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El sufrimiento invisible
Por: Mauricio García Villegas | Marzo 3, 2008
En 1963, el profesor Stanley Milgram, de la Universidad de Yale, reclutó a un grupo de voluntarios para llevar a cabo un supuesto experimento sobre los efectos del castigo físico en la memoria. A los invitados -gente común y corriente- se les pidió que castigaran con choques eléctricos a los estudiantes que respondieran equivocadamente a las preguntas formuladas por un profesor. Al principio, los choques debían ser leves -no más de 15 voltios- pero cuando las equivocaciones persistían, debían aumentar hasta llegar a 450 voltios. El experimento terminaba cuando se aplicaba la mayor carga eléctrica, o cuando el invitado se resistía, por razones de humanidad, a continuar causando el castigo. Tanto el alumno como el profesor que dirigía la operación eran actores y, en realidad, no había ninguna descarga eléctrica, pero el invitado no lo sabía. Lo cierto es que no se trataba de un experimento sobre la memoria, sino sobre la sumisión a la autoridad.
Los resultados sorprendieron al mundo, y no era para menos: en primer lugar, se comprobó que la mayoría de las personas -el 65 por ciento- era capaz de torturar a alguien por el simple hecho de cumplir la orden de una autoridad, en este caso de un profesor. En segundo lugar, se comprobó que la gente es mucho más insensible al dolor ajeno cuando no percibe el sufrimiento. En efecto, cuando el invitado veía los padecimientos del alumno, aquel 65 por ciento que impartía choques de 450 voltios, se reducía a un 40 por ciento.
El experimento de Milgram muestra cómo la sensibilidad que experimentamos frente al dolor humano depende mucho de que nuestros sentidos capten ese dolor. Cuando no vemos, no oímos, o no sentimos los padecimientos de los demás, somos relativamente insensibles. El asesinato de un inocente en la calle, que se desploma ante nuestros ojos, nos conmueve y nos indigna más que el exterminio prolongado de cientos de campesinos acribillados en sitios lejanos y aislados. Los 25.000 seres humanos que mueren diariamente de hambre en el mundo nos dejan casi indiferentes; pero el cuerpo sin vida de una jovencita violada que aparece en la televisión nos indigna y hasta nos moviliza contra los culpables.
Todo esto tiene relación con la manera como los colombianos vemos a las víctimas del conflicto armado. En los últimos meses, los medios de comunicación, y la sociedad en general, se han unido para condenar los crímenes de las Farc y, en particular, el secuestro. ¿Por qué sólo hasta ahora la sociedad se moviliza? Porque nunca antes había visto tan de cerca, a través de las pruebas de supervivencia y de los testimonios de los liberados, el sufrimiento de los secuestrados.
Los crímenes que han cometido los ‘paras’ son tan graves, o peores, que los cometidos por la guerrilla: 3 millones de desplazados, 12 mil ejecuciones extrajudiciales, 4 millones de hectáreas robadas, 2 mil desaparecidos -todas cifras conservadoras-, el sistema político corrompido, una parte del Ejército involucrada en el terror y una mafia campante que carcome la ciudadanía y la moral pública. No obstante, todavía hay muchos en la sociedad, en los medios de comunicación y en el Estado, que siguen relativamente insensibles ante ese montón de sufrimiento y de daño institucional.
Pero creo que eso está cambiando -como cambió la actitud de la sociedad frente al secuestro- y que, en el seno de la llamada Sociedad Civil, se está cuajando una reacción frontal contra todo tipo de barbarie. Ojalá que esto se confirme el próximo jueves durante la marcha contra los paramilitares.
Claro que ayudaría mucho si los colombianos no tuviéramos, como tenían los voluntarios del experimento de Milgram, una autoridad tan insensible frente a los padecimientos de algunos seres humanos.