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El fin de la ortodoxia económica

La crisis económica actual tiene repensando a quienes creían tener la verdad revelada sobre el papel del Estado frente al mercado.

Muchos comentaristas están observando ansiosamente como transformará al mundo el nuevo presidente de los Estados Unidos. Columnistas y agencias de noticias se preguntan acerca de las consecuencias de su mandato sobre la guerra en Irak y Afganistán, el cambio de guardia en Cuba, y la crisis económica que recibe.

Este último asunto va mucho más allá de la importancia inherente a la elección del primer afro-americano en la Casa Blanca, pues ya se anuncia el desmoronamiento de la ortodoxia económica que durante casi tres décadas dominó el panorama académico mundial. Este cambio tiene, por supuesto, una incidencia clave en el debate y diseño de la política económica de nuestro país.

En Colombia, académicos de diversas disciplinas estábamos acostumbrados a que se nos quisiera excluir de la discusión de temas económicos, pues se supone que carecíamos del conocimiento técnico necesario o eramos incapaces de comprender el funcionamiento de una ciencia oculta. En el caso particular del Derecho los ejemplos son innumerables: editorialistas llamando a los magistrados ‘burrisconsultos’ para caricaturizar sus posiciones; académicos acusando a la Corte de meterse en temas para los cuales se requieren matemáticas y funcionarios señalándola de no entender las restricciones presupuestales y obligar al Estado a actuar de manera paternalista.

Todo esto porque, en últimas, las sentencias de la Corte que exigían un cumplimiento de lo ‘social’ contenido en lo que ordena nuestra Constitución Política eran una afrenta contra la eficiencia y sabiduría del mercado.

Esta ola de críticas hizo muy difícil defender la perspectiva de quienes, dentro y fuera de la ciencia económica, consideramos que el Estado debe jugar un papel en la distribución de recursos y el mejoramiento de las condiciones de inequidad que caracterizan a la sociedad colombiana. Quienes seguíamos considerando a través del tiempo que se necesitaba regulación y redistribución o, al menos, tener presente alternativas, eramos anticuados e ignorantes o, peor aún, izquierdistas ilusos. Se nos descalificaba, por desconocer el ABC de la economía, a saber: si se deja funcionar al mercado por sí sólo, este acabará por corregir sus propios problemas y situará de una manera óptima los recursos.

Pero “el ABC de la economía” se ha ido debilitando a pasos agigantados en los últimos seis meses. El momento más representativo fue el 23 de octubre de este año cuando Alan Greenspan, el ex -director de la Reserva Federal y defensor permanente de esa lección elemental, declaró ante el Congreso de los Estados Unidos: “He encontrado que el libre mercado tiene limitaciones”. A la pregunta de un senador del Partido Demócrata: “En otras palabras, usted encontró que su visión del mundo, su ideología, no era la correcta, no estaba funcionando correctamente”. Greenspan contestó: “Totalmente, precisamente”.

El gobierno del futuro Presidente estadounidense se desarrollará en una de las peores crisis económicas desde la depresión de los treinta. El Partido Republicano en el poder ya tuvo que tomar medidas al respecto y el mismo Obama ha mencionado un “New, new deal” haciendo referencia al regreso de políticas intervencionistas típicas del gobierno de Franklin D. Roosevelt conocidas como el New Deal (nuevo pacto). En su discurso semanal que apareció en You-Tube el 6 de diciembre, el Presidente electo prometió “la inversión más significativa en infraestructura de los últimos 50 años”como parte de su plan de salvar la economía.

Puede ser que esto signifique un cambio en Colombia dado que ahora, quienes rigen, han transformado el ABC. No estoy enunciando una especie de posición revanchista o el triunfo de un credo sobre otro, simplemente estoy invitando a dudar del conocimiento absoluto provenga de donde provenga. De todas maneras, una consecuencia importante de lo que está ocurriendo será la actitud que las agencias multilaterales de crédito tendrán frente a políticas intervencionistas del Estado que habían sido criticadas y eliminadas en los últimos años. Puede suceder que, en adelante, construir escuelas deje de ser un gasto y pase a considerarse una inversión que, además, genera empleo. El momento es propicio para que comencemos a pensar de nuevas maneras al Estado y al mercado, y quizás logremos encontrar una nueva síntesis entre ellos.

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