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I don’t usually express sympathy in this op-ed for a specific political candidate or party.

I don’t usually express sympathy in this op-ed for a specific political candidate or party.

Sólo he roto esta regla una vez, en las pasadas elecciones presidenciales, cuando propuse votar por la paz, en contra de quienes querían continuar con la guerra. Hoy, viendo lo que está pasando en Antioquia, donde la Alcaldía y la Gobernación pueden caer en manos de políticos que en el pasado envilecieron al departamento, siento la misma urgencia de tomar partido.

Empiezo con algo de historia. A principios del siglo XX Antioquia tuvo su mejor momento. Los líderes políticos eran conservadores pragmáticos que evadían las guerras y creían en el valor de lo público; había élites que propiciaban el progreso industrial; el sistema educativo era el mejor del país; la vida cultural estaba impulsada por intelectuales talentosos y la Iglesia, que no tenía las pompas de Bogotá o Popayán, se sentía cerca de la gente humilde y emprendedora. Esta no era, claro, una sociedad ideal. Había problemas de desigualdad y discriminación, pero, en términos comparados, era una sociedad meritoria y pujante.

Pero a mediados de siglo a Antioquia le cayó la roya: la industria entró en crisis; llegó La Violencia con toda su demencia social; los notables de la política empezaron a ser reemplazados por líderes mediocres e indecentes; la Iglesia se volvió cavernaria e intemperante; surgieron las guerrillas y luego los paramilitares, y como si todo esto fuera poco, el narcotráfico irrumpió con todo su poder para pervertir la sociedad.

No obstante todos estos males, aquella Antioquia educada y decente logró no sólo mantenerse viva, sino también adaptarse a los nuevos tiempos. De hecho, durante la última década, consiguió ganar buena parte de las elecciones con un proyecto político liderado por Sergio Fajardo.

Pues bien, ese proyecto está a punto de ser derrotado por los mismos políticos que desde mediados del siglo XX se interponen, como una mula muerta en el camino, al progreso de Antioquia. En el caso de la Gobernación, el bloqueo está promovido por Luís Pérez, un político local sinuoso y artero, que no responde a sus críticos sino que los demanda y los intimida, como hizo hace poco con Héctor Abad y con Pascual Gaviria. Pérez lidera una poderosa alianza de políticos indecentes con empresas de dudosa reputación dedicadas a la contratación pública. Esta alianza busca capturar al Estado con el modus operandi que es propio de la corrupción: todo se hace con las ritualidades jurídicas correspondientes, inspeccionadas por abogados dedicados a lograr que la ilegalidad se haga con todas las de la ley. Esa mixtura de lo legal con lo ilegal es muy difícil de combatir (de ahí su peligrosidad) no solo porque lo ilegal se hace “legalmente”, sino porque todo indica que en esa alianza hay de todo: desde criminales hasta gente ingenua, pasando por políticos corruptos, empresarios astutos, y dirigentes bogotanos cínicos (del partido Liberal y de Cambio Radical), que le otorgaron al candidato los avales que necesitaba.

Yo conservo la esperanza de que en los próximos días la gente decente del departamento, heredera de quienes escribieron las mejores páginas de la historia de Antioquia, reaccione ante el peligro y se imponga sobre las fuerzas oscuras que hoy están al acecho.

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Por simple transparencia advierto que hice, en asocio con Dejusticia, una investigación académica sobre fraude de docentes universitarios (los resultados saldrán muy pronto) que fue convenida por la Gobernación de Antioquia a través de dos contratoS ya terminados, cuyo valor total asciende a 48 millones de pesos y de los cuales obtuve seis millones y medio de pesos de beneficio económico.

Of interest: Democracia / Elección

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