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El derecho a cobrar el agua

Hace unos días resurgió un video en el que el presidente de Nestlé dice que el agua no es un derecho sino que debe privatizarse.

Hace unos días resurgió un video en el que el presidente de Nestlé dice que el agua no es un derecho sino que debe privatizarse.

En el video, que hace parte de un documental de 2005 llamado We Feed the World, Peter Babrek-Letmathe, el entonces Director Ejecutivo de Nestlé, dice que “el agua es, naturalmente, la materia prima más importante sobre la Tierra”, y que es un producto alimenticio al que “es preferible, en mi opinión, dar un valor […] para que todos seamos conscientes de que tiene un costo”. Según él, las ONG tienen una posición extrema al decir que el agua debe ser un derecho humano, debate en el que todavía no hay un consenso en el derecho internacional.

Pero de cualquier modo, el actual presidente de Nestlé, la compañía que más vende agua embotellada en el mundo, cree que el agua está siendo mal utilizada porque se administra como un bien público, de manera irresponsable, porque no le damos valor. Su idea es, entonces, que alguien nos la cobre; un mismo alguien que la administre, porque sabe cómo hacerlo gracias a años de experiencia en gestión y ventas. Un alguien como Nestlé.

Pensar en el agua como negocio no es nada nuevo. Desde las botellas con imágenes de naturaleza prístina, pasando por hidroeléctricas y represas para riego, hasta los jet-ski y las piscinas llenas de agua mineral, la pregunta por quién controla, cómo vende y cuánto cobra el agua está en el centro de la discusión. Lo nuevo de lo que ha dicho Babrek-Letmathe es la visión corporativista-”justa” de los recursos naturales: son un derecho, sí, pero la gente no sabe usarlos y por tanto hay que cobrarlos, para que entiendan su importancia.

Este es el mismo argumento detrás de otras iniciativas para privatizar el gas, el petróleo, las áreas de conservación y ciertos tipos de turismo, que buscan garantizar la existencia sostenida en el tiempo de estos recursos. El “perdónalos porque no saben lo que hacen” se convirtió en un “cóbrales porque no saben lo que hacen”. Y ese saber experto de los negocios junto a la ciencia, al que sólo pocos tienen acceso, responde evidentemente a intereses económicos de ciertos grupos que Babrek-Letmathe ejemplifica bien. El lío está, entonces, cuando existen otros saberes de otros grupos que chocan con esas ideas de desarrollo y progreso.

En ese sentido, creo que el gran problema de la propuesta de Babrek-Letmathe es que a menudo en los lugares donde existen estas preciadas ‘materias primas’ hay gente; gente que cree que el agua sí es un derecho y no una mercancía. Hay un caso en Michigan, con Nestlé justamente, en el que demandaron a la compañía por estar extrayendo miles de litros de agua al día, que por lo demás los terminaba vendiendo embotellados al mismo pueblo. La demanda al final no prosperó y la empresa siguió bombeando el preciado líquido.

El panorama en Colombia es parecido. Coca-Cola extrae el agua para su marca Manantial de “un lugar misterioso de los Andes, a más de 3.000 metros sobre el nivel del mar”, en el páramo de Santa Helena. Esta afirmación, que parece juntar recursos naturales con ausencia de gente, obvia las disputas que existen en el país por cómo pensar los recursos naturales. En la Sierra Nevada de Santa Marta, por ejemplo, muchas zonas de reservas coinciden con resguardos indígenas, que a su vez coinciden con zonas de explotación y exploración minera y turística. En otras partes del Pacífico, en territorios colectivos de comunidades negras, aparecen intereses de conservación de biodiversidad, minería y cultivos de palma con ideas de etnodesarrollo de estas comunidades.

Pensar, como Babrek-Letmathe, que comercializar el agua es tan fácil como comercializar, qué sé yo, esferos, carros o leche en polvo pero por una ‘causa justa’ niega de plano la discusión de acceso a derechos, por más que el ejecutivo diga que lo hace para garantizar el uso sostenible de ese recurso. Yo no sé qué tanto el cobro vaya a ‘generar conciencia’, pero sí sé que eso implica que de plano se les niegue la posibilidad de conseguir agua a muchas personas. El agua, entonces, se convertiría en un bien de consumo y, en últimas, un lujo. El solo hecho de que se refiera a ella como ‘materia prima’ ya dice mucho de cómo está pensando en la justicia ambiental y alimentaria. El problema es que esta es la visión que tiene más fuerza en el mundo y se está extendiendo. Ya hay gente que paga por irse a vivir a lugares con aires más limpios. Tengo un primo que cuando quiere decirle a alguien que se broncee, le dice que “el sol no lo cobran”. Eso creo que será un poco difícil, pero bueno, amanecerá (si pagamos) y veremos.

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