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El mercado financiero, ¿una institución suicida?

AL IGUAL QUE CIERTAS PERSONAS, existen también instituciones sociales “suicidas”, según la sugestiva expresión del filósofo Garzón Valdés. Una de esas instituciones es el mercado, o al menos, el mercado financiero. Su propensión suicida deriva del hecho de que si se abandona a su propia dinámica, sin ningún control ni regulación ética, entonces el mercado tiende a autodestruirse.

Por: Rodrigo Uprimny YepesSeptiembre 29, 2008

AL IGUAL QUE CIERTAS PERSONAS, existen también instituciones sociales “suicidas”, según la sugestiva expresión del filósofo Garzón Valdés. Una de esas instituciones es el mercado, o al menos, el mercado financiero. Su propensión suicida deriva del hecho de que si se abandona a su propia dinámica, sin ningún control ni regulación ética, entonces el mercado tiende a autodestruirse.
La actual crisis financiera en Estados Unidos es sólo la más reciente ilustración de esa tendencia autodestructiva de un mercado sin regulaciones apropiadas. Los engranajes específicos de esta crisis son complejos y aburridos, pero vale la pena mirarlos brevemente para comprender esa vocación suicida del mercado.

Hace algunos años, debido a un exceso de liquidez y a que las tasas de interés estaban bajas, muchas entidades financieras buscaron mercados más rentables. Y los encontraron en la oferta de créditos hipotecarios a clientes sin clara capacidad de pago, pero que estaban dispuestos a abonar mayores intereses. Eran las llamadas “subprime” o hipotecas de alto riesgo, que luego eran convertidas en bonos o “titularizadas”. Esos bonos eran comprados por bancas de inversión, como Lehman Brothers, que los usaban para realizar nuevos negocios financieros.

Mientras la economía crecía y los inmuebles se valorizaban, los deudores hipotecarios pagaron sus cuotas y las “suprimes” fueron codiciadas. Además, por una creencia dogmática en las magias del mercado, las autoridades económicas estadounidenses flexibilizaron los controles y regulaciones sobre esas transacciones. La especulación y la codicia se incrementaron y surgieron productos financieros cada vez más complejos y opacos, cuyo alcance era difícil de entender incluso para los expertos.

Todo el mundo parecía contento; pero un día, como era de esperarse, la burbuja especulativa inmobiliaria se agotó y los precios de la vivienda bajaron y los intereses subieron. Los deudores de las “subprime” dejaron entonces de pagar y comenzaron a perder sus viviendas. A su vez, las entidades que habían invertido masivamente en las “subprime”, como Lehman Brothers, entraron también en crisis, la cual ha tendido entonces a propagarse por el conjunto del sistema financiero. Podríamos incluso entrar, si no se toman medidas apropiadas, en una recesión económica generalizada.

Esta breve historia muestra que, contrariamente a lo sostenido por Adam Smith, no siempre los agentes económicos, al buscar su interés privado, contribuyen al bienestar colectivo. En particular, la codicia y la fiebre especulativa, sin restricciones éticas y jurídicas apropiadas, son autodestructivas y conducen a pérdidas de riqueza e inequidades monumentales.

Hoy por ejemplo se habla de una operación de salvamento en Estados Unidos de 700.000 millones de dólares (casi 7 veces el PIB de Colombia), que deberá financiarse con impuestos de todos los ciudadanos, a fin de limitar los estragos que enriquecieron a los especuladores de Wall Street. El programa neoliberal de Bush ha conducido así a lo que algunos han llamado un socialismo perverso: en la bonanza, las ganancias son privadas; en la crisis, las pérdidas son socializadas.

Volviendo entonces a Garzón Valdés, la reciente crisis financiera muestra que el mercado financiero puede ser, en ciertos aspectos, un mecanismo dinámico de crecimiento y de asignación de recursos, pero tiene propensiones suicidas. Y por ello el mercado, y en especial el mercado financiero, requiere de regulaciones claras y de formas de inspección y vigilancia apropiadas.

Esta conclusión es una obviedad; pero es una enseñanza necesaria, después de tantos años de ingenua confianza en las supuestas bondades de una desregulación financiera total.

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