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En memoria de Álvaro Camacho
Por: Rodrigo Uprimny Yepes | Diciembre 19, 2011
El día de su despedida, en la funeraria, estaban algunos de los mejores académicos del país en estas áreas, que venían a decirle adiós a quien fue un maestro en la comprensión crítica de estos fenómenos. Y es que Camacho realmente marcó a la academia colombiana, pues mostró que es posible acercarse, con ingenio y exquisita ironía, pero con pasión democrática y rigor académico, a temas que hasta sus primeros escritos parecían escapar al estudio serio, como el narcotráfico.
Por ejemplo, Camacho realizó una de las interpretaciones más lúcidas sobre los distintos comportamientos de los llamados carteles de Medellín y Cali en los años ochenta, cuando acuñó la irónica tesis de que estas organizaciones criminales respondían a la “ley de los dos metales”. Mientras que el cartel de Medellín recurría a la “ley del plomo” y privilegiaba la amenaza y la violencia, el cartel de Cali invocaba la “ley de la plata”, pues prefería la corrupción y la compra de políticos. Pero Camacho no sólo describía esos diversos comportamientos de los narcos, sino que ofrecía razones sociológicas sutiles que explicaban esa diferencia regional del impacto del narcotráfico.
Camacho también fue uno de los primeros intelectuales en Colombia en combatir la prohibición de las drogas, al mostrar la irracionalidad y los terribles efectos de esa política.
Alguna vez, en una charla casual, le oí desarrollar la tesis de que lo único más adictivo que ciertas drogas eran la guerra y la prohibición de las drogas. Esa metáfora, que desde entonces he usado incesantemente, obviamente reconociéndola como producto del ingenio de Camacho, muestra que hay una gran similitud entre la adicción a las drogas y la adicción a la prohibición. Un adicto siente la compulsión de consumir cada vez más ciertas sustancias, que cada vez le producen menos efectos placenteros y más daño. El prohibicionismo recurre a represiones cada vez más intensas, pero con muy pocos efectos sobre la oferta de drogas. Pero en cambio esa represión provoca cada vez más daño, por el incremento de la violencia y la corrupción, asociados con las mafias del narcotráfico.
Pero Camacho no fue sólo un gran investigador, sino que contribuyó igualmente al desarrollo de ciertas instituciones, como el Iepri, en la Universidad Nacional. A pesar de ser a veces gruñón, Álvaro Camacho en el fondo y en la intimidad era una persona cálida, capaz de trabajar en equipo, con gran generosidad y en forma productiva. Eso lo pude constatar al compartir estos últimos años muchos esfuerzos por recuperar las voces de las víctimas a través de los trabajos del Grupo de Memoria Histórica, en el que Camacho cumplió un papel central.
La asunción del desafío de recuperar y divulgar esas memorias de las víctimas forma parte de otra faceta igualmente importante de Camacho y fue su rol como intelectual público. Camacho no se enclaustró en la academia, sino que, por distintos medios como sus columnas de opinión, tuvo un papel central en ciertos debates nacionales, como los relativos a las estrategias de seguridad ciudadana o la reforma de la Policía.
Su muerte nos deja un vacío enorme no sólo a su familia, sino a todos los colombianos. El mejor homenaje a Álvaro será releer sus textos y asumir los desafíos éticos y teóricos que nos plantean. Y obviamente seguir sus luchas, por ejemplo contra la irracionalidad de la prohibición a las drogas.