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And the women of the Court?
César Rodríguez criticizes the absence of a woman in the proposed shortlist by the Supreme Court to choose the new Judge of the Constitutional Court.
Por: César Rodríguez-Garavito (Retired in 2019) | May 5, 2006
Las estudiantes de derecho tienden a superar a sus colegas del sexo opuesto.
Que en este país los esposos, jefes y hombres en general nos volemos todos los días los derechos de las mujeres es un escándalo. Pero que sean los propios magistrados de la Corte Suprema los que den el mal ejemplo, eso es otra cosa.
De ahí el zaperoco que, con razón, se ha armado porque la Corte se pasó por la faja la ley de cuotas al no incluir una mujer en la terna que propuso al Congreso para llenar la vacante que pronto habrá en la Corte Constitucional.
El asunto se explica, aunque no se justifica, cuando se mira la composición de la misma Corte Suprema: de sus 23 magistrados, solo dos son mujeres. Pero no solo en ese tribunal campea aún, imperturbable, el patriarcado. La propia Corte Constitucional a la que llegará el nuevo magistrado tiene solo una mujer entre sus nueve integrantes, mientras que en el Consejo de Estado el vergonzoso marcador es 20-7. Y en el Consejo Superior de la Judicatura, de donde salen las listas de las que la Corte Suprema y el Consejo de Estado eligen sus propios miembros, la relación es 11-2.
A nadie debe sorprender, por tanto, que las altas esferas de la justicia parezcan un colegio o un club unisexo, en el que los nombramientos quedan entre buenos muchachos. Ni que las mismas cortes, en sus decisiones, hayan tendido a interpretar la ley de cuotas más como un acto de machista caballerosidad que como un deber legal.
Se me dirá que la misógina terna está compuesta por los candidatos más competentes y que la sospechosa composición de los tribunales es obra y gracia de la meritocracia. Pero cualquiera que, como yo, se gane la vida dictando clases de derecho puede dar fe de todo lo contrario. Si es verdad que las mujeres son de Venus y los hombres de Marte, entonces algo deben estar enseñando en los colegios venusinos, porque las estudiantes de derecho tienden a superar, de lejos, a sus colegas del sexo opuesto.
El problema, claro, viene después, cuando las destacadas juristas entran al mercado laboral. Allí se topan con lo que los estadounidenses han llamado el ?techo de vidrio?: mil formas de discriminación sutiles e invisibles, que se suman a las más descaradas para limitar su ascenso.
Es el techo puesto por los jefes que niegan una promoción a una abogada que puede quedar embarazada, o por ambientes de trabajo en los que la agresividad se confunde con la aptitud profesional. Es el mismo techo, aunque bien visible, que la Corte Suprema ha puesto sobre las cabezas de las muchas juristas que podrían ir en la polémica terna.
Contra lo que dirían muchos economistas ?todos ellos hombres, por supuesto?, es evidente que el mercado laboral no enmienda por sí mismo semejantes desigualdades. De ahí que tenga que ser una ley como la de cuotas la que nos obligue a actuar contra el pequeño discriminador que todos llevamos dentro y alcanzar un mínimo de balance de género, por lo menos en los altos cargos del Estado.
Esto es lo que no entiende el presidente de la Corte Suprema cuando excusa lo inexcusable diciendo que imponer una mujer en la terna sí es discriminación de sexos. Por supuesto que lo es. Pero se trata de una diferenciación permitida, deseable y legal, porque su fin es justamente contrarrestar la discriminación histórica contra las mujeres.
Así las cosas, no le debería quedar otro camino al Congreso que devolver la terna a la Corte Suprema para que esta vuelva a barajar.
Y a la Corte, ninguno distinto que revisar su interpretación de la ley de cuotas e incluir al menos una mujer, aunque con ello no pueda asegurar que un probado caballero antitutela la represente en la Corte Constitucional.