Skip to content

|

The Swiss scientist said once: “Those who believe in progress are destined to lament being born before their time.”

The Swiss scientist said once: “Those who believe in progress are destined to lament being born before their time.”

Muchos en mi generación coincidimos con esa frase. Sentimos que las esperanzas de cambio no solo se pueden esfumar sino que, con esa frustración, algo mucho peor puede venir. 

Cuando yo era joven, el presidente Turbay instauró una especie de régimen militar con cara de democracia. A ese engendro se le sumó un conflicto armado a tres bandas (Estado, paras y guerrilla), alimentado por la fuerza corruptora del narcotráfico. No obstante, en medio de todo esto, uno podía confiar en los jueces. La confianza aumentó con la Corte Constitucional y con las transformaciones que introdujo. Eso fue posible gracias a una reunión afortunada de magistrados tradicionales, bien preparados, honestos y comprometidos, con otros magistrados venidos de la academia, igualmente probos, que airearon la jurisprudencia con ideas y teorías nuevas.  

No quiero idealizar aquellos años. La Rama Judicial, como todo el Estado, siempre ha tenido muchos problemas. Pero comparada con la situación actual, aquella parece una época gloriosa. ¿Qué pasó entre tanto? A mi juicio pasaron tres cosas. En primer lugar, un fenómeno global de politización de la justicia (y de judicialización de la política) acentuado y deformado en Colombia por los procesos de la parapolítica. En segundo lugar, la captura, con fines políticos, del Consejo Superior de la Judicatura por parte del uribismo. En tercer lugar, el fortalecimiento, sobre todo en la Corte Suprema y en el Consejo Superior, de un grupo de magistrados mediocres y promotores de las peores prácticas judiciales: clientelismo y defensa corporativa de sus intereses. La capacidad de intimidación que tiene este grupo frente a una clase política cuestionada y judicializada y sus alianzas veladas con el procurador Ordóñez le han dado a este grupo un poder enorme. 

Contra ellos es que el Gobierno ha querido hacer una reforma judicial. Pero no ha podido. No pudo en el año 2012 y hoy está a punto fracasar de nuevo con la reforma al equilibrio de poderes.  Digo esto porque, como están las cosas hoy, los destinos de la Rama Judicial quedan en manos de un órgano que reemplaza al actual Consejo Superior, pero que mantiene los mismos vicios de siempre: el autogobierno judicial sin la participación de los abogados, los profesores de derecho, el Gobierno y la sociedad.

Los jueces conservan su independencia pero acompañada de su malsana costumbre de no responder ante la sociedad por sus actuaciones. Ese diseño no solo va en contravía de todas las recomendaciones que existen en esta materia en los países desarrollados, sino que le da vía libre al nefasto grupo judicial ya mencionado para seguir manejando los destinos de la Rama Judicial. La historia está a punto de repetirse: quienes, por corruptos, iban a ser reformados, van a terminar imponiendo (como casi lo logran en 2012) una reforma que no los reforma. Si eso ocurre, la verdadera reforma que el país necesita será aplazada por varios lustros.

Ojalá que los impulsos civilizatorios que todavía existen en el Congreso (y en la justicia) consigan, en las dos semanas que quedan de debates, transformar la independencia judicial corporativista que hoy existe en una independencia judicial democrática que le dé la cara al país. 

Si eso sucede, tal vez muchos en mi generación recuperemos la ilusión de haber nacido a tiempo para ver el progreso.

*** 

Adenda: quiero expresar mi profundo pesar por lo que está ocurriendo en la Universidad Nacional. A los males de siempre se suma ahora la amenaza terrorista contra un grupo de profesores y estudiantes. Al pesar le sumo el repudio.

 

Powered by swapps
Scroll To Top