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En contra de Facebook

JUAN GABRIEL VÁSQUEZ PUBLICÓ el viernes pasado, en la columna vecina, la mejor crítica que conozco de las redes sociales.

JUAN GABRIEL VÁSQUEZ PUBLICÓ el viernes pasado, en la columna vecina, la mejor crítica que conozco de las redes sociales.

Alumbró así el lado oscuro de Facebook, Twitter y tantas imitaciones de las que me he venido a enterar cuando algún compañero de colegio, que no he visto en 20 años y confiaba no volver a ver jamás, arroja ese correo-bomba sobre mi parcela de privacidad virtual:

—¿Quieres ser mi amigo? —dice la invitación, acompañada, en los peores casos, del respectivo emoticón.

No soy un ludita de la era informática. He escrito aquí varias alabanzas del libro virtual y de las ventajas de las redes sociales. Vivo, como todos, un tercio del tiempo en este mundo, un tercio en el ciberespacio y el otro tercio obsesivamente haciendo clic para pasar de uno al otro. Pero así como se habla de las infinitas posibilidades de la red y de las redes, creo que llegó la hora de hablar de sus imposibilidades: de aquéllas cosas valiosas que los medios virtuales, comenzando por las redes sociales, están volviendo dificilísimas.

Vásquez menciona dos: estar solo y estar en silencio en medio de la cacofonía de las multitudes virtuales que nunca se desconectan. Quisiera añadir tres que tienen que ver directamente con las redes sociales.

Lo primero que se pierde es la posibilidad de ser sincero. En un mundo donde todos pueden estar viendo, hay que posar. ¿Han visto las fotos que cuelgan sus conocidos en Facebook? Por la sonrisa omnipresente, todos parecen estar en vacaciones permanentes, o por lo menos en una rumba eterna. Contra lo que dice Vásquez, en Facebook no se exhiben las personas, sino sus avatares: los muñecos que posan para la foto. Tengo un pariente sesentón cuyo perfil tiene una fotografía de cuando tenía veinte. Y no he visto la primera imagen de alguien que aparezca temeroso o triste.

La segunda imposibilidad es olvidar. “¿Hemos olvidado cómo olvidar?”, pregunta Clive Thompson en un artículo reciente sobre las redes sociales en Wired. Parece que sí, y por partida doble. Los datos e imágenes que circulan por las redes quedan para siempre dando vueltas en internet. Y el pasado que queríamos dejar atrás —esos compañeros de colegio, por ejemplo— nos sigue la pista por los rizomas de Facebook y reaparece de la nada. El pasado nos persigue; cambiar de vida nunca ha sido más difícil.

La tercera imposibilidad es la de pensar. Hace dos años, Nicholas Carr publicó en Atlantic Magazine un ensayo que hizo furor en EE.UU., titulado: “¿Será que Google nos está volviendo estúpidos?”. Su respuesta es positiva y se aplica aún más a Facebook.

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