimen es de absoluta criminalización”, apunta Sleiman.
Según ha visto en su trabajo, el uso de drogas como el captagon por parte de estas personas es una forma de enfrentar los traumas de la guerra, las pérdidas y el desarraigo. También le han informado de la participación de niños en las redes de tráfico. Las razones: hay menos probabilidad de que los arresten y es frecuente que los padres los envíen a este tipo de trabajos para obtener recursos, pues no existen condiciones para garantizar el sustento.
La prohibición y el conflicto
En Medio Oriente, sin hacer demasiado ruido en medios y debates internacionales, el captagón superó el número de incautaciones que solían tener los opiáceos. De acuerdo con Angela Me, directora de Investigación de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito. (UNODC), esta sustancia se convirtió en la droga favorita de las personas jóvenes en Medio Oriente y el Golfo. “Estos países solían tener como problema el uso de la heroína y de otros opiáceos, pero en este momento los reportes que estamos recibiendo apuntan a que el captagón es la nueva droga de mayor elección y se está volviendo un negocio enorme con múltiples y complejas rutas”, detalla.
De hecho, en octubre del 2023, cuando Hamas inició los ataques contra Israel, el gobierno de este país —y Estados Unidos— afirmaron que esta sustancia había sido encontrada en los cuerpos de combatientes muertos y que había aumentado su disposición a “matar y a torturar civiles”.
A Caroline Rose, directora de Asuntos Ciegos Estratégicos en el New Lines Institute (un centro de estudios en Washington) y considerada una de las grandes expertas en captagón, la idea le parece descabellada, pues “no hay pruebas de ello” y “ esta no es una droga que induzca una manía violenta”, le dijo al medio Vice. De todas formas, el tono escandaloso de la noticia que dieron las autoridades de Israel fue muy similar al que se escuchó durante la CND. Durante un evento paralelo organizado por el gobierno de Israel en esta edición de la Comisión de Estupefacientes, la palabra derechos humanos brilló por su ausencia, mientras primó el enfoque de criminalización y estigmatización.
El discurso alrededor del captagón hace pensar en los estigmas y el desconocimiento sobre la marihuana y la cocaína que se propagaban —con mucha más intensidad que en el presente—antes de que Colombia y otros países comenzaran a hablar de regulación. Pero no todo fue ‘guerra contra las drogas’. Este año dos cosas importantes sucedieron en la CND:
El Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos asistió de manera presencial a la Comisión por primera vez en la historia de este escenario, y su presencia y su discurso se convirtieron en un símbolo de lo que puede venir para la política de fiscalización internacional: los derechos por fin entraron all debate. Días después, el Secretario de Estado de Estados Unidos centró sus intervenciones en la crisis generada por el uso de drogas sintéticas en su país, y, por primera vez en la CND, celebró la aplicación de estrategias de reducción de riesgos y daños.
Sobre esto profundiza Angela Me, para quien la UNODC (que hasta hace pocos años carecía por completo del lenguaje de los derechos humanos y la reducción de riesgos) está comprometido con “incluir varios componentes de respuesta en la situación del captagón y Siria: justicia criminal, pero también prevención, tratamiento y reducción de riesgos y daños”.
Si bien cuenta que el trabajo en Siria es difícil para su agencia (UNODC), en cualquier tipo de intervención tendría que quedar muy claro que los conflictos armados son un imán para el narcotráfico y que el contexto de violencia y represión hace una enorme diferencia a la hora de propiciar consumos problemáticos. Para Tatyana Sleiman, frente a Siria y cualquier otro escenario como el de ese país, los organismos de ayuda tendrían que incluir en sus intervenciones las necesidades de las personas que usan drogas: “y eso implica mirarlos sin estigmatización y asignar los recursos suficientes para aliviar su sufrimiento”.
Ser un país con un conflicto parece profundizar los efectos de la prohibición, y ser un país prohibicionista le suma ingredientes a los conflictos armados. Tal y como ha sucedido con la experiencia de Colombia y las drogas, mientras el negocio del captagón siga ilegalizado (o el de la cocaína o el de muchos opiáceos que se producen en Medio Oriente), el narcotráfico proveerá los recursos suficientes para continuar conflictos, corromper a las instituciones que lo combaten y financiar a grupos armados. El cambio de paradigma en la política de drogas se hace entonces necesario en escenarios como el que sugiere el captagón en Siria.