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¿El Congreso que nos merecemos?

TRAS LAS ELECCIONES PARLAMENTArias, todos alistan las apuestas para las presidenciales. Pero antes de que arranque la siguiente carrera, vale la pena detenerse un segundo a pensar sobre el tipo de Congreso que vamos a tener desde el 20 de julio y lo que nos espera los siguientes cuatro años.

TRAS LAS ELECCIONES PARLAMENTArias, todos alistan las apuestas para las presidenciales. Pero antes de que arranque la siguiente carrera, vale la pena detenerse un segundo a pensar sobre el tipo de Congreso que vamos a tener desde el 20 de julio y lo que nos espera los siguientes cuatro años.

Los pesimistas recuerdan que ganó la maquinaria clientelista y que este es el Congreso que se merece una sociedad corrupta. Los optimistas dicen que la cosa no salió tan mal: que los verdes retoñaron y que la oposición no desapareció.

Quisiera creerles a los optimistas y decir, con ellos, que las instituciones colombianas siempre se las han arreglado para sobrevivir. Esa es la versión reconfortante de la colombianología desde hace al menos 40 años, cuando Albert Hirschman, el famoso economista estadounidense que vivió en el país, veía en las instituciones colombianas una de las razones para su “obstinación por la esperanza” en América Latina.

Es cierto que el logro de los verdes es admirable y que dan ganas de hacer como en la canción de Diego Torres: pintarse la cara color esperanza. Pero también es cierto que las leyes son hechas por las mayorías. Y los que ganaron son otros: los de la maquinaria de la U y el Partido Conservador, que están cobrando los favores de ocho años de clientelismo; y los del PIN, que, como los gatos, siempre caen parados.

Así que no hay mucha razón para la esperanza frente al “nuevo” Congreso, a menos que uno crea en la variante maturanesca de la tesis optimista: que perder es ganar un poco. Mejor ponerse el tapaboca y asomarse con realismo a lo que hará el Congreso que acaba de ser elegido y lo que tocará hacer para atajarlo.

Lo primero que el Congreso querrá hacer es reformar la justicia a su medida. La prioridad de la coalición uribista será blindarse judicialmente para que no le pase lo que a Álvaro Araújo y los demás parapolíticos. Por eso habrá que mirar con lupa cualquier proyecto de reforma al sistema judicial, para atajar los goles que le intentarán meter a la Corte Suprema y a la justicia en general.

El segundo frente clave para la U, el Conservatismo y el PIN es la resurrección de los proyectos vitales para el uribismo rural —ese que, aunque derrotado en la consulta conservadora, sacó millones de votos al Congreso—. Habrá por lo menos tres. Una nueva ley forestal que reencauche la que la Corte Constitucional tumbó por haber abierto los bosques a la explotación comercial sin consultar a los pueblos indígenas y comunidades negras que los han conservado. También una nueva regulación minera que abra los socavones del país a la inversión privada sin condiciones ambientales ni sociales. Y una legislación que valide la contrarreforma agraria de AIS, Carimagua y otras obras de Arias que quedaron inconclusas y que sus beneficiarios, ahora en el Congreso, querrán terminar.

Por eso, se ve venir la agudización del choque del Congreso con las cortes, que seguirán tratando de tapar los agujeros por los que las instituciones hacen agua. La Corte Suprema tendrá que abrir tantos procesos contra políticos que correrá el riesgo de reventarse. Por eso mismo, tendrá que mantener el pulso firme en el asunto de la elección del nuevo Fiscal. Y la Corte Constitucional tendrá que continuar exigiendo acciones sobre los temas que más importan —como el desplazamiento y la salud—, porque el Congreso estará ocupado en otras cosas.

Ojalá me equivoque. Tal vez el pesimismo sea sólo un desliz de fracasomanía, ese talante colombiano que el mismo Hirschman siempre abominó. Ojalá los votos independientes se multipliquen como en el milagro de los panes. Pero también es bueno prepararse para lo probable.

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